Al otro lado del viento

Al otro lado del viento

Por | 28 de noviembre de 2018

I.

Está de más decir que Orson Welles es un cineasta que nació genio (¿o fue un genio que nació cineasta?), y como todo ser humano tocado por la genialidad, vivió adelantado a su tiempo. Creador a los veintitantos años de una pieza cumbre de la cinematografía universal como lo es El ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941), se convirtió en el favorito de Hollywood, el enfant terrible que sería capaz de entregar una obra de arte en cada proyecto, y sin embargo, su agudeza mental y ambiciosa visión del cine lo alejaron paulatinamente de los estándares de la producción comercial, relegándolo de la industria estadounidense hasta su total perdición luego de la malograda experiencia de Sombras del mal (Touch of Evil, 1958).

A partir de entonces, la figura de Orson Welles (Kenosha, 1915- Los Ángeles, 1985) sería la de un proscrito asumido. Como tal que se refugió en Europa por veinte años, donde las nuevas tendencias artísticas y de pensamiento fílmico surgidas de la nouvelle vague (en específico la postura teórica que reivindicó la figura del director de cine como auteur de la pieza fílmica) le rindieron la pleitesía que le negaron sus compatriotas, y que no llegaría –cuando menos parcialmente– hasta el inicio de la década de los setenta y el surgimiento del indie estadounidense, momento en que por fin los sectores críticos y académicos yanquis (más no el gran público) miraron con atención la obra de Welles, ensalzado de inmediato como el primer gran cineasta independiente de su historia y patriarca del nuevo cine de los Estados Unidos.

Por fin, en 1970, se daban las condiciones para que el mito viviente volviera al terruño, animado a emprender su más grande proyecto, The Other Side of the Wind, filme que finalmente habría de colocarlo en el lugar que la historia, hasta ese momento, le debía. Nada más lejano de la realidad.

Filmada a lo largo de seis años (1970-76), con la inversión de su propio capital y la participación creativa de la actriz y escritora yugoslava Oja Kodar, por aquel entonces amante del cineasta, The Other Side of the Wind se convirtió en otro “elefante blanco” wellesiano: el más grande de todos.

 

II.

Jake Hannaford, cineasta considerado el gran patriarca de los realizadores avant garde de los Estados Unidos, está cumpliendo su 70 aniversario a la vez que filma su más reciente obra, The Other Side of the Wind, un ejercicio autoral minimalista protagonizado por John Dale, joven estrella de cine que él descubrió luego de salvarlo de un inminente suicidio, y una exótica belleza originaria americana.

Hannaford festejará su cumpleaños en su rancho con una fiesta donde están invitados sus colegas y amigos, además de jóvenes directores de cine de Europa y Estados Unidos, estudiantes, periodistas y críticos, a quienes mostrará los rollos del material filmado; en realidad una estrategia para conseguir los fondos suficientes para terminar su opus magnum porque está absolutamente quebrado. Contada la historia de esta manera lineal y esquemática pareciera que estamos ante un drama convencional o una biopic disfrazada. Nada más lejano de la realidad.

¿Qué es, entonces, este legado fílmico que Welles nunca pudo ver terminado por problemas legales y económicos? En términos generales una gran mise en abyme que representa la farsa del cine de los Estados Unidos + sátira de los movimientos de vanguardia del cine europeo de finales de los sesenta + ácida deconstrucción del ejercicio de la crítica cinematográfica –¿realmente sirve para algo?–; pero también es un último rasgo de genialidad, a la vez que amargo ejercicio de megalomanía de ese gran pontífice negado que alza la mano para no morir en el olvido.

Estructuralmente hablando, Al otro lado del viento (The Other Side of the Wind, 1970-76/2018) se presenta como un ejercicio del cine dentro del cine dentro del cine: la filmación de una película al interior de otra, ambas de títulos idénticos, pero características por completo diferentes. Welles se reinventa al momento de filmar en maravillosos colores y estilo trascendental-contemplativo, una mofa de ese cine autoral esteticista pero hueco, celebrado pero insípido; Jake/Orson/Hannaford crea un filme modélico en el mismo sentido de quien prepara un platillo sobre receta, jugando a la segura porque ofrece lo que por moda impera.

Esta parte es la puesta en escena del enfant terrible perdido por décadas que toma la cámara como un berrinche y demuestra una vez más el dominio casi sobrenatural que tiene del lenguaje de la imagen en movimiento desacralizando (¿profanando?) el ya beatificado cine “de avanzada” por hordas de esnobistas rémoras del arte… los mismos que reptan a su alrededor.

Pero eso es sólo una mínima parte de los caminos trazados por The Other-Other Side of the Wind, al que se yuxtapone el complemento discursivo que no es mofa, sino statement autoral: la puesta en escena (casi) en blanco y negro, de encuadres caprichosos, estructura caótica sólo en apariencia conjuntada en innumerables planos cortísimos hilvanados con precisión quirúrgica por un discurso agrio, desencantado y agresivo; amargo reclamo del Orson/Jake/Welles quien ha vuelto sólo para encontrarse nuevamente con la incomprensión de un medio que le debe todo, pero no le agradece nada.

La película, incómoda e incomprensible en una sola mirada, no es una obra de entretenimiento y definitivamente no está hecha para verse como cualquier otra cinta. No está pensada para ser calificada con estrellas ni aplausómetros o un vulgar “me gusta” (o no me gusta). Está hecha para pensar muy profundamente en la incomprensión del artista y en cómo un genio adelantado a su momento está condenado a la traición de sus símiles y la consecuente frustración y el abandono, a sabiendas de que sólo lo «amarán cuando esté muerto» (frase que se le atribuye y que da título a un excepcional documental sobre esta misma obra).

Y en efecto, Welles moriría sin ver terminada The Other Side of the Wind. Se sabe que nunca completó la filmación porque para él siempre habría una toma más que lo clarificaría todo. Sólo editó cuarenta minutos de las casi 100 horas de pietaje y sería Peter Bogdanovich, su amigo en la vida real, coprotagonista del filme en el personaje del talentoso cineasta emergente Brooks Otterlake e inversionista en la aventura (con medio millón de dólares) quien “heredo” a petición expresa de Welles la misión de terminar el filme si algo se lo impidiera a él, lo que finalmente sucedió.

Lo que hoy vemos es un rompecabezas casi imposible de leer y, a todas luces, es un legado que debe analizarse más de una vez. Pero sin duda, en retrospectiva, podríamos decir que Welles corrió con la enorme fortuna de morir antes que esta obra se concluyera, permitiéndole crecer con el paso del tiempo y que cuarenta años después madurara y encontrara a un público, ahora sí, devoto de su obra. De lo contrario, exhibida en el momento que él lo pensaba (ca. 1977-78) The Other Side of the Wind hubiera significado los clavos que sellarían su ataúd, enterrándolo en vida y sin derecho a la reivindicación.

Nunca se sabe donde radica la suerte.


José Luis Ortega Torres es fundador y editor de revistacinefagia.com. Es uno de los autores de Mostrología del cine mexicano (2015). Actualmente conduce la versión radiofónica de Cinefagia en la estación online Rock 101@JLOCinefago