Club de Cuervos, 3ª temporada
Por Mauricio García García | 12 de junio de 2018
Sección: Crítica
Directores: Gary Alazraki Gaz Alazraki
Tal cual van las cosas, México tendrá una mujer presidenta más pronto que en la presidencia deportiva de un equipo de futbol profesional. Dicha situación sólo parece digna de la comedia, como expone la tercera temporada de Club de Cuervos a través de las desventuras de Isabel Iglesias (Mariana Treviño), quien se empeña en mantener vivo el club que le heredó su padre, Salvador Iglesias. La historia de Isabel en esta temporada se distingue por momentos de la ya conocida sátira que su creador Gaz Alazraki (ciudad de México, 1977) ha desarrollado sobre los excesos de los hijos de la clase alta mexicana, ya que pone el acento en aspectos muy particulares de la dirección de las empresas deportivas y del entrenamiento, y sus cruzamientos con el terreno político.
Uno de estos temas es el pacto de caballeros, sobre el que la serie decide ironizar con una única mujer presidenta sentada en la mesa redonda de la federación de futbol. En una de las reuniones, el pacto es discutido por las recurrentes quejas de uno de los jugadores de los Cuervos en contra del reglamento interno. Dichas quejas, en palabras de otro de los presidentes, vulneran no sólo el negocio sino también la estabilidad de la familia del futbol. Por ello, los caballeros le piden a Isabel que sea razonable y despida al futbolista inconforme, pues su desacuerdo pone en riesgo la competitividad de la liga, al concederles a los jugadores el capricho de restringir la llegada de profesionales de otros países con menores salarios. Todo siempre en nombre de la deportividad y la competencia, valores más cercanos a la masculinidad, a los que Isabel tuvo que adaptarse para mantenerse lo más cerca posible de su padre.
El acto casi ritual que es mirar un partido de futbol, es a final de cuentas también un pacto de caballeros y para caballeros que, al terminar cada contienda, habrían de darse la mano para finalizar con las hostilidades. Sólo un caballero puede, deportivamente, saludar a su oponente. Son admirables tanto sus habilidades físicomotrices como su valor para reconocer a ese otro que enfrentan, en la derrota o en la victoria. Y es tal vez ese pacto una de las razones por las cuales los espectáculos deportivos merecen tanta atención en la vida pública, porque permiten mostrar una y otra vez la posibilidad de enfrentamiento con el otro de forma “sana” y “honorable”, no violenta y controlada, como sólo pueden hacerlo los caballeros.
Mucho de esto tiene que ver con lo que la deportividad implica en términos de cultura. El deportista es un ejemplo del mejoramiento al que puede someterse no sólo el cuerpo, sino también la conducta para hacer de éste un espacio más habitable o mejor. Vale poner el acento sobre dicho pacto y el sesgo de género que supone, pues si bien en el deporte abundan casos de mujeres con admirables registros, siguen siendo principalmente masculinos los modelos que reciben mayor atención y ganancias económicas, y más importante aún, la dirigencia de las empresas deportivas sigue siendo un rubro prácticamente exclusivo de hombres.
En las relaciones de parentesco que se tejen entre los miembros de la familia del futbol con las empresas del entretenimiento y la arena política, el personaje de Isabel implica pues, una irrupción en los intercambios que mantienen la red cohesionada. La competencia es tarea de los empleados de las empresas, pues el trabajo de los presidentes es prolongar los acuerdos que solidifiquen la estructura de negocios necesaria para que pueda darse el espectáculo del futbol. Isabel, a pesar de no participar pasivamente de esta dinámica, falla al intentar establecer una mesa de diálogo con los miembros de la familia futbolística de manera normal. Así, cuando requiere negociar los derechos de transmisión televisiva de su equipo, es invitada a una mesa distinta, la mesa de un restaurante, a cenar con un ejecutivo, teniendo muy claro que un factor que puede pesar en la negociación es su cuerpo.
Club de Cuervos (2015 a la fecha) aprovecha pues las ingenuidades de sus personajes para mostrar el tejido de una empresa privada, como es la federación de futbol, y así evidenciar distintas contradicciones en los conceptos que estas industrias se encargan de administrar en la vida pública. La deportividad es una ficción más de la vida cotidiana, que si bien supone el mejoramiento de ciertos valores de convivencia, sus inercias históricas la inclinan también hacia el mantenimiento de distintas asimetrías sociales, como lo es la falta de equidad de género.
Mauricio García García estudió la maestría en Estudios Culturales en la Universidad Veracruzana y trabaja como asistente editorial en Larousse.