Atrás hay relámpagos

Atrás hay relámpagos

Por | 21 de febrero de 2019

En la primera media hora de Atrás hay relámpagos, Julio Hernández Cordón apuntala los cimientos de lo que se antoja un thriller sólido y exquisito: una mansión, un hombre muerto y una declaración dudosa a la policía. Lo que el director hace en la siguiente hora es, en principio, desconcertante, pues parece dedicarse a minar eso que construyó y dejar que se fracture el suspenso que ya nos tenía al filo de la butaca. Sin embargo, en las ruinas de esa construcción a medias habitan los fantasmas que rondan a las protagonistas a lo largo de la cinta. Para dejarse sobrecoger por esta atmósfera enrarecida, por momentos divertida y relajada, a veces dolorosa y decadente, hace falta paciencia y sensibilidad.

A Sole, su abuela senil le deja escoger, como herencia, uno de los autos antiguos de la colección de su abuelo. Ella y Ana planean meter el auto que más les gusta de taxi, principalmente por diversión, pero en la cajuela encuentran el cadáver de un hombre, al parecer, un migrante salvadoreño. La forma en la que las protagonistas evaden legal y emocionalmente este conflicto es en sí misma la esencia del relato de Atrás hay relámpagos (2017).

Lo primero que hay que aclarar, por si fuera necesario, es que el giro dramático que plantea Hernández Cordón (Raleigh, 1975) es deliberado. Funciona como un primer mecanismo para reiterar el asunto central que intenta explorar en la película: la evasión de la juventud ante una realidad que apenas descubre y la abruma.

Así, “evadir” el suspenso del thriller, por ejemplo, sirve para comentar lo fácil que se puede escapar de los problemas legales cuando se tienen privilegios e influencias, y, por lo tanto, la poca seriedad que se le dedica a este asunto.

Por otro lado, “eludir” la construcción de un relato audiovisual en tono realista, presente en la primera media hora, para pasar a una exploración más cercana al videoclip o al video promocional, sirve para comentar un estado de ánimo y una forma de encarar el mundo por parte de sus personajes.

Ana, Sole y sus amigos, un grupo de ciclistas BMX, pasan el día trasladándose de un lugar a otro sin más motivación aparente que divertirse y sin hacerle daño a nadie. Sus trayectos en bicicleta, los momentos en que practican en parques especiales, sus reuniones en bares o en la inmensa casa de Sole, son retratados por Hernández Cordón con música de fondo y elementos de iluminación puestos principal y deliberadamente con fines de embellecimiento visual, lo que se acerca más a la realidad a la que las protagonistas aspiran, un estilo de vida más propio de algunas ciudades del norte del continente que a los hechos centroamericanos con los que están topándose. Los personajes se enfrentarán, por ejemplo, con la imposibilidad de ayudar a una familia a enfrentar un duelo; por muchos ánimos de tener un buen gesto, la ignorancia los llevará a cometer una ofensa involuntaria.

Si las protagonistas y sus amigos pertenecen a un grupo social buena onda, que sólo quiere pasarla bien sin dañar a nadie, en Atrás hay relámpagos se plantea un sutil recordatorio de que es recomendable atender lo que pasa fuera de nuestros anhelos personales. Es decir, un recordatorio, sin caer en lo adoctrinante, de que a veces hace falta estar conscientes de nuestras posiciones de privilegio. Y quizá más importante aún, un recordatorio de los peligros de normalizar ciertos hechos ilegales y violentos.

No es que Hernández Cordón abandone la tensión inicial de la cintapara contarnos una historia distinta, lo que pasa con el cambio de estructura dramática y registro estético es algo mucho más complejo: la película se queda plagada de fantasmas que se podrán entrever, o acaso sólo intuir con la participación de quien observa, enrareciendo esa atmósfera de aparente felicidad y evidenciando la fragilidad de un acrítico mundo cool.


David Ornelas trabaja en el departamento de difusión de la Cineteca Nacional y ha escrito sobre cine en algunas publicaciones digitales.