Fragmentado
Por Abel Cervantes | 3 de marzo de 2017
Yo soy yo. Y también soy otros. A veces soy tú. Y tú eres yo.
Si la esquizofrenia ha sido abordada en el cine de terror, nadie la ha llevado al límite como lo ha hecho M. Night Shyamalan en su largometraje más reciente. Dennis (un James McAvoy sencillamente genial) forma parte de una serie de 23 personalidades que conviven en el cuerpo de Kevin junto a Barry y Hedwig, entre otros, y al lado de Patricia ha tomado posesión de la mente de este personaje para dar vida a un miembro más. Inspirado parcialmente en Psicosis (Psycho, 1960) de Alfred Hitchcock, El resplandor (The Shining, 1980) de Stanley Kubrick, El silencio de los inocentes (The Silence of the Lambs, 1991) de Jonathan Demme y El exorcista (The Exorcist, 1973) de William Friedkin, Shyamalan (Mahé, India, 1970) ha construido un asombroso relato, la segunda parte de otra obra maestra, El protegido (Unbreakable, 2000), que no sólo se relaciona con ella por formar parte de un mismo universo temático, sino también uno audiovisual.
Al principio de la cinta, la cámara captura el rostro de Casey (Anya Taylor-Joy) dentro de un auto, mientras se desplaza horizontalmente para mostrar parcialmente el acecho de Dennis, un movimiento muy parecido al que tiene lugar en El protegido cuando David (Bruce Willis) está sentado en el tren instantes antes de que éste choque. Igualmente, al final de Fragmentado (Split, 2017) el villano se posa frente al espejo como una metáfora de sus múltiples personalidades, un recurso que bien podría vincularse con el nacimiento de Mr. Glass (Samuel L. Jackson), proyectado a través de un juego de espejos donde la cámara oscila –sin cortes– hacia arriba y hacia abajo para confundir al espectador sobre lo que se encuentra ante sus ojos. En ambas secuencias, la cámara se mueve a un ritmo semejante en los pasajes de los superhéroes potenciales y de los villanos consumados.
Estamos en el tiempo actual. Dennis secuestra a tres niñas para destazarlas, engullirlas y ofrecerlas como parte de un ritual satánico para dar la bienvenida a la Bestia, una especie de Lucifer que puede caminar por las paredes o rechazar balazos a quemarropa. Para conseguirlo, se apodera de la personalidad de Barry, un diseñador de modas que, como Búfalo Bill en El silencio de los inocentes, confecciona y muda de ropa a sus múltiples personalidades para develar las transformaciones que tienen cabida en un mismo cuerpo, y de esta manera engañar a su psicoanalista, la Dra. Fletcher (Betty Buckley), aparentemente la única capaz de controlar la agresividad que guarece en su interior.
Si Jacques Lacan encontró en Problemas de lingüística general, de Émile Benveniste, un eco a sus estudios sobre la esquizofrenia al ver en el libro de éste un estudio desde la lengua donde al menos dos personalidades se desdoblan en un mismo sujeto, dando lugar a dos locutores y dos receptores (un yo y un tú conviven dentro de nosotros cuando nos hablamos, por ejemplo), Hitchcock halla otro en Shyamalan comparando dos antagonistas –Norman Bates y ¿Barry, Kevin, Patricia…?– que efectúan actos perversos motivados por la defragmentación ominosa, producto de la convulsa relación con sus respectivas madres y un entorno social, por decir lo menos, adverso.
Sexualmente impotente, la Bestia se alimenta literalmente de dos jóvenes burguesas que viven como si les mereciera el cielo por sólo existir. Su propósito no sólo puede analizarse desde una perspectiva psicológica o emocional, sino también desde una socioeconómica. Un monstruo vigila las calles de Estados Unidos devorando la carne de las clases más aventajadas para sobrevivir. ¿Cómo contrarrestarlo? El final de Fragmentado anuncia una nueva aparición de David, el héroe desconocido de El protegido, un protagonista vulnerable, apenas expresivo, cuyo mayor talento es la fuerza y cuya mayor debilidad es el agua.
El estupendo trabajo de James McAvoy, que a través de la gesticulación logra dotar de personalidad propia a cada una de las figuras que viven dentro de Kevin, coloca a este antagonista de múltiples nombres como uno de los villanos más temibles de la historia del cine junto a Hannibal Lecter o Leatherface, que también utilizan la piel humana como un camuflaje.
Que el villano viva en un zoológico sólo puede proyectar dos posibles interpretaciones: una serie de animales enjaulados viven en el interior de su cuerpo, sometidos por la civilización humana, para ser exhibidos posteriormente como si su imagen fuera digna de un espectáculo de circo. O bien, su naturaleza animal le prohíbe andar libremente por las calles, recordándoles a los otros –a cualquiera– que dentro de sí habitan otros huéspedes listos para escapar.
Abel Cervantes es comunicólogo y editor de Icónica. Colaboró en los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental(2014) con un ensayo sobre Carlos Reygadas y otro sobre Juan Carlos Rulfo, respectivamente. Es profesor en la UNAM. @abel_cervantes4
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