El hilo fantasma

El hilo fantasma

Por | 22 de febrero de 2018

Dos aclaraciones rápidas para abrir esta crítica. Uno: un filme se puede amar y odiar a dosis iguales, cosa que me pasa, por ejemplo, con Manhattan (1979) de Woody Allen, en el que encuentro arte fílmico de altos vuelos pero también una historia problemática en términos éticos. Dos: tras más de quince años de escribir sobre cine, eso de la objetividad en la crítica cinematográfica me parece una falacia. Uno escribe crítica desde la experiencia y cultura propias, basado en los filmes que uno ha visto y la manera en que los hemos experimentado.

Dicho esto, mi reacción ante El hilo fantasma (Phantom Thread, 2017) la más reciente película de Paul Thomas Anderson, tal vez el más arriesgado y preciosista director norteamericano de las últimas dos décadas, es ambivalente. Por un lado, creo que junto con Petróleo sangriento (There Will Be Blood, 2007) y The Master: Todo hombre necesita un guía (The Master, 2012) Anderson ha logrado crear un tríptico insuperable sobre la masculinidad nociva del siglo XX. A partir de tres individuos obsesionados con el dinero, el poder y la perfección el cineasta ha logrado diseccionar el ethos de Estados Unidos, ése que ha desembocado finalmente en la crisis histórica de la era Trump. En El hilo fantasma también encuentro una mano cuidadosa, obsesiva, en el tejido de un filme. Siendo el cine un arte colaborativo resulta casi milagroso que la música del genial Jonny Greenwood, la fotografía del propio Anderson, las actuaciones y el guión embonen como un rompecabezas de dos mil piezas. A dosis iguales influenciado por el Kubrick de Barry Lyndon (1975) y el Hitchcock de Rebeca (Rebecca, 1940), Anderson retrata la vida de Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis, en la que supuestamente es su última actuación), un modista que en el Londres de posguerra crea vestidos para la clase alta y la realeza. Con ayuda de su hermana Cyril (Lesley Manville, notable), lidera la Casa Woodcock con una mano de hierro. Anderson (Los Ángeles, 1970) nos muestra un ballet audiovisual de tazas de té, agujas, hilos, escaleras, trajes de elegancia envidiable, paredes blanquísimas y caras largas, concentradas. Nada puede interrumpir el orden. Woodcock es una bestia difícil de leer, una mantis religiosa que entiende los contornos del cuerpo femenino a la perfección pero que parece ignorante del alma de las mujeres. Pero entonces conoce a Alma, una mujer extranjera que trabaja como mesera en un restaurante cerca de la casona de campo en que Woodcock se encierra a crear. (Mención aparte merece la actuación de la casi desconocida Vicky Krieps (Luxemburgo, 1983) , quien jamás se achica ante un gigante como Day-Lewis (Kensington, 1957). Krieps dota a Alma de ternura y sagacidad, y se mueve por la pantalla como un espejismo, hipnótica.)

Es aquí donde la toxicidad del sastre comienza a supurar, y donde la historia adquiere matices de fábula. Woodcock es Barbazul, el coleccionador de mujeres. Y he aquí donde nace mi ambivalencia hacia el filme. Sí, creo que es una obra notable. Sí, creo que merece las nominaciones al Óscar (que, al fin y al cabo, tan poco importan). Pero también tengo mis reservas hacia las políticas de género y de clase inscritas en el filme. Habiendo leído las tribulaciones de los personajes de Philip Roth y Michel Houellebecq, habiendo sobrevivido los quejidos infantiles de los cuarentones woodyallenescos, otro filme sobre las quejas existenciales de un hombre privilegiado, blanco y heterosexual es una propuesta anquilosada y por momentos francamente aburrida. Aunque Woodcock se define a sí mismo más como un artesano que un artista, hay mucho de poesía en su trabajo y busca en Alma a una musa que esté a su servicio en cuerpo y mente. Los sutiles juegos de sadismo y masoquismo que se van tejiendo con pericia en la trama no resuelven del todo el tufo esnob y misógino que en ocasiones despide el filme. Como con Manhattan de Allen, encuentro instantes de estética deslumbrante, pero también momentos en que me cuestiono el por qué narrar la historia de un tipo tan detestable, un asshole hecho y derecho.


César Albarrán Torres es catedrático e investigador en la Swinburne University of Technology en Melbourne, Australia. Es crítico de cine y fue el editor fundador del portal de la revista Cine PREMIERE@viscount_wombat