Estamos aquí, Thalía, estamos aquí

Estamos aquí, Thalía, estamos aquí

Por | 12 de septiembre de 2018

Nuestra principal ventana al mundo hoy cabe en la palma de una mano. La pantalla de un teléfono móvil –con acceso a internet– se alimenta de un torrente continuo de momentos que no discrimina entre lo relevante y lo banal: acontecimientos noticiosos, memes, denuncias, recomendaciones musicales, selfies, videos de comida, postales de viajes, frases inspiracionales, fotos de perritos… La producción, difusión y consumo de contenido en las distintas plataformas no descansa. El internet, a la par de ser para todos y estar ahí todo el tiempo, también opera en función de cada quien: mientras somos parte de la masa, mantenemos la ilusión del consumo y la producción individual. En medio de este continuum de datos, de repente algo sucede y llama la atención de más miradas. Lo viral conecta a los individuos en la vorágine de una época hiperestimulada y, así, muchos de nosotros recordaremos momentos como cuando el pobre Edgar se cayó o, más recientemente, cuando Thalía nos preguntó si la escuchamos, la oímos, la sentimos.

Hoy, a más de dos décadas de María la del barrio (Televisa, 1995), Thalía está en todos lados. Si antes estuvo en la cadena de televisión más grande de América Latina, ahora tiene un lugar privilegiado en los feeds de las redes. La transición de las plataformas tradicionales de consumo de productos audiovisuales a las plataformas en la época del internet requiere una reconfiguración de las maneras en que se piensa la distribución de los contenidos. Thalía la ha entendido como pocos, resurgiendo de las cenizas de un sistema analógico para aprovechar las nuevas plataformas y así renovar su vigencia.

¿Cuántos habrán escuchado el álbum anterior de Thalía? ¿Cuántos la habrán conocido o recordado por su colaboración con Maluma en 2016? ¿Cuántos habrán –o habremos– buscado su nuevo sencillo a partir de sus historias en Instagram? El fenómeno de estas “historias”, responsable directo del reciente boom de la cantante, exige una inmediatez y espontaneidad que no pueden conseguirse a través de la publicidad tradicional. Si antes los personajes públicos eran colocados en un estante inalcanzable recalcado por las pantallas, hoy esas mismas pantallas crean una ilusión de cercanía: el usuario de las redes puede tener acceso a sus cotidianidades –o, al menos, a una curaduría de ellas. La figuras mediáticas se publicitan a sí mismas en “primera persona”, nos muestran sus tazas de café de la mañana, sus momentos románticos en pareja, las monerías de sus mascotas, escenas backstage, procesos creativos, etc. El intermediario, ahora en forma de algoritmo, se desdibuja. Aunque los famosos siguen siendo ellos y estando allá, ahora muestran también que son como nosotros –vaya sorpresa.

Aunque lo que hace Thalía sigue estando, evidentemente, enfocado a un objetivo mercantil, hay algo en su manera de mostrarse que ha resonado particularmente entre los usuarios de las redes. Adoptando el papel de la tía borracha que, en cierta forma, desmantela el glamur antes indispensable para una figura de su tipo, Thalía se apropia de los medios a su alcance para construir una versión accesible, agradable, viralizable –y, claramente, redituable–, de un personaje que ya estaba consolidado. Con total agencia de su autorrepresentación, Thalía se ha convertido a sí misma en un chiste, lo asume y lo aprovecha. Si la gente se rió cuando preguntó, cantando improvisadamente, «¿Me oyen?, ¿me escuchan?, ¿me sienten?» y lo ha replicado una y otra vez; ella prolongó el chiste reposteando las imitaciones en sus propias redes y, después, grabando el tema en un estudio para colgarlo en Spotify. A diferencia de otros personajes que han sido arrastrados por la viralización –como Pedrito Sola, que se resistió mucho y al final terminó lanzando un canal de YouTube simpático pero poco espontáneo; o Verónica Castro que aceptó un papel de señora pacheca en una producción de Netflix–, Thalía aprendió a mantenerse a flote usando sus propios medios.

Tal vez, la manera en que aquellos que se consolidaron bajo los esquemas tradicionales de los medios puedan permanecer vigentes es reconociendo que nada es permanente, aprendiendo a no tomarse a sí mismos demasiado en serio. Sí, el mercado muta, pero sigue rigiéndose por los mismos principios, el personaje no ha dejado de ser un producto comercializable: al final, hay que vender. Aunque Thalía haya aprendido a nadar, sigue siendo movida por una corriente, capitalizando su tiempo libre mientras se exhibe de acuerdo a lo que su público/mercado ahora espera de ella. Si antes respondía a la lógica de la actriz de telenovelas o el sex symbol, ahora sigue ciertas reglas de las redes sociales que no por ser más recientes son menos restrictivas. Aunque el papel le siente, esa naturalidad y esa aparente accesibilidad siguen siendo producto de algo que la rebasa y que, por tanto, nunca controlará totalmente. ¿No es entonces esta espontaneidad una aceptación voluntaria de la explotación y, por lo mismo, una estrategia perversa?


Ana Laura Pérez Flores edita Icónica y es asistente editorial en Cal y Arena. @ay_ana_laura