Liv & Ingmar
Por José Antonio Valdés Peña | 1 de enero de 2014
Sección: Crítica
Temas: Dheeraj AkolkarLiv & IngmarLiv Ullmann. Ingmar Bergman
Un par de carbones, en el interior de un proyector, se encienden. Es la chispa necesaria para que la maquinaria se active y la película comience a correr. Parafraseando el montaje que daba inicio a Persona (1966), el realizador Dheeraj Akolkar presenta en su documental a sus protagonistas: Liv Ullmann e Ingmar Bergman. Los rostros de ambos van apareciendo entre imágenes fragmentadas, algunas fuera de foco, en formatos de cine o en fotografías que evocan recuerdos. Esta es una historia de arte y artistas. De cine, teatro, palabras y vida. Del paso del tiempo y la llegada inevitable de la muerte. De un hombre que buscaba una protectora y de una mujer que se encontró a sí misma. De una artista que, mediante la pasión y el sufrimiento, se volvió el Stradivarius de un creador sublime.
Liv & Ingmar (Liv & Ingmar: Painfully Conected, 2012) no es un retrato o una evocación siquiera de los artistas involucrados (entonces tendría que llamarse Ullmann & Bergman). Por supuesto que dejarse sublimar por la personalidad artística de ambos es inevitable. Sin embargo, Akolkar (1978) apela a la mujer y al hombre que, desde que se conocieron en la isla de Fårö, en Suecia, durante el rodaje de Persona en el verano de 1966, no tuvieron otra opción que estar juntos, abandonarlo todo a favor de una conexión casi inexplicable, dolorosa de tan intensa. Dividida en las estaciones a través de las cuales la relación entre Liv Ullmann (Tokio, 1938) e Ingmar Bergman (Upsala, 1918 – Fårö, 2007) transitó (del amor a la amistad, pasando por la soledad, la furia, el dolor y el anhelo del otro), Liv & Ingmar se apoya en una entrevista realizada a la actriz en la isla donde vivió como pareja del cineasta, filmada en muy bergmanianos primeros planos que revelan el paso del tiempo en su rostro y una inmensa sabiduría en su mirada.
No fue necesario estar casados. Ni que él fuese casi un cuarto de siglo mayor que ella. La adoración que Bergman provocó en Ullmann fue devastadora. No hubo castigo divino ante el abandono de ella hacia su esposo, ni mucho menos; al parecer todo el mundo fue muy comprensivo con la pasión entre ambos. En la apartada isla de Fårö, el cineasta construyó, más que una casa, un refugio para apartarse del mundo. Algo de lo cual Ullmann no estaba enterada del todo. Ella se entregó por amor, dio vida a una hija de ambos. Vivía en un sueño. Pero pronto, todo se volvió una prisión, una cárcel en medio de ninguna parte.
Reutilizando fragmentos de las películas Persona, La hora del lobo (Vargtimmen, 1968), Vergüenza (Skammen, 1968), La pasión de Anna (En passion, 1969), Gritos y susurros (Viskningar och rop, 1972) y Escenas de un matrimonio (Scener ur ett äktenskap, 1973), Dheeraj Akolkar va recreando lo que de un sueño se convirtió en la agonía existencial de una mujer que vivía el sueño de alguien más. Alguien atormentado por los demonios de su niñez, obsesionado con el castigo, decepcionado del silencio de Dios y de la falta de sentido de la vida. De La hora del lobo, el realizador retoma la angustia del artista encerrado junto con su mujer mientras sus obsesiones lo corroen y que lo llevan a enloquecer, en medio de puertas que no van a ninguna parte. De La pasión de Ana, Akolkar reutiliza el silencio incómodo, agónico, de una pareja que desayuna sin tener nada que decirse. Y también la intensidad de un pleito marital que va subiendo mientras el protagonista parte rabiosamente unos troncos, lanzando su último hachazo hacia su mujer. La maldad inexplicable del hombre pronto los poseyó. Las agresiones subían de tono. Ella era incapaz de satisfacer las necesidades de él. Él, por su parte, asumía su papel como artista controlador del universo. La violencia ejercida era psicológica, sobre todo tratándose de artistas capaces de ejercer una impresión permanente en los demás. Finalmente, como sucedía en Vergüenza, la unión entre ambos se derrumbaba como la casa de la pareja protagonista, víctima de un horror que nunca acabó de tomar forma.
Ante la incapacidad de comprenderse, descubiertos los defectos y las inseguridades del otro, Ullmann sufrió una violenta transformación interna. Dejó de ser quien seguía a los demás por su falta de determinación para ser ella misma. Pero su amor por Bergman se volvió, entonces, más real que nunca. Porque ella pudo apreciarlo como realmente era tras la puerta, tan vano y egoísta como genial. La adoración ciega dio paso a una amistad que se prolongó durante décadas. Víctima del dolor de ser abandonada, de darse cuenta de que su ruptura no tenía marcha atrás y de que ambos se hacían más daño que bien, Ullmann encontró su propio camino: el de la actriz que cuando actúa no aborda su material como ficción, sino como una realidad en la cual puede externar todas sus emociones contenidas.
Liv & Ingmar es una película sobre la necesidad de dejar ir para encontrarse a uno mismo. Es el monólogo de una mujer que supo tender un mágico puente emocional que la mantuvo unida, dolorosamente a veces, con el amor de su vida, de quien tenía que mantenerse lo más alejada posible para no despertar a los demonios entre ambos. Durante años, Begman y Ullmann fueron testigos de la vida del otro, confidentes, pilares en donde apoyarse cuando las cosas iban muy mal y una sincera presencia cuando todo iba bien.
La película es el trabajo de un conocedor a fondo del universo fílmico del también director de El séptimo sello (Det sjunde inseglet, 1956) y Fanny y Alexander (Fanny och Alexander, 1983). Pero la adoración no hace mella en el ánimo de Dheeraj Akolkar para transformar su documental de una evocación a una reflexión sobre el paso del tiempo, que no perdona nada, ni siquiera a ese diario amoroso, pletórico en corazones infantilmente dibujados por Bergman que el sol ha devorado sin piedad en la madera de una puerta. Ullmann y Bergman se transforman en seres fascinantes, que aparecen en pantalla en su juventud o en su vejez como ella, o bien, se convierten como él en Max von Sydow, Erland Josephson e incluso en Bibi Andersson. Bergman y su cine eran uno mismo. Y en este torbellino Ullmann fue arrastrada, hasta que se afirmó como persona.
El fin llega con Ullmann, en una sala de cine, enfrentándose a sus recuerdos, a las imágenes de sus tiempos felices con Bergman, el genio que la convirtió en una actriz notable. Pero queda una amargura latente, pues Liv nunca había sentido tanta nostalgia hacia Bergman como la que siente después de leer una amorosa nota que ella le escribió al cineasta décadas antes y que permanecía oculta en un osito de peluche. Bergman es ya una presencia cósmica manifiesta a través del aire, el sol, la contemplación del gélido mar que rodea su isla. Liv sigue aquí. El documental cierra con imágenes detrás de cámaras del cineasta en pleno rodaje, dirigiendo a sus actores, pero en especial a Liv. El momento final es ese momento en Persona en el cual el niño pasa su mano sobre una pantalla en blanco, mientras un rostro femenino parece dibujarse. Como si Bergman hubiera sido siempre ese niño en busca del amor que rabiosamente necesitaba y que no terminó de manifestarse.
Lo que pudo ser un convencional recorrido por la vida amorosa de dos artistas se convierte así en el drama universal del amor, en el cual parece que nadie puede compartir los sueños del otro, y donde los miembros de una pareja siempre van en direcciones opuestas. Todos somos la parte más humana de Liv & Ingmar. Se ha hablado en el filme del silencio de Dios y de los hombres, del sentido de la vida, del arte y los artistas, de la crueldad y el amor como elementos indivisibles. Todo ello a través de ese monólogo, de la confesión que la única sobreviviente nos hace a cámara.
Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 7, invierno 2013-14, pp. 44-45) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.
José Antonio Valdés Peña es jefe de la Redacción del área de Publicaciones y Medios y vocero del área de Programación de la Cineteca Nacional. Conduce la sección “Miradas al cine” del noticiero matutino de Canal Once e imparte clases en el Centro de Estudios en Ciencias de la Comunicación.