Joaquín

Joaquín

Por | 29 de marzo de 2018

Sección: Crítica

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0. Las partes más antiguas de las ciudades americanas son espacios fantasmales. Esas paredes gruesas, asentadas por los españoles y los portugueses, silencian historias, las historias que ocurrieron a su resguardo y en la intemperie cercana, también las historias de los caminos, montes y mares que trajeron esa arquitectura que formuló un solo mundo, América, sobre varios mundos que no sabemos nombrar. Pero el silencio de los muros es la materia de las historias que ocultan, las capas espectrales de la historia que requieren sólo ser nombradas para manifestarse…

Pocos creadores se han ocupado de esa zona. Juan José Saer cuenta que El entenado tuvo su origen en la lectura de Zama, de Antonio Di Benedetto, al tomar plena consciencia de que la historia colonial es un espacio por explorar en la literatura latinoamericana. Además de esa novela, Saer escribió algunos cuentos de tema similar, como “Paramnesia”. Un puñado de escritores más se ha ocupado del tópico: Augusto Roa Bastos lo hace en algunas páginas de Yo el supremo, Álvaro Enrigue en Un samurái mira el amanecer en Acapulco… En el cine, la situación es similar. Se cuentan con los dedos las películas sobre el periodo: Cabeza de Vaca (1991), de Nicolás Echeverría, Epitafio (2015), de Yulene Olaizola y Rubén Imaz, Zama (2017), de Lucrecia Martel… ¿Y no es el cine el mejor medio para visibilizar fantasmas?

 

 

1. Tres hombres beben cachaza y miran al fuego. Fantasean con lo que harán cuando encuentren un filón de oro en el Sertón Prohibido. Alineados en diagonal al frente al borde inferior derecho del cuadro están, de izquierda a derecha, un portugués europeo, Matias, un mestizo –tal vez un mulato según el catálogo de castas español–, Januário, y un portugués americano, Joaquim. Atrás, entre el hombro de Matias y el borde superior izquierdo del cuadro, acurrucados contra una piedra, un indio y un negro intercambian palabras en sus lenguas misteriosas, tal vez aprenden uno del otro…

El indio, conocedor del terreno, pero despojado de su tierra, se asemeja al negro, secuestrado y esclavizado. Ambos son visibles e invisibles: cuentan poco, aunque sobre sus lomos se haya construido América. En Joaquín, además son audibles. La mezcla sonora de sus lenguas con dos formas de hablar el portugués es un logro estético y conceptual de Marcelo Gomes: las voces separan de manera más profunda lo que ya separa la composición de la imagen…

Al frente, comprensibles, están los tres hombres que hablan portugués,[1] representantes del Mundo Atlántico: el hidalgo portugués peninsular, el sacamuelas criollo (es decir, un portugués americano) y el don nadie mestizo,  hablan de oro. Todos piensan hacer con él algo dentro de los confines de la cultura occidental, no importa qué. En todo caso, el oro iguala a quienes en apariencia son desiguales…

Éste es el retrato más logrado y condensado de la historia de América en un solo retablo, en una sola secuencia…

 

2. Los imperios español y portugués, al menos en su dimensión americana, se fundaron buscando dos fines inconexos conexos: el oro y la evangelización. Inconexos al tratarse del interés personal encarado contra el interés evangelizador; conexos porque la misma religión que enseña que el oro es un engaño porque se idolatra (Éxodo 32) y que su deseo es pecaminoso,[2] requería del metal para su subsistencia y aceptó que ambos intereses se fusionaran en los retablos barrocos y churriguerescos que conforman un legado cultural muy notable…

Dios, sin embargo, está ausente en Joaquín (Joaquim, 2017). El oro, en cambio, es un campo de disputa. El oro que mantiene al Imperio es el oro que los americanos, inspirados por la independencia de Estados Unidos, comienzan a ver como su patrimonio nacional. El alférez Joaquim José da Silva Xavier, Tiradentes, fiel a la reina, explora el Sertón Prohibido a sabiendas de que casi todo lo que encuentre, si encuentra algo, irá a Portugal, a sabiendas de que no es un hidalgo y de que «a quien es hijo de algo le toca algo y a quien es hijo de nada le toca nada» y que tendrá pocas oportunidades como la de encontrar pepitas… Pero el encuentro con las ideas libertarias lo impulsa no sólo a poner en duda al Imperio, sino también lo hace soñarse ¿ciudadano?, ¿hombre autónomo?…

Sólo que Joaquim conoce las ideas que llegan de Francia y América del Norte por un poeta y un cura asociados con los mineros de Minas Gerais, criollos como él, aunque ricos como pocos… Y se convierte en promotor de los intereses de los propietarios de la riqueza entre el pueblo llano, que tras la independencia, finalmente pacífica, de Brasil, mantuvieron descastados a los descastados, porque nunca los vieron como iguales, tal como queda claro en la secuencia final, ruda, incómoda, algo cómica…

 

3. Marcelo Gomes (Recife, 1963) cuenta que la historia de Tiradentes (Sacamuelas) es ideal para hacer ficción porque hay muy poca información sobre él: apenas un acta de bautismo y las actas del proceso en que asumió solo la responsabilidad de la Inconfidencia Minera.[3] Es tan perfecto que ha sido un personaje recurrente en la literatura, el cine y la televisión brasileños: es un héroe ciudadano en un país que cuenta su independencia desde una perspectiva imperial. En estos intersticios, haciéndose preguntas sobre su identidad como brasileño y sobre el relato histórico de Brasil, Gomes consiguió concentrar en poco menos de dos horas, transidas de silencio y música, una película infinita…


[1] Durante casi toda la película el portugués es el único idioma subtitulado. Estoy seguro de que es algo intencional. Gomes quiere que sólo entendamos una lengua romance, para enfatizar nuestra occidentalidad. Un asunto muy relevante, sobre todo para los espectadores americanos: la mayor parte vivimos con valores y lenguas europeos, digamos lo que digamos.
Mi seguridad sobre la intención de Gomes viene de que el único diálogo en otro idioma traducido es el canto de Zuâ, antes Prieta (es decir, Negra), cuando afianza el deseo de libertad y de unidad de los negros cimarrones en el quilombo de las montañas en la frontera indefinida entre Minas Gerais y el Sertón Prohibido. Ahí Gomes nos permite entender el criollo de Guinea-Bisáu para enfrentarnos a un Otro dignificado, que ha reclamado su voz y su lugar.
[2] Esto no aparece en la Biblia. En cambio es consecuencia de una muy larga discusión teológica iniciada en el silgo III por san Cipriano de Cartago (De mortalitate IV) y afinada hasta el siglo XIII, cuando ya se nota un acuerdo en su concepción, por ejemplo, entre san Buenaventura de Fidanza (Breviloquium III y IX) y, según la tradición, santo Tomás de Aquino (se acepta que lo indicó y modificó levemente en los capítulos I y II de una obra perdida).
[3] Inconfidência era el delito de deslealtad a los reyes en el derecho imperial portugués.


Abel Muñoz Hénonin dirige Icónica e imparte clases en la Escuela Superior de Cine y en la Universidad Iberoamericana. Coordinó junto con Claudia Curiel los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014). @eltalabel

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