Arabia

Arabia

Por | 23 de julio de 2018

«Es difícil escoger algo para contar porque, al final, todo lo que tenemos es aquello que recordamos». Así inicia el relato de Cristiano. Escribir, dice, no es algo que le venga fácil. Si lo hace es para cumplir con una tarea que forma parte de su taller de teatro: contar un suceso importante para él. La respuesta está en su forma de narrar, que, al igual que él, nunca se detiene demasiado tiempo en ningún sitio. ¿Es suficiente extraer un solo capítulo de una vida? Para él, el punto cumbre fue su breve encuentro con Ana; pero, si va a hablar de esto, hace falta reconocer toda la serie de desventuras, encuentros, desencuentros, decisiones y casualidades que permitieron que sucediera. Nada surge de forma espontánea.

Cristiano es un obrero que nos es presentado casualmente desde los ojos de quien se convertirá después en el lector de su historia. Este joven, cuando Cristiano sufre un accidente que lo deja en coma, encuentra su cuaderno y comienza a leerlo. Desde el momento en que el hilo narrativo se desplaza de la historia del joven que encuentra el cuaderno a la historia de quien escribió en él, Arabia (ArábiaJoão Dumans y Affonso Uchoa, 2017) se convierte en un ejercicio de autonarración que, como todas las historias personales, se alimenta de las voces a su alrededor. A su vez, Cristiano seguramente se habrá convertido en una de las voces alimentando la historia del joven lector.

En el relato de Cristiano (Aristides de Sousa) hay lugar para un sinfín de elementos: la noción de que cada quien tiene una historia propia, los matices que proveen las canciones que uno escucha, las personas con las que uno dialoga superficial o profundamente, las experiencias en los trabajos que uno ejerce, los paisajes que uno atraviesa, las frustraciones, los arrepentimientos, las culpas, los obstáculos, los miedos y los mensajes que son revelados en sueños… Uno nunca es solo, la historia propia se entreteje con muchas otras historias que existieron antes de su encuentro con uno y seguirán existiendo después.

Cristiano hace un esfuerzo por (re)construirse a sí mismo a través de la palabra sin detenerse más de lo necesario en ningún evento: el hombre no se limita a ser un sujeto político, una pareja, una persona de familia, un trabajador, un amigo. Es todo a la vez. Tampoco hay momento en el tiempo que se sostenga por sí mismo, los instantes son parte de un continuum. Los años que Cristiano elige narrar comienzan en un momento muy claro, con la decisión que lo llevó a la cárcel; sin embargo, conforme su relato se aproxima al presente, los tiempos se volverán más difusos para culminar en la descripción de un sueño que ha tenido recurrentemente: está solo en un bosque y escucha que a lo lejos hay gente buscándolo.  No sabemos si Cristiano morirá pronto o despertará del coma, pero su sueño funciona como puntos suspensivos en su narración, hasta que no haya un punto final nos seguimos narrando, nos seguimos construyendo: «Toda la noche pensé en una sola cosa, estaba vivo, todavía podía respirar».


Ana Laura Pérez Flores edita Icónica y es asistente editorial en Cal y Arena. @ay_ana_laura