Instantánea: Por una cultura cinematogr

Instantánea: Por una cultura cinematográfica en Baja California

Por | 13 de junio de 2024

Sección: Opinión

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Durante el mes de mayo del 2024 tuvieron lugar dos acontecimientos inéditos para el campo cinematográfico en Baja California. Uno de ellos fue la participación de seis cortometrajes bajacalifornianos en la 77 edición del Festival Internacional de Cine de Cannes: Ella se queda, de Marinthia Gutiérrez; Extinción de la especie, de Nicolasa Ruiz y Matthew Porterfield; Virtual Production: Magic and Freedom, de Gabriel Reyes; Amor Ice, de Katy Araiza; Ángel, de Hoze Meléndez, y Apnea, de Natalia Bermúdez. Una muestra heterogénea tanto de propuestas estéticas como de contenido en donde sobresale la participación de mujeres jóvenes en los roles de directoras y de productoras, como Melissa Castañeda y Marla Arreola, cuyas trayectorias diversas tienen como común denominador un profundo arraigo a sus terruños norteños, aunque algunas hayan migrado a otras latitudes, cosa común en el campo del arte del estado: la fuga de talentos. No está por demás señalar la importancia de participar en el longevo festival francés, pues se trata de un parteaguas con renovados augurios para lo que está sucediendo en cuanto a networking, reconocimientos bien merecidos y atención mediática, y a todo lo que está por venir no sólo para las personas involucradas sino para el cine en el estado. Ya en otros momentos, cortometrajistas de Baja California como Giancarlo Ruiz con St. Jacques (2010) y Omar Yñigo con Lalo (2016), habían participado en este festival, pero nunca se habían generado las condiciones para que seis trabajos estuvieran en exhibición al mismo tiempo, algunos apoyados por festivales mexicanos de cine como el de Guanajuato y el de Morelia.

El otro acontecimiento fue la primera sesión del año del Consejo Consultivo Estatal de Filmaciones, que según la Ley para la Promoción, Fomento y Desarrollo de la Industria Cinematográfica y Audiovisual del Estado de Baja California (2023), se trata de «un órgano colegiado de consulta, promoción y análisis en materia cinematográfica, videográfica o audiovisual». Este órgano, desde su creación en la primera ley de cine publicada en 2010, entró en un letargo de nueve años hasta su reactivación en 2020, y sus sesiones han sido intermitentes desde entonces. Si bien la misma ley estipula en su artículo 19 que las sesiones ordinarias serán como mínimo tres veces por año, esto no se ha cumplido, en 2022 sólo hubo una, y ni qué decir de las atribuciones del consejo estipuladas en el artículo 15, las cuales, para no entrar en detalles, en lo general no se han tomado en cuenta.[1] Estas sesiones se han limitado a informar sobre las actividades y numeralia recopilada por la Comisión Estatal de Filmaciones de Baja California, exposiciones de algunas instancias como la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica Delegación Baja California, y “asuntos generales”. En este sentido, el consejo no ha operado como lo que en teoría debería de ser, un órgano colegiado para consulta y opinión en torno a los temas apremiantes, según la Secretaría convocante, en materia cinematográfica, videográfica o audiovisual del estado, cuya organización y conducción de las escasas sesiones no han sido las adecuadas para un funcionamiento óptimo. Para cualquier entusiasta el solo hecho de que exista una comisión, una ley y un consejo de cine y audiovisual en el estado, es un logro que habría que aplaudir y agradecer. Lo cierto es que la comisión tiene 26 años de haber sido creada por decreto del ejecutivo estatal, y la ley tiene 14 años al igual que el consejo. En todo este tiempo, en un mundo ideal, tendríamos que estar hablando de cierta madurez en cuanto a su propia conformación, en cuanto a su operación, y en cuanto al reconocimiento no sólo en papel sino en la práctica mediante iniciativas públicas y privadas, que, gracias a un trabajo colegiado e interdisciplinario, tendríamos resultados contundentes, pero esto no ha sido así.

Lo interesante de la reciente sesión fue que, gracias a su desorganización, en lo que atañe a “asuntos generales” que a simple vista no los había, se generó un espacio para la escucha y el diálogo entre diversas personas tanto consejeras como invitadas, que compartieron sus puntos de vista sobre temas de su interés. Temas tan diversos como el periodismo cinematográfico, la rendición de cuentas de funcionarios presentes, el funcionamiento de la comisión, la investigación y los acervos; hasta se habló de presupuestos y de la falta de atención a ciudades como Ensenada, entre muchos otros. El caos y la catarsis funcionaron como ejercicios de índole política, para una sana apertura, reconocimiento y escucha atenta entre las personas asistentes, así como la (esperemos) toma de decisiones no sólo de funcionarios sino de los sectores representados. Fue una sesión inédita porque implícitamente se cuestionaron los cimientos del propio consejo, así como el funcionamiento práctico de las instancias convocantes, esto último de manera explícita. Me parece que la muestra de cortometrajes en Cannes y una sesión hasta cierto punto honesta de personas con intereses tan distintos, pero con convergencia en el cine y su desarrollo en el estado, son síntomas de algo más grande, quizás de la gestación de una cultura cinematográfica valga la redundancia, integral.

Para hablar de una cultura cinematográfica nuestro punto de partida es dar un vistazo a vuelo de pájaro de la situación actual. Partimos entonces de una suerte de instantánea de algunas aristas del cine bajacaliforniano como un campo cultural en un sentido amplio. Una arista es la económica, desde donde se posiciona la importancia de una ley, una comisión y un consejo consultivo, en nuestro caso convocado y organizado desde la Secretaría de Economía e Innovación, buscando impulsar la (hasta ahora inexistente) industria cinematográfica desde sus tres sectores: producción, distribución y exhibición. Históricamente las universidades con licenciaturas en comunicación han sido semilleros para la realización audiovisual, además, hoy en día sólo en Tijuana existen tres carreras en cinematografía ofertadas en escuelas privadas, asimismo la Licenciatura en Artes Cinematográficas y Producción Audiovisual (antes Medios Audiovisuales) de la Universidad Autónoma de Baja California, ofertada en Mexicali. Estas escuelas proveen mano de obra y talento creativo para el cine en sus sectores industriales. Pero como sabemos, el cine además de industria es un arte y un medio de expresión, a través del cual, se promueven formas de ver el mundo, sistemas de valores y códigos identitarios. En este sentido, son fundamentales los espacios de formación y reflexión, no sólo para hacer cine sino para estudiarlo, analizarlo, discutirlo, preservarlo y difundirlo. Este es un pie del que cojea fuertemente Baja California: de una visión sociocultural del cine. No existen acervos audiovisuales públicos, ni siquiera las universidades con carreras en comunicación y en cine se han tomado la molestia de recopilar lo que se produce en sus aulas y ponerlo a disposición de cualquier persona interesada –no nada más como material de investigación, sino como memoria colectiva–, mucho menos los gobiernos y las instituciones privadas o paraestatales que en materia de cultura pudieran marcar una diferencia, se lo han tomado en serio.

Para incentivar la reflexión también es necesario el ejercicio de la crítica cinematográfica, pero no como la que escasamente existe en la actualidad que, como sentenciaba la revista Nuevo Cine en los años sesenta, se trata de una crítica que opera, en los peores casos, sólo como «esbirros del cine comercial». Por ejemplo, hoy está en boca de todos, incluida la gobernadora Marina del Pilar Ávila, el logro de las personas que participaron en Cannes, pero me atrevo a asegurar que será escasa sino nula la reflexión y socialización crítica de esos trabajos, como lo es la de muchos otros que se realizan no sólo del estado sino de México y de Latinoamérica, más allá de la valoración de los blockbusters y lo que llega a carteleras. Es una realidad que no existe un gremio de crítica cinematográfica en Baja California, no hay instituciones que formen, valoren y retribuyan de manera justa esta labor, y como consecuencia, pocas personas se interesan en verlo como una profesión y en el impacto sociocultural que puede generar. Es un campo profundamente desaprovechado, pero con un enorme potencial.

Las muestras, foros y festivales, otra gran ausencia en nuestro estado, son una piedra angular de cualquier cultura cinematográfica. No ha sido posible sostener un festival de cine en forma, cuando en teoría se tienen las condiciones necesarias para llevarlo a cabo. A pesar de que existen esfuerzos como la Muestra Internacional de Cine en Ensenada y el Festival y Muestra Internacional de Cortometrajes “Corto Creativo” celebrado en Tijuana, estos son los únicos bastiones en pie con un alcance limitado. Así, todas las demás iniciativas que han intentado llevar a cabo un festival que genere identidad al estado han sido efímeras, y al no tener espacios para ver otras formas de hacer y de ver el mundo, de discutir y socializar contenidos alternativos, la generación de públicos brilla por su ausencia. No estoy demeritando al público que accede de distintas formas a contenidos, que de ninguna manera se limitan a una sala de cine o a un festival, pero estos puntos de colectividad y discusión presencial, en espacios concebidos para ello, abonarían de otras maneras no nada más al acceso sino a la reflexión, a las redes colaborativas y al autodescubrimiento. Por ejemplo, en Baja California sólo existe una sala de Cineteca, la sala Carlos Monsiváis del Centro Cultural Tijuana, que si bien sí tiene programación permanente de cine alternativo y alberga una buena cantidad de eventos cinematográficos de todo tipo, en los últimos meses se ha dado a la tarea de programar películas del mainstream estadounidense, como un llamado a la nostalgia transfronteriza, y a vender boletos. ¿Qué tiene de malo ver en la pantalla grande Crepúsculo (2008) o Volver al futuro (1985)? Pues nada… en teoría. Pero en un lugar como Tijuana, incluso en Baja California, en donde no existen salas de cine alternativas (cuenta la leyenda que tuvimos un Cine Tonalá), el que se tome uno de los pocos espacios y se le dé un giro meramente comercial, así sea con una o dos películas a la semana, me parece un problema que no contribuye a ver al cine desde su impronta sociocultural –como un generador de públicos mediante el visionado de contenidos alternativos al mainstream, o incluso comerciales o “clásicos” pero enmarcados en una clara propuesta de impacto cultural–, como se hace en otras cinetecas del país y de otros países. Urge un plan con enfoque sociocultural para activar las pocas salas de cine que existen en el estado, abrir nuevos espacios y apropiarse de otros donde no convencionalmente se vean películas.

Por último y no por eso menos importante, se encuentra el campo de la investigación cinematográfica, un campo que también necesita de un impulso importante por parte de espacios educativos que formen a críticos, analistas, historiadores, restauradores y archivistas del cine y el audiovisual, espacios en los que especialistas tengan las condiciones idóneas para llevar a cabo estudios disciplinarios e interdisciplinarios para comprender lo que fue, lo que es y vislumbrar el porvenir, lo que pudiera aportar a propuestas de políticas públicas efectivas que incidan en situaciones específicas de la vida social y cultural del estado. Por ejemplo, Tijuana es la meca de la producción de cine sobre narcotráfico en México en formato videohome, lo que no solamente supone verlo como una (micro)industria que genera ganancias y empleos, sino como un cine que genera públicos. Es necesaria una visión integral de un fenómeno que no se agota en la apología de la violencia.

Hasta aquí, podríamos pensar que todo está perdido, pero en esta instantánea hay atisbos de luz.

La asociación civil Baja Hace Cine desde hace algunos años ha estado trabajando en la reescritura de una nueva ley de cine que, si bien es muy importante y será punta de lanza en nuestro país, no es la panacea que acabará con todos los males, aunque sí con algunos. La actual Comisión fílmica, como toda comisión pública, prácticamente no maneja presupuesto, pues depende de la Dirección de Industrias Creativas que a su vez depende de la Secretaría de Economía e Innovación. Según algunos funcionarios, en 2025 se elevará dicha dirección a Subsecretaría, lo que supone un incentivo presupuestal que impactará a la comisión de cine. Cada vez hay más productoras independientes y profesionistas freelancers (realizadores, investigadores, docentes, etc.) que han labrado su propio camino, al margen de los gobiernos estatales y municipales; la muestra de Cannes de este año, en muchos sentidos, es un reflejo de ello. De ahí la importancia no sólo de un diálogo intergeneracional entre funcionarios, académicos y sector privado, pues tienen mucho que aprender entre sí, sino que se vislumbra cada vez más necesario un pase de estafeta generacional en lugares de toma de decisiones, direcciones, coordinaciones y diversos puestos en instancias públicas y privadas relacionadas al cine y al audiovisual en el estado.

Hoy, me aventuro a hablar de una cultura cinematográfica en Baja California en la cual no se contemplan las diversas aristas que la componen, tanto sociales como culturales y económicas. Existe un desbalance entre ellas, y la prioridad, por lo menos por parte de instituciones y medios ha sido la económica. Y no es necesario que cada área se aglutine en un consejo o en una A.C., sino que la diversidad de experiencias y de caminos, tanto en su singularidad como en comunidad, abonen para vislumbrar una cultura del cine. Estoy convencido de que hay muestras contundentes de que las cosas se están moviendo, de que el proceso orgánico de la cultura cinematográfica en Baja California, como toda cultura, seguirá su propio rumbo, un rumbo de apertura, de crecimiento, de celebración, y de cambios profundos y necesarios.


Juan Alberto Apodaca es investigador independiente, docente en universidades de Tijuana y director del Foro de Análisis Cinematográfico (FACINE). Es autor de Entre atracción y repulsión: Tijuana representada en el cine (2014).


[1] Le ley se puede consultar en la página del Congreso del Estado de Baja California.