La camarista
Por Eduardo Cruz | 2 de noviembre de 2018
En 1981 la artista francesa Sophie Calle presentó L’hôtel, chambre 47 una serie de fotografías que mostraban el interior de las lujosas habitaciones de un hotel veneciano en el que trabajó de incógnito como mucama durante algunas semanas, y con las que, decía, exploraba la anónima intimidad de sus huéspedes. En los objetos abandonados y en el desorden al interior de los cuartos que les precedía, Calle proyectaba la vida de sus dueños. Su mirada, sin embargo, no era la de una simple recamarera sino la de quien, de manera profesional, se dedica a indagar en la mirada de los otros. Su proyecto se construía mucho más en la mirada y juicios del espectador que en los hábitos de los usuarios de los objetos que fotografiaba: «¿Qué miran los otros cuando me miran mirar?» pareciera ser la pregunta medular de su obra.
Ligeramente inspirada en dicho proyecto, pero cediendo el punto de vista a la clase trabajadora, La camarista (2018), opera prima de la cineasta mexicana Lila Avilés (ciudad de México, 1982), examina, con delicada atención, la injusticia social inherente a la estructura laboral interna de los grandes hoteles, espacios en los que la clase acaudalada y los obreros en turno comparten pasillos naturalmente, sin que un bando incomode al otro, pero cada uno jugando un rol específico. A través del discurrir diario de la vida de Evelia (Gabriela Cartol), una joven asistente de limpieza en uno de los hoteles más exclusivos de la ciudad de México, mientras ella deja pasar las horas de luz encerrada en dicha fortaleza observando, casi como pasmada, la vida de todos aquellos que residen en las habitaciones que le corresponde limpiar, se construye una película que evidencia y trabaja sobre la enorme brecha existente entre ambas partes: los absurdamente privilegiados huéspedes por un lado y, por el otro, las vicisitudes que enfrentan cada día los empleados que les sirven.
A la manera de Chantal Ackerman en su magistral Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles (1975) –y con una estructura narrativa similar–, Avilés introduce su cámara, casi voyeurista, en la rutina de su protagonista permitiendo con ello conocerla a detalle. Evelia aparece frente a nuestros ojos de a poco, entre sábanas sucias y detergentes para baño, siempre a través de la vida íntima de personas que ella no conoce pero atiende, y que cada semana son distintas. Su existencia se nos dibuja absolutamente contenida y controlada por los otros, hombres y mujeres favorecidos y mimados a los que debe pleitesía: entre la chica argentina que le pide reordene sus turnos para cuidar de su bebé mientras se ducha (a la vez que la misma Evelia debe resignarse a criar a su propio hijo sólo con la atención que puede prestarle desde el teléfono) y el viejo judío que necesita quien presione los botones del elevador por él, no hay gran diferencia: para los dos, en tanto prestadora de un servicio, Evelia es poco más que un objeto con cara. Debe su vida al hotel y es por esa razón que la cinta se teje casi por completo a partir de tomas interiores, revelándolo como una prisión (el monótono sonido del elevador y el murmullo de los corredores son aquí los carcelarios), mostrando la ciudad siempre a través de las ventanas, delegando al exterior una cualidad catártica cuando por fin, como a Evelia, nos es permitido acceder a él.
La tensión que existe entre el mundo de Evelia y sus compañeros de trabajo y el mundo de los huéspedes del hotel se hace patente, a pesar del carácter esquivo de la protagonista, en la elección de planos, resultando por demás interesantes las dinámicas entre los empleados que la cineasta nos permite ver y la manera en que los filma, como si procurara mostrar un lado de la moneda que les ayuda a sobrellevar la realidad que les tocó vivir y cediendo a ellos la oportunidad de decidir la forma en que prefieren ser vistos.
Eduardo Cruz es ilustrador independiente y coeditor de la revista Correspondencias: Cine y pensamiento. Ha colaborado con el Festival Internacional de Cine UNAM (FICUNAM), la gira de documentales Ambulante y la revista Crash.mx. Formó parte de Talents Guadalajara 2018.