En memoria de Isao Takahata
Por Jessica Fernanda Conejo | 18 de abril de 2018
Sección: Ensayo
El pasado 5 de abril murió en un hospital de Tokio Isao Takahata, una de las más grandes personalidades del mundo de la animación. El director, productor y guionista de múltiples proyectos para cine y televisión es conocido internacionalmente por ser cofundador de los Estudios Ghibli, al lado de su amigo y colaborador Hayao Miyazaki. Quizá su obra no sea tan conocida como la de este último; sin embargo, en sus creaciones podemos encontrar una aproximación estética al arte de la animación que trasciende, como toda gran pieza audiovisual, los límites entre realidad, ficción, drama y vida cotidiana.
Takahata (Ise, 1934) estudió Literatura Francesa en la Universidad de Tokio, y sin duda, su interés por la cultura francófona es a lo que debemos su decisión de adentrarse en el mundo de la cinematografía animada. Él mismo relata en una entrevista con Gilles Ciment que en el curso de sus estudios vio la adaptación de un cuento de Hans Christian Andersen, La pastora y el deshollinador (La bergère et le ramoneur, 1952) realizada por Paul Grimault, y que este hecho cambió su vida.
Su primer largometraje como director, realizado al abrigo de los estudios Toei Animation, fue Las aventuras de Horus, príncipe del Sol (Taiyō no ōji: Horusu no daibōken, 1968). Además de esta primera incursión en la cinematografía, su paso por Toei tuvo como resultado el vínculo con Miyazaki, quien participó como parte del equipo de animación. Las aventuras de Horus, situada al Norte de Europa en la Edad de Hierro, narra la historia de un jovencito que tiene como misión salvar a un pueblo del demonio Grunwald, con ayuda de la Espada del Sol. La cinta es una sencilla exploración de valores humanos como la fraternidad y el arrojo, y también es un sencillo impulso para lo que se convertiría en una carrera sólida tanto en el aspecto técnico como en el temático.
En los años setenta se estrenó la producción para televisión más famosa de Takahata, conocida en Latinoamérica como Heidi, la niña de los Alpes (Arupusu no shōjo Haiji, 1974). El segundo anime del director, diseñado y animado también por Hayao Miyazaki, está basado en el libro homónimo de Johanna Spyri, pertenece al género kodomo (para niños) y cuenta la historia de una niña huérfana que va a vivir con su abuelo en Los Alpes. Con su amigo Pedro, Heidi se dedica a pastorear a las cabras en las montañas hasta que su tía llega para llevársela a la ciudad, donde conoce a Clara, quien no puede caminar y utiliza una silla de ruedas para moverse. En el museo Ghibli en Tokio están exhibidas las fotografías de los paisajes suizos que Miyazaki utilizó como inspiración para dibujar los famosos fondos de este anime, y al compararlos uno puede notar la habilidad de los artistas japoneses para recrear una belleza que no se conforma con imitar lo natural. Heidi ha sido una de las series televisadas durante más décadas en México y Latinoamérica. Asimismo, da cuenta de la habilidad de Takahata para realizar adaptaciones de obras literarias, principalmente europeas, y convertirlas en animación. Es el caso también de Marco y Ana de las tejas verdes. Marco (Haha wo tazunete sanzenri, 1976) es la adaptación del relato “Marco, de los Apeninos a los Andes”, del italiano Edmondo de Amicis; y Ana de las tejas verdes (Akage no An, 1979) está basada en la novela homónima de Lucy Maud Montgomery. Estas tres series animadas forman parte del diseño de contenidos del Teatro de Obras Maestras del Mundo, de los estudios Nippon Animation, dedicado a la exploración audiovisual de relatos infantiles.
Ana de las tejas verdes (Akage no An, 1979)
Takahata realizó Goshu el violoncelista (Sero hiki no Gōshu, 1982), antes de independizarse junto con Miyazaki para fundar Ghibli. Takahata cuenta que Miyazaki deseaba adaptar su propio manga, Nausicaä: Guerreros del viento (Kaze no tani no Naushika, 1984), lo que motivó a este par de amigos y colaboradores a emprender la realización fuera de Nippon Animation. Este trabajo confluiría finalmente en la creación de la que más tarde llegaría a ser una de las más importantes empresas de animación a nivel mundial. Nausicaä se considera la primera entrega del equipo de producción de Ghibli, y también es la primera cinta de Miyazaki en la que Isao Takahata fungió como productor. Más tarde también produjo El castillo en el cielo (Tenkū no shiro Rapyuta, 1986) y Kiki: Entregas a domicilio (Majo no takkyūbin, 1989)
Tres años después de la fundación formal de los Estudios Ghibli, en 1985, Takahata realiza la que es considerada su obra maestra: La tumba de las luciérnagas (Hotaru no haka, 1988). Esta producción, una de las cintas bélicas más bellas de la historia del cine, relata la historia de Seita, un joven de catorce años, y su hermana Setsuko, diez años menor. Los hechos suceden en Kōbe, ciudad bombardeada duramente cerca del fin de la Segunda Guerra Mundial. La casa de los hermanos es destruida y su mamá resulta asesinada. Ya que su padre servía en la Marina Imperial Japonesa, los pequeños se ven obligados a vivir con su tía, que no hace sino tratarlos con frialdad y casi nula humanidad. Es por ello que deciden vivir de forma independiente en un refugio antibombas en las afueras de la ciudad. El relato es contado a partir del personaje de Seita, quien va narrando poco a poco los hechos acontecidos durante las últimas semanas de su vida.
En La tumba de las luciérnagas puede notarse la diferencia de estilos entre Miyazaki y Takahata: mientras el primero se distingue por explorar los terrenos de la fantasía, el segundo está más interesado por los componentes dramáticos de la vida real. Al respecto, Takahata ha afirmado también que «la animación es el mejor medio de mostrar lo real». Convencido de que en una producción live action no se puede mostrar objetivamente la realidad porque hay necesariamente una reconstrucción, el director expresa que la animación, al no buscar ocultar su artificialidad y mostrarse directamente como una “interpretación artística”, puede entonces comprometerse a mostrar lo real.
La tumba de las luciérnagas está basada en la novela autobiográfica de Akiyuki Nosaka, quien era un adolescente de quince años al final de la guerra. Esta obra literaria es una de las más importantes de la posguerra en Japón y, a decir de Takahata, narra una serie de acontecimientos que pudiesen ser representativos de cualquier época y de cualquier lugar, al explorar los matices más profundos e inocentes de la humanidad de los personajes. El propio Takahata era un niño de diez años en el períiodo en que se desarrolla la historia de la cinta y, por ello, logra capturar la esencia de un espacio tiempo que, en su particular realismo, consigue despertar el afecto por Seita y su pequeña hermana. Respecto a la técnica fílmica, el director resalta que tanto la gestualidad como los movimientos de Setsuko sólo eran posibles de capturar en animación, lo que revela su habilidad para construir personajes delicadamente realistas. Lo mismo ocurre con los paisajes desoladores que aparecen tras los bombardeos, que asemejando acuarelas (como también ocurrirá años más tarde en La princesa Kaguya) consiguen un detallismo muy conmovedor en el marco del relato de los pequeños hermanos. Dicho relato transcurre entre tiernas escenas con tintes lúdicos, y amargos contrastes con una cruel lucha por la supervivencia. Gracias a este tratamiento es posible que incluso el público más joven logre tomar conciencia de la cruda realidad de la guerra.
Después de La tumba de las luciérnagas Takahata realizó otras cuatro películas dentro de Ghibli: Recuerdos del ayer (Omohide poro poro, 1991), Pom Poko (Heisei Tanuki Gassen Ponpoko, 1994), Mis vecinos los Yamada (Hōhokekyo tonari no Yamada-kun, 1999), y La princesa Kaguya (Kaguya-hime no monogatari, 2013). Sin duda esta última es la que más resalta dentro de la estética personal del director y productor japonés; no obstante, es preciso hablar del resto de sus filmes para dar cuenta de la diversidad de aproximaciones a las problemáticas de la vida cotidiana que le caracterizan.
Recuerdos del ayer tal vez resulte atípica dentro de Ghibli, así como del mundo más conocido del anime japonés, relacionado con los tintes apocalípticos y de ciencia ficción de principios de los noventa. No obstante, es una cinta que fortalece la premisa de Takahata de que la animación puede tratar con cualquier tema humano incluso con más aciertos que el live action. Taeko Okajima, a sus veintisiete años de edad decide pedir permiso en el trabajo para ir desde Tokio a Yamagata a pasar un tiempo con sus cuñados en el campo. En el camino un mar de recuerdos llega a ella y da paso al segundo metarrelato de la cinta, dedicado a las memorias de la joven en su infancia cuando asistía al colegio durante los años sesenta. Particularmente esta parte de la película está basada en el manga Los recuerdos no se olvidan de Hotaru Okamoto y Yuko Tone, que se complementa con la imaginación de Takahata para dar vida al periodo adulto de la protagonista. En la banda sonora podemos escuchar desde Brahms hasta la canción estadounidense «The Rose», cuya letra fue adaptada al japonés por el propio Takahata, quien con esta película buscaba resaltar las trivialidades cotidianas que dejan de tener importancia en la vida adulta y que, sin embargo, son determinantes para la vida de los adolescentes. Recuerdos del ayer tuvo muy buena recepción en Japón, principalmente entre el público femenino.
El noveno largometraje lanzado por Ghibli es Pom Poko, una cinta un tanto atípica dentro de la filmografía de Takahata, ya que está protagonizada por perros mapache, que son criaturas propias del folklor japonés, a través de los cuales se filtran problemáticas contemporáneas del país nipón. Los tanuki son unos divertidos personajes que asustan a los humanos gracias a sus poderes de transformación, que por medio del relato cómico que construye Takahata, con ayuda de Miyazaki, delatan los costos del progreso para la naturaleza. Este tema ha sido tratado en otras producciones de Ghibli, como en La princesa Mononoke (Mononoke hime, 1997), de Miyazaki. Pom Poko es también una fábula sobre el olvido de los temas folklóricos de las generaciones pasadas por causa de la velocidad de la vida moderna: «nosotros somos tanukis obligados a disfrazarnos de ciudadanos», comenta el director.
Takahata regresó a la vida cotidiana en Mis vecinos los Yamada, primera película de Ghibli realizada por completo en computadora y que, sin embargo, es representativa de la cercanía entre el manga y el cine de animación por el estilo impreso por el director, aparentemente menos complicado técnicamente. La cinta trata sobre una familia japonesa “término medio”, y está basada en el manga de Hisaichi Ishii, que poco a poco fue volcando su atención hacia la niña pequeña de la familia, llamada Nonoko-chan y que continuó publicándose en el diario Asahi Shinbun. Su estilo sencillo, con tonos pastel y escenas tranquilas probablemente contraste con el resto de los filmes de Ghibli y quizá por eso no fue muy exitosa en Japón, ni en el resto del mundo. Lo que podemos resaltar de la cinta es su semejanza con las tiras cómicas que normalmente aparecen en periódicos, su carácter más bien fragmentario que construye pequeñas anécdotas en torno a la familia y su clave cómica poco habitual en el cine costumbrista de Takahata.
La princesa Kaguya (Kaguya-hime no monogatari, 2013)
La última película realizada por el artista nipón es otra pieza indiscutible de la mejor animación de los tiempos recientes. La princesa Kaguya está basada en un cuento popular japonés y relata cómo un talador que encuentra a la princesa bebé en un tallo de bambú, la cría junto con su esposa hasta que tiene la edad adecuada para contraer matrimonio. Es entonces cuando un grupo de ambiciosos varones intenta conquistarla fingiendo valentía, intrepidez y entrega. La princesa, bajo el matiz de la mujer empoderada que tanto caracteriza a los Estudios Ghibli, rechaza a todos y prefiere la soltería a la mascarada de la unión utilitaria. En una época de efectos especiales cada vez más extremos, 3D, 4D y demás fantasías digitales, Isao Takahata decidió ponerse a dibujar detalladamente y construir con sus propias manos el mundo de la princesa Kaguya. Con notable influencia del estilo pictórico budista sumi-e, pero complementándolo con una variedad de coloridos paisajes, el trabajo de Takahata resalta el valor significativo de las líneas aparentemente simples, pero que revelan profundas significaciones estéticas, y que recuerdan el sostén artístico y artesanal de la animación.
Desde el lanzamiento de La princesa Kaguya se sospechaba que ésta sería la última cinta de Isao Takahata. Al respecto, en una entrevista con Nando Salvà, el director rescata una idea que resulta pertinente tras su reciente fallecimiento: «Con mis historias trato de animar a la gente a que viva su vida de la forma más intensa posible, que sea la mejor versión de sí misma y no se deje distraer por bagatelas como el dinero o el prestigio. Nuestra existencia es algo precioso porque es finita. Un día nos vamos a morir y debemos aprovechar al máximo nuestro tiempo, y allanar el camino para aquellos que vendrán después de nosotros». La existencia reconfortante de la princesa de la película siempre tuvo ese carácter de finitud, y por ello la historia retrata ese impulso de vida que su creador buscaba.
Isao Takahata, en la diversidad de su producción audiovisual, siempre fue fiel a su confianza en las pequeñas cosas, en la importancia de lo cotidiano frente al ímpetu de lo que él llama “bagatelas” y que tiene que ver con un sistema que mercantiliza nuestro tiempo y nuestro espacio de vida. Exponer estas ideas en términos sencillos es, sin duda, un gesto político que no debemos olvidar al recordar su obra, que viste su estética de una belleza consciente.
Jessica Fernanda Conejo es licenciada en Comunicación (especializada en Producción Audiovisual), maestra en Historia del Arte y doctora en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM. Es miembro del Seminario Universitario de Análisis Cinematográfico.