Muchos hijos, un mono y un castillo

Muchos hijos, un mono y un castillo

Por | 15 de noviembre de 2018

Érase una vez la historia de una mujer española –o una señora recién casada, en sus propias palabras– que tenía tres deseos: tener muchos hijos, tener un mono y tener un castillo. Los hijos, seis en total, llegaron. El mono también. Y el sueño por poseer un castillo igualmente se hizo realidad. Decorado con pinturas, retratos, esculturas, armaduras y un sinfín de muebles, ese recinto se convirtió en el repositorio de las memorias de la ya anciana mujer, traducidas en anécdotas hilarantes, una actitud a ratos terca, y decenas de cajas enumeradas que resguardan juguetes, vestidos para muñecas, agujas, muelas, cenizas humanas y hasta dos vértebras de su abuela, fallecida durante la Guerra Civil Española.

Los residuos de la lámpara que pareció frotar Julita Salmerón, la mujer de la historia, para cumplir sus deseos, aparecen en Muchos hijos, un mono y un castillo (2017), primer largometraje como realizador de Gustavo Salmerón (Madrid, 1970), quien recupera la historia de su madre para filmar este documental que mezcla picardía, realidad y melancolía en un juego narrativo donde lo cotidiano se vuelve algo irónico y divertido de contar. El actor madrileño no tiene reparo en retratar a su progenitora de manera frontal y directa, con sus defectos, añoranzas y amarguras. Aunque lo que brilla es el peculiar sentido con el que Julita ve pasar su vida en aquel castillo convertido en una inmensa montaña de objetos que guardan los rastros de una familia de clase media que por azares del destino se volvió “rica”.

La idea de buscar las vértebras de la bisabuela del director sirve como punto de arranque de la película, una exploración de la psique de Julita, sumergida entre diversas y, hasta cierto punto, contradictorias emociones que igual la llevan a profesar sus ideas conservadoras y su amor por José Antonio Primo de Rivera, abogado y político falangista, como a ser consciente –o eso queremos pensar– de las crisis económicas que sumergen a su país en la actualidad. En todo momento, el realizador pone en primer plano a su madre, protagonista de una “fábula” revestida por el sarcasmo y por la apropiación de un entorno marcado, en cierta instancia, por las diferencias de clase y un pasado en el que los restos de la dictadura franquista se entrevén en forma de discusiones.

Con un metraje que combina material de archivo y encuadres que semejan el formato de video casero, el documental juega con el concepto de lo cinematográfico. La cuarta pared se rompe. Hay frases explícitas en las que Julita evidencia su afán de que aquello que la sigue es una cámara que intenta contar su historia. Al principio, es renuente a narrarla, pero pronto el carácter fabulesco –impregnado desde el propio título del filme– fluye con una naturalidad luminosa, soportada por la cotidianidad de la vida en su castillo: ahí están las galletas sumergidas en el café con leche, las comidas familiares, el recuerdo de los antepasados, las discusiones en torno a diversos temas y el advenimiento de un suceso que define de forma importante la segunda parte de la película.

En apariencia, Muchos hijos, un mono y un castillo podría parecer un documental de manufactura sencilla: un hijo que recoge la historia de su familia y de su madre, envuelta en una aparente opulencia económica y el tiempo perdido. Sin embargo, la ironía con la que el realizador confecciona cada una de las imágenes, lideradas, sin duda, por la entrañable presencia de su madre, le otorga al documental un valor importante. No tanto por el sentido nostálgico que, de hecho, se rompe con cada aparición de Julita con sus ocurrencias quijotescas. Al contrario, brilla la traducción mnemotécnica de un hijo hacia quien lo crió, mostrando todos sus puntos de conflicto. El resultado es un homenaje escrito desde una mirada, por un lado, optimista y entrañable, pero por el otro, con una crudeza y sobriedad que nos recuerda que la vida, más allá de ser un cuento de hadas, es una comedia con muchos altibajos, nutrida por una trágica esencia: la realidad misma.


Edgar Aldape Morales es asistente editorial en la Cineteca Nacional. Formó parte de Talents Guadalajara 2018.

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