El proyecto Florida
Por Rebeca Jiménez Calero | 22 de marzo de 2018
A finales del año pasado cuando empezaron a publicarse las listas con lo mejor de 2017, Indiewire decidió preguntarles a varios cineastas por sus filmes favoritos. El español Pedro Almodóvar incluyó entre ellas a El proyecto Florida (The Florida Project, 2017) diciendo que la película de Sean Baker le recordaba a Los olvidados (1950), de Luis Buñuel. Aunque muchos considerarán la comparación demasiado atrevida, entiendo el símil que encontró Almodóvar entre ambos largometrajes: los dos tienen como protagonistas a niños que, creciendo en condiciones adversas de pobreza y marginación, se las arreglan para pasar el tiempo, conseguir comida, divertirse –a veces a expensas de otras personas–, sin estar demasiado al pendiente de su precaria situación. Pero a diferencia de Buñuel, que se decantó por un enfoque pesimista para retratar a los niños marginados de la ciudad de México, Sean Baker (Summit, Nueva Jersey, 1971) optó por un tono distinto en la narración de El proyecto Florida, pues éste se filtra a través de los ojos de la pequeña Moonee, de 6 años, que vive con su mamá en un motel cercano a Disney World, en Florida.
Es por ello que la mayor parte del tiempo, la cámara –con una espléndida fotografía del mexicano Alexis Zabé– se encuentra a la altura de los ojos de la niña y los espacios abiertos se ven más grandes de lo que realmente son. Asimismo, los colores pastel lucen más brillantes que nunca y Magic Castle, el motel donde transcurre gran parte de la trama, es de un morado que es imposible dejar de ver. Esta visión resplandeciente no hace sino resaltar de manera más evidente el contraste entre la forma y el fondo de esta historia. Y es que las vidas de Moonee y Halley no son de color de rosa, por más que así lo parezcan.
Ambas pertenecen a un estrato social que se ha visto excluido del sueño americano. Aunque viven a unos cuantos pasos del “lugar más feliz sobre la Tierra”, su existencia está confinada a un cuartucho de motel que tienen que pagar por semana –con muchas dificultades– y, mientras Halley sobrevive con la ayuda que recibe de la beneficencia y vendiendo copias baratas de perfumes, Moonee debe sobrellevar las aburridas vacaciones de verano haciendo lo que le proporciona más felicidad: jugar con sus amigos.
Al elegir como su narradora a Moonee, Sean Baker presenta dos planos narrativos: el de la niña, que es el más claro, el más evidente y el que visualmente está siempre en foco, y el de los adultos que la rodean, que es más sutil, menos explicatorio y que muchas veces no aparece a cuadro o aparece fuera de foco. De este modo vemos cómo mientras Halley discute acerca de un empleo con una trabajadora social, el foco de atención se centra en Moonee, cuya mirada se divide entre los juguetes que tiene en las manos y la discusión de las dos mujeres. La mayoría de las escenas está construida de ese modo: no es importante ver qué situaciones se están desarrollando, sino ver cómo es que la niña las está viviendo y entendiendo.
Es así que estamos ante un relato que es explícitamente ambivalente ante lo que muestra y cómo lo muestra. Las condiciones de sobrevivencia de las protagonistas son filtradas a través de la inocente mirada de Moonee, quien debido a su edad no alcanza a comprender por completo las estrategias de su madre para poder hacerse de algunos billetes: a ella sólo le interesa hacer travesuras con sus amigos y, cuando se puede, comer hasta atascarse.
El contrapeso entre estas dos mujeres, que debido al comportamiento irresponsable de Halley se trata más de una relación de amigas y cómplices que de madre e hija, lo otorga Bobby, el administrador del motel, interpretado por Willem Dafoe. Bobby tiene que lidiar con inquilinos que no pagan a tiempo, con máquinas que deben repararse permanentemente, con una mujer que insiste en asolearse topless, con peleas en el estacionamiento, y un largo etcétera, sin embargo, también se da tiempo para echarles la mano a Halley y a Moonee cuando puede y cuando su paciencia se lo permite. A lo largo de la historia descubrimos que Bobby no es más que un hombre trabajador de buen corazón. La actuación de Dafoe, al ser tan sutil, es perfecta, como perfecta es la escena en que Bobby descubre a un hombre ajeno al motel que parece estar rondando a un grupo de niños.
Sean Baker jamás ve con condescendencia a sus personajes, pero tampoco trata de pintar una realidad que no existe: ese motel de color morado alberga a numerosas familias que como la de Halley y Moonee están al borde de la marginación; algunos podrán mudarse pronto de ahí, otros no. La mayoría está conformada por familias uniparentales, madres, padres, abuelas o abuelos que tuvieron que hacerse cargo de sus hijos o nietos ellos solos y que tienen que hospedarse en moteles baratos porque hacerse de una casa es imposible. De hecho, en el filme también hay una referencia al estallido de la burbuja inmobiliaria que afectó estados como el de Florida, en donde miles de viviendas quedaron abandonadas cuando las hipotecas se volvieron impagables. Sin embargo, la historia nunca se vuelve lastimera a pesar de su contexto.
Creo que el espíritu de El proyecto Florida –y que desde el inicio queda patente con el uso de “Celebration” en los créditos– recae en el carácter indomable de Moonee, interpretada por Brooklynn Prince. Ella es el motor y el corazón de esta historia, y es sumamente refrescante que su actuación resulte muy natural, sin imposturas ni diálogos propios de un adulto. Si como espectadores podemos pasar de odiarla un poco al principio, a sentir cierto afecto por ella hacia el final, es porque lo que vemos es a una niña de seis años que no intenta ser otra cosa.
En cierto momento, Moonee lleva a su nueva mejor amiga Jancey a un manglar a comer pan con mermelada mientras están sentadas sobre el tronco de un gran árbol, y le dice: «Este árbol es mi favorito, porque se cayó y sigue creciendo». Creo que así es un poco la historia de El proyecto Florida: se desarrolla dentro de un contexto estropeado, y no obstante, sigue creciendo, porque sus personajes, incluso en las situaciones más desfavorecedoras, nunca se dan por vencidos.
Rebeca Jiménez Calero es comunicóloga. Se dedica a la traducción y edición de subtítulos para festivales de cine. @rebecajc