Back to the Moon

Back to the Moon

Por | 24 de mayo de 2018

Según la leyenda, un día la cámara de Georges Méliès se atascó mientras filmaba algunas vistas como las que filmaron muchos pioneros, bajo una lógica fotográfica antes que cinematográfica. Arregló el aparato y cuando vio el resultado descubrió que algunas carrozas simplemente brincaban de un lado a otro del cuadro, que algunos peatones desaparecían. Méliès tuvo una epifanía. Ese día, nació verdaderamente el cine.

Méliès empezó a imaginar y a jugar y a compartir sus fantasías y el cine se hizo popular como una máquina para soñar. Una máquina que no sólo soñaba imágenes, sino también soñaba en sus propios procedimientos mecánicos y ópticos. Un sueño que se soñaba en el proceso de ser sueño y que permitía soñar con la Luna y el fondo del océano y con una ciencia que seguía pareciéndose demasiado a la alquimia…

¿Cómo pueden seguir soñándose las imágenes en movimiento en tanto que magia mecánica más de un siglo después y tras del estilo narrativo hollywoodense, los videojuegos, los smartphones…?

Google parece decirnos que volviendo al origen, pero tomando todo el proceso en cuenta.

Hace un par de semanas la compañía lanzó como doodle del día un videíto en 360°: Back to the Moon (Fx Goby y Hélène Leroux, 2018), una animación de trazo, digamos, muy francés, que ocurre en un desván lleno de cachivaches salidos del imaginario meliesano, donde un pequeño Méliès, algo parecido a Mario Bros, filma, es el héroe, el villano y los músicos del rescate de una reina de –oooooobvio– corazones emancipada a princesa. Uno, el espectador, necesita mover la imagen alrededor de la habitación para seguir la acción, o desviarse de ella. Lo cierto es que si no mueve “la cámara” sólo puede ver aspectos mínimos de la cámara de maravillas donde ocurre esta fantasía, un cortito de aventuras con combate, rescate de princesa y luna de miel en la Luna y fuera de cuadro (estilo narrativo estadounidense).

Debe ser mucho más sencillo ver el corto con unos lentes de realidad virtual. Está diseñado para ello. Y debe ser muchísimo más sencillo seguir a los personajes mientras uno gira sobre su propio eje, que mientras mueve el mouse o usa un touchpad o una pantalla sensible. Lo cierto es que la incorporación de los smartphones a los nuevos lentes de realidad virtual juega un papel central en que Back to the Moon parezca una innovación indecible con respecto a ejercicios previos y similares anteriores, concebidos como apps y no como cortos. El ejemplo más notable en este sentido me parece American Express Unstaged (2014), el video interactivo de 360° para “Blank Space” de Taylor Swift. El video de –para, en realidad– Swift es mucho más interactivo al permitir elegir seguir a un puñado de personajes con sketches –antes que historias– muy llanos, pero no deja de ser claramente un comercial. Back to the Moon, en cambio, hace visible el truco. No sólo porque uno se pueda torcer el cuello o golpear el dedo chiquito del pie mientras trae los lentes, sino porque al presentarnos todos los elementos con los que va a operar entre el cachivacherío meliesano del desván es como si nos invitara a jugar con los juguetes de un amigo y al mismo tiempo nos dijera que el juego real, el más serio de todos, es el que se dispara con esos elementos. El desván es nuestra pantalla y es el video de 360°: la máquina de imágenes móviles ha aprendido un sueño nuevo.

La paradoja radica en que ese sueño nuevo es un sueño melancólico. Bajo la lógica doodle-de-Google no podía ser de otra manera: cada una de estas piezas está vinculada a un evento del pasado. Y en Back to the Moon más allá de la evidencia temática (Méliès y su cine) está Mario Bros. Arriba decía que este Georges se parecía a Mario, sólo que además, Back to the Moon es un reflejo cóncavo y domesticado de los “movimientos de cámara” caóticos y convexos de Super Mario 64 (1996). Doblemente nostálgico (del cine más del pueblo y de la cultura pop del siglo XX), Google plantea, quizá, una nueva historia del cine, una que pasa por poco más de un siglo de innovaciones. ¿Por eso eligió a Méliès? ¿Para anunciar que el cine, que otro cine, que un cine imprevisto, ya nació?


Abel Muñoz Hénonin dirige Icónica e imparte clases en la Escuela Superior de Cine y en la Universidad Iberoamericana. Coordinó junto con Claudia Curiel los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014). @eltalabel