¿Puede la dialéctica romper ladrillos?
Por Rafael Paz Esparza | 8 de marzo de 2019
Sección: Crítica
Directores: René Viénet
Temas: ¿Puede la dialéctica romper ladrillos?La dialectique peut-elle casser des briques?René Viénet
Sí, esta mierda surge del estúpido y obtuso leninismo de Trotski.
Pero no seamos demasiado crueles con el abuelo de la burocracia. Es tan arcaico.
¿Puede la dialéctica romper ladrillos? (La dialectique peut-elle casser des briques?, 1973) es el ejercicio más logrado de René Viénet (El Havre, 1944) como realizador y el mejor ejemplo del situacionismo. Estamos ante una película cuya misión principal es la subversión y cuestionar sin descanso la ideología detrás de los movimientos políticos de la Francia setentera (establecidos como el capitalismo o el maoísmo y otros teóricos como el marxismo “verdadero” y los que se sumen).
Viénet narra que ante la imposibilidad de filmar su propia película –subversiva, revolucionaria y anarquista– por falta de fondos y su propia juventud, durante un viaje tuvo la idea de comprar varias cintas hongkonesas que estaban a punto de ser destruidas (porque sus productores no tenían donde almacenarlas y era más barato destruirlas que encontrar una bodega adecuada). Así fue como compró una copia de una de Crush (Tang Shou Tai Quan Dao, Tu Guangqi, 1972) y regresó con ella a Francia, donde la “intervino”, insertando en los subtítulos bromas en contra de la ideología. Woody Allen había intentado algo similar en Lily, la tigresa (What’s Up Tiger Lily?, 1966), aunque con intenciones más bien ñoñas.
El resultado es una comedia cargada de política, sin respeto por ninguna institución (política, social o clerical), que obtiene su fuerza cinematográfica del cambio de contexto dotado por Viénet. La propuesta básica de Crush, que sigue la fórmula de la mayoría de las cintas de artes marciales de la época –clanes de guerreros bienintencionados se enfrentan a otro clan malvado, lucha en la que interviene un elegido, un poderoso guerrero capaz de proezas físicas inimaginables– funcionó como un lienzo en blanco para el joven Viénet, ávido lector de teoría política. Incluso los colores están a su favor, nuestro héroe comunista porta un adecuado color rojo en la confrontación final.
El mejor ejemplo es la manera en que transforma a un niño en el personaje más subversivo de su comedia. El infante demuestra –en sus diálogos– estar mucho más adelantado en sus lecturas anarcosocialistas que el resto de los adultos, además de tener un pícaro sentido del humor, se muere por matar a todos los curas que osen cruzar su camino; y con un precoz deseo sexual, en una de las secuencias exclama que con gusto le dará un masaje con aceite a una de sus pequeñas camaradas, por ejemplo.
La combinación es explosiva y muy divertida, porque los diálogos de Viénet van a contracorriente de lo que esperamos de una película de artes marciales. La yuxtaposición de imágenes y conceptos hace digerible la pesada teoría política del director. Además, al montar un ataque contra todo lo establecido, el realizador logra hacernos cuestionar nuestra propia ideología: ¿peleo contra la opresión capitalista o me he convertido en un autómata al servicio de la burocracia y el sistema? La respuesta herirá a más de un corazón revolucionario.
Viénet expresó tristeza durante una de las presentaciones del FICUNAM 2019 por qué, a sus ojos, el situacionismo no tuvo herederos. Esto se debe, en parte, a que el mismo Viénet no pudo continuar su carrera (no era santo de la devoción de los intelectuales de la época) y a que sus siguientes intentos radicalizando películas no alcanzan el nivel de ¿Puede la dialéctica romper ladrillos? El humor es presa fácil del paso del tiempo y de la pérdida de contexto histórico, en este caso de la politizada Francia de los años 70.
Sin embargo, Viénet sí tuvo herederos, tal vez no cinematográficos como él lo quisiera, que viven conectados a una pantalla, son anónimos en la mayoría de los casos y no siguen regla alguna. Las instituciones les importan poco y están preparados para burlarse de cualquiera, sin importar su apellido, profesión o creencia. Seguro Hitler tiene algo qué decir al respecto antes de irse a platicar a su casa:
Rafael Paz es editor en jefe en ButacaAncha.com y conductor de Derretinas en la barra Resistencia Modulada de Radio UNAM. @pazespa