El peluquero romántico
Por Karina Solórzano | 1 de agosto de 2019
Sección: Crítica
Una casa solitaria en la ciudad de México, como atrapada en la década de los 60 o los 70, el retrato de la madre, un funeral y la mirada triste del protagonista: Víctor un peluquero de 37 años que, tras este suceso, se nos mostrará siempre meditativo, como ajeno al momento, melancólico tal vez. Así comienza El peluquero romántico.
En sus más de 2,000 años de historia, el concepto de melancolía se ha apoyado sobre el imaginario de los efectos que tienen las emociones en nuestro cuerpo. En la antigüedad se pensaba, según las ideas de Hipócrates, que un melancólico estaba bajo el influjo de la bilis negra, que junto con la bilis amarilla, la flema y la sangre constituía los cuatro humores de nuestro cuerpo. De acuerdo con esta idea, estos fluidos definían el carácter de las personas. Aunque hoy pueda resultarnos extraño pensar que cierto fluido nos defina, aun conservamos cierto halo de aquellas ideas: hay una conexión evidente entre nuestras emociones y nuestro carácter. La imagen del carácter melancólico, por ejemplo, permitió a pensadores como Walter Benjamin interpretar el sentimiento de una toda una época (la del Barroco). Para Benjamin el siglo XVIII se construyó bajo una percepción dominada por la bilis negra: un melancólico está absorto en sí mismo, apoya la cabeza sobre la mano en una actitud reflexiva y parece ausente del momento presente.[1]
En el Barroco hay hombres diezmados por las pestes habitando un mundo sumido en el pesimismo y la crisis; en el arte abundaron las imágenes de decadencia y muerte para ilustrar la fragilidad de la vida: memento mori. En un giro dialéctico elementos de este período como la ensoñación, se actualizaron en el Romanticismo donde, a partir de ciertas ideas kantianas, la imagen del melancólico se unió a la del genio creativo y a la del nostálgico, aquella persona que parece inmersa en los recuerdos de otra época.
El peluquero, Víctor (Antonio Salinas), está sumido en la melancolía por la muerte de su madre, pero también vive inmerso en la nostalgia. Todos los días va a su peluquería, otro espacio atrapado en el tiempo, y al volver a casa escucha música de Los Panchos y ve películas de Pedro Armendáriz y de Tin Tan. Este carácter melancólico marcará una suerte de viaje doble en la historia del protagonista: lo que comienza como introspección que ilustra la vida cotidiana de Víctor y sus relaciones con los otros, lo lleva finalmente a un viaje físico en una segunda parte de la película. En este sentido, en sus relaciones con los otros, el peluquero representa a un personaje atípico a las convenciones de la masculinidad, tanto del cine de la Época de Oro (como los propios personajes de Armendáriz que representaban un prototipo de macho) como del cine contemporáneo, y este es uno de los puntos más interesantes de la película: sus relaciones, sobre todo con las mujeres, están trazadas sutilmente, los motivos eróticos, pequeños fragmentos que constituyen un todo como el cabello o la mirada, colman el deseo.
Así, el temperamento del melancólico puede interpretarse también como el afán del que pretende abrazar lo inasible. Esto es lo que le permite a Giorgio Agamben hablar de un eros melancólico: buscamos acercarnos al objeto de nuestro deseo, pero en esa búsqueda abrazamos un fantasma, un objeto perdido o un espejo que sólo proyecta nuestro anhelo.[2] Estos trazos de relaciones románticas se inscriben dentro del proceso del luto, porque la pérdida no busca una salida fácil tampoco, la película no trata tanto de su superación como del proceso de introspección que de ésta se desprende. Por lo que el conflicto central de la película está en cómo lidiar con las ruinas, con los objetos cargados de memorias para reconstruirse desde ellas. El peluquero romántico (Iván Ávila Dueñas, 2016) hace mucho énfasis en la relación de Víctor con esos objetos antiguos que parecen una extensión de él mismo. Las imágenes del cine de otras épocas en algún momento llegan a mezclarse con ensueños casi surrealistas que lo llevarán a buscarse fuera de la ciudad de México.
La vigencia de la idea de la melancolía tiene también una dimensión política que señaló Benjamin en su momento[3] y éste es un gesto muy presente en El peluquero romántico: ante el implacable paso del tiempo que hace de los objetos desechos, es necesario dotarlos de significados más profundos, como los recuerdos a los que nos remontan (y los que podremos hacer más adelante) para así poder ligarlos a nuestras experiencias, a nuestro paso por el mundo.
Karina Solórzano es licenciada en Letras Españolas por la Universidad de Guanajuato. Ha trabajado como editora y colaborado en diversos medios impresos y digitales en México. Actualmente escribe reseñas sobre cine en diversos sitios de Latinoamérica y tiene un blog propio donde habla sobre cine, filosofía y sexo.
[1] Cf. Walter Benjamin, El origen del drama barroco alemán, Taurus, Madrid, 2004.
[2] Cf. Giorgio Agamben, Estancias, Pre-Textos, Valencia, 2006.
[3] Cf. idem.