Piden pan...

Piden pan...

Por | 2 de mayo de 2019

Sección: Opinión

Temas:

Como novio de pueblo (Joe Rendón, 2019)

Qué duda cabe: no tienen llenadera los “creadores” de churros nacionales. Quieren imponer por la fuerza de la politiquería lo que no han sabido ganarse a base de calidad y buenas propuestas. Reunidos en bola, tal cual funciona la mafia del poder, ante la Comisión de Cultura –es un decir– de la Cámara de Diputados, el 4 de abril, propusieron deformar la Ley Federal de Cine que actualmente marca un mínimo de pantallas, el diez por ciento, para cine nacional. La demanda fue el treinta por ciento argumentando que se producen 150 largometrajes al año y habría que verlos todos. ¡Ah dió! O sea, quieren exhibir tres largometrajes nacionales por semana. Puesto que la ventana de exhibición la marca la fecha de estreno, darle cabida a tantísima película las obliga a competir entre sí, algo que el cine nacional no hace desde los infames tiempos del eficaz burócrata, el flamantísimo señor don licenciado Eduardo Garduño, quien en los 1950, entre las propuestas de su proteico plan en beneficio del cine nacional, estableció que era menester la sobreprotección del Estado para lograr un equilibrio entre “calidad” y “rentabilidad”. Con el mayor tiempo en pantalla posible. Siempre y cuando no compitieran entre sí las cintas nacionales. Creó con ello un mega cuello de botella al condenar a exhibir sólo 52 títulos anuales, lo que provocó un nivel de corrupción como pocas veces se ha visto en industria parecida.

Las condiciones actuales del cine mexicano, ¿son iguales a las de hace setenta años? Por supuesto que no. Ahora las películas cuestan más. Pero les va mejor. A decir de la CANACINE, en 2018 se exhibieron 116 películas mexicanas. En 2017 fueron 89. En el mismo periodo los ingresos subieron 38 por ciento, al pasar de $1,016,000,000 a $1,403,000,000, debido a que el número de asistentes aumentó. En 2017 fueron 22.4 millones de personas; en 2018, 29.5. Asimismo, durante 2018 se estrenaron 199 películas de diversas latitudes, 181 estadounidenses y las 116 mexicanas. Cierto, en porcentaje de taquilla, las mexicanas tienen un 8.3 por ciento.

El problema está al hacer el recuento de las diez más taquilleras: Ya veremos (Pedro Pablo Ibarra, 2018 –al igual que todas las películas aquí listadas), La boda de Valentina (Marco Polo Constandse), Una mujer sin filtro (Luis Eduardo Reyes), La leyenda del Charro Negro (Alberto Rodríguez), Hasta que la boda nos separe (Santiago Limón), Perfectos desconocidos (Víctor Reyes), Más sabe el diablo por viejo (José Bojórquez), Loca por el trabajo (Luis Eduardo Reyes), A ti te quería encontrar (Javier Colinas) y Mi pequeño gran hombre (Jorge Ramírez Suárez). Las cuatro primeras ingresaron más de cien millones de pesos en taquilla y acumularon 11.9 millones de espectadores. Descontando la película animada, La leyenda del Charro Negro, son comedietas neoconservadoras, francamente fifís por su lacrimógeno melodrama romanticoide bien papita, o su crisis existencial narcisista anal, o su exaltación de valores anacrónicos, o su ultrabarato humorismo plagado de estereotipos clasistas-sexistas-paterno-filiales. Lo que es peor, dos casos son vergonzantes cintas camajanas recicladas en México mejor contadas con mejor fortuna en otras naciones (Perfectos desconocidos, Mi pequeño gran hombre). Todas, sin embargo, representan la nostalgia por el pasado digno de la T de 4ª , donde la tutela de papi gobierno, o sea ¿no?, debería ayudar a sostener a ese bueno para nada, nostálgico de un esplendor del que nunca obtuvo el añorado brillo dorado que en su momento consiguió fácil el cine del pasado, el de los 1930-1960; menos con ayuda de políticas gubernamentales que se piensan para beneficiar a un sector, pero no a todo el conjunto de la industria.

Este es el panorama real del cine nacional. Sin embargo, la celebridades que fueron garrote en mano a exigir (porque eso de presionar para hacer una “ley” que sobreproteja a los privilegiados de una industria, que no se sostiene por sí sola sin ayuda de políticos y burócratas, es un intento por forzar al mercado que, por lo visto, ya forma/deforma el gusto de cierto público nacional, al que muchos no se han sabido ganar y de ahí que busquen la imposición digna de regímenes fascistas); piensan, pues, que si una cinta estadounidense tiene cuatro mil pantallas (sic), ¿una mexicana debería tener número similar? Siguiendo la lógica en las cifras de su falacia, ¿en serio creen que hay público para mil 200 copias de cursilísimas estupideces intragables como En las buenas y en las malas (Gabriel Barragán Sentíes, 2019 –al igual que todas las películas que siguen), Como novio de pueblo (Joe Rendón), Lady Rancho (Rafael Montero) y La boda de mi mejor amigo (Celso García)?

El criterio cuantitativo atenta contra la libertad del espectador, el eslabón, siempre, más ninguneado de esta cadena alimenticia. Aunque numéricamente esté demostrado que a duras penas hay un ocho por ciento de espectadores para cine mexicano, se busca a huevo que exista la oferta de treinta por ciento… para salas sin público. Digna cosa de la T de 4ª: regresar al pavoroso pasado de la fétida Compañía Operadora de Teatros donde al final los únicos que se presentaban para ver cine mexicano eran las ratas –y los gatos que las perseguían– en cines vacíos, dejados de la mano de Dios.


José Felipe Coria colabora en El Universal y es maestro del INBA. Es autor de los libros El señor de Sombras (1995), Cae la luna: La invasión de Marte (2002), Iluminaciones del cine mexicano (2005), Taller de cinefilia (2006) y El vago de los cines (2007). Ha colaborado en medios como ReformaRevista de la UniversidadEl País y El Financiero.