Estallar las apariencias: Teo Hernández

Estallar las apariencias: Teo Hernández

Por | 18 de mayo de 2018

Es común que en el esfuerzo por ahondar en creaciones experimentales, el espectador y el curioso tengan que buscar un punto de anclaje desde el cual puedan digerir la inasibilidad que los afronta. Un balance entre lo conocido y lo ignoto que permita al sujeto dar sentido a lo que está viendo, o por lo menos, sacar algo de ello. Con una museografía amigable y una curaduría concreta, la retrospectiva Estallar las apariencias: Teo Hernández logra brindar este equilibrio necesario para empezar a comprender la vasta y desafiante obra del realizador experimental michoacano.

Yuxtapuestos a las imágenes que mutan de forma descomunal, los altos muros blancos del Centro de la Imagen fungen como albergue de esta muestra, que aunque sintética, no escasea en brindar una idea general de las distintas etapas del creador en las cuales realizó más de un centenar de filmes en distintos formatos. Separado en tres salas, el recorrido presenta algunas de las cintas realizadas por Hernández –destaca su primer largometraje, Salomé (1976) al igual que stills, fotografías, escritos y revistas del Metrobarbèsrochechou Art, colectivo que formó con algunas de sus amistades.

Pasando por su continua búsqueda de un Yo, sus exploraciones místicas/religiosas, sus retratos antiturísticos y quizás más notablemente, el encanto que le generaba la danza, la exposición encuentra en la condición nómada del artista, a suponer por el enorme mapa de sus viajes en la entrada de la primera sala, su punto central. Hernández (Ciudad Hidalgo, 1939-París, 1993), radicado principalmente en el París contracultural de los setenta y ochenta –el mismo de Foucault y otros intelectuales marginales– se caracterizó por realizar un sinfín de excursiones a diversos destinos y ciudades en las cuales nunca dejó de experimentar con el aparato fílmico. En ese sentido, la retrospectiva funge también como una pausa que permite observar los frutos de una carrera definida por un desplazamiento constante, tanto del creador como de su mirada.

Si bien existe un eje discursivo que unifica la obra de Hernández –por un lado se opone a la imagen como una realidad reproducida de manera vulgar y, por otro, celebra la capacidad de desarticular la visión normativa– su cometido con la exploración meramente formal es igual o más importante que la teoría. Sin embargo, esto en ningún momento hace de sus filmes frívolos artificios técnicos, al contrario, los dota de una identidad personal que muchas veces se encuentra ausente en los campos más arriesgados del arte. Con base en los escritos presentados en la muestra, podemos afirmar que la forma y su primacía son consecuencia del deseo del realizador, y que a partir de éstas, el espectador puede experimentar lo que Deleuze llamaría imágenes-afecto: los impulsos vitales del realizador plasmados como fotogramas de celuloide.

Sin explicaciones de gran aliento ni salas inabarcables que sofoquen a los visitantes, Estallar las apariencias es un buen punto de partida para comenzar a visitar la obra de uno de los cineastas experimentales más prolíficos y provocadores, misma que hasta ahora, comienza a ser sujeto de estudio para académicos e historiadores.

 

Estallar las apariencias: Teo Herández continuará en exhibición en el Centro de la Imagen hasta el 15 de julio de 2018. Algunos de los programas de proyección forman parte de Injerto, la sección experimental de Ambulante, con la que la obra de Hernández recorrió México por primera vez. 


Santiago Gómez Fernández estudia Comunicación en la Universidad Iberoamericana y forma parte del equipo de redacción de Icónica.