La energía misteriosa que nos rodea: Sobre lo infinito, de Roy Andersson
Por Carlos Avendaño | 10 de junio de 2021
Sección: Crítica
Temas: About EnldessnessOm det oändligaroy anderssonSobre lo infinito
Es irónico que una película que lleva por título Sobre lo infinito dure alrededor de una hora y quince minutos. Más extraño sería describirle a alguien su trama: una serie de viñetas que captan un pedacito de la vida de diferentes individuos en una ciudad sueca. En la misma película en la que vemos la crisis religiosa de un sacerdote, vemos a un hombre rogando por su vida y a un grupo de adolescentes bailando en un café. Y sin embargo, la aparente disparidad entre las escenas oculta una oscura reflexión sobre la vida humana.
En una de las escenas, un adolescente lee un fragmento de su libro de química: «La primera ley de la termodinámica indica que todo es energía y que no puede ser destruida. Es infinita. Sólo puede transformarse de una forma a otra». Después le dice a su amiga, que está sentada en la cama frente a él: «Eso significa que tu eres energía, yo soy energía. Y que tu energía y mi energía no pueden dejar de existir. Sólo puede transformarse en algo nuevo». El fragmento aparentemente inocente parece explicar cuál es la intención de Roy Andersson con Sobre lo infinito (Om det oändliga, 2019): si una viñeta es energía y se transforma en otra diferente, entonces la conjunción de las viñetas es la transformación visual de la vida en sus diferentes formas. Pero, ¿qué estamos observnado realmente?
En Sobre lo infinito, Roy Andersson (Gotemburgo, 1943) nos invita a observar e investigar una razón que unifique todas las situaciones que estamos percibiendo en la película. Sobre lo infinito no cuenta una historia de una manera tradicional. Aunque hay dos breves líneas narrativas que aparecen repetidamente, la del sacerdote que pierde su fe en Dios y la del hombre que no es recordado por su compañero de la preparatoria. Una voz en off, que parece ser la de una narradora, nos presenta la escena: observamos a un joven que se enamoró en la calle, a unos padres que visitaron la tumba de su hijo, a un hombre que lloró en el transporte público. Los planos usualmente son amplios y largos, limpios, cuyas líneas siempre se dirigen hacia el punto de fuga. De modo tal que pudiera existir un mundo más allá del que vemos en pantalla. ¿Por qué detenernos en escenas o cuadros de la vida tan diferentes unos de otros?
Tanto la presencia de una constante cámara fija como la ausencia de movimiento al interior del plano sugieren una percepción estática del tiempo. Las acciones individuales de los personajes no cambian ni afectan drásticamente el estado de nada. Ni el baile de las jóvenes, ni la visita de los padres a la tumba de su hijo, ni la crisis religiosa del sacerdote tienen impacto. Esta idea tiene mayor resonancia al contrastarla con la incapacidad que muestra el doctor o el ciudadano cuando se niegan a consolar a una persona quebrada emocionalmente por, según pretextan, falta de tiempo. De una manera sensible, Sobre lo infinito cuestiona cómo percibimos el tiempo y el espacio en nuestro día a día. No hay lugar para la tristeza, como en la escena del transporte público o en la clínica del doctor, o incluso, no hay tiempo para consolar a otros, porque el mundo hay que vivirlo rápido o se termina pronto.
Por otro lado, la desconexión entre los segmentos crea un mosaico de contrastes emocionales. Si cada segmento es energía, y cada uno se transforma en otro, cambia de espacio y tiempo, lo que parece sugerirse es que hay una energía que unifica cada situación que hemos observado. Pero, ¿qué sentido habría en un mundo cuya energía se manifiesta tanto como destrucción como nacimiento? Quizá la pregunta clave sería, ¿qué constituye esa energía? En ese sentido, la operación de Sobre lo infinito en el espectador consiste en invitarlo a indagar o reflexionar, a preguntarse si la vida es sufrimiento o gozo. ¿Es alegría?, ¿es dolor?, ¿es la memoria?, ¿el amor? o ¿no hay ningún sentido?
La experiencia de Sobre lo infinito asemeja el sentarse en una banca una tarde de domingo en el parque para observar a los transeúntes que también, como el que observa, transitan en la vida. Quizás no exista una respuesta clara a la pregunta hacia el final, o las reflexiones nos lleven hacia una confusión inexpresable. Por eso el título parece acertado: quizá nunca descubramos esa energía detrás de todas las situaciones de la vida. En otras palabras, la vida es infinta e inabarcable, pero en nuestro limitado tiempo en la Tierra, podemos permitirnos sentarnos a pensarla y vivirla.
Carlos Avendaño estudia Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.