Un niño, una pistola, un niño
Por Abel Cervantes | 24 de enero de 2017
Tenemos que hablar de Kevin (We Need to Talk About Kevin, Lynne Ramsay, 2011)
Un niño tiene una pistola y la usa contra sus compañeros y su profesora en un salón de clases. Posteriormente intenta dos disparos en la cabeza contra sí mismo. Falla. Se dirige con tranquilidad hacia su mochila, que se encuentra a cinco pasos, recarga el arma y esta vez se asegura de no equivocarse llevándosela a la boca. La escena –nada nuevo– ha quedado registrada en una cámara dentro del salón. Y unos minutos después circula en medios y redes sociales. Es el 18 de enero de 2017. Existe una serie de ámbitos que no logro conectar pero que observo como si se trataran de las piezas esparcidas de un modelo para armarse. Los espacios educativos, una pistola activada por un niño, una imagen que se transmite y se viraliza. En Generación Post-Alfa (Tinta Limón, 2007), Franco Berardi “Bifo” explica que debido a las nuevas tecnologías y a la ausencia de la enseñanza de la escritura (que motiva en el cerebro las estructuras lineales organizadas) los jóvenes están más propensos a la inestabilidad emocional. Una patología del semiocapitalismo. Las consecuencias: noticieros en Europa y Estados Unidos hablando de violencia juvenil. Por supuesto, no se trata de fenómenos aislados, ni de enfermedades individuales que deban curarse con Prozac. El síntoma está en otro lado. Un niño en una escuela le dispara a sus compañeros y a su profesora. Inmediatamente después repite el procedimiento contra sí mismo. Un niño. Una profesora. Un niño.
Basada en la masacre de Columbine, Elefante (Elephant, 2003), de Gus Van Sant, retrata la vida de los dos adolescente que cimbraron los medios de comunicación el 20 de abril de 1999. La película registra magníficamente los sentimientos de los protagonistas a través de un ritmo de montaje a cámara lenta. Un estilo similar a Paranoid Park (2007), también de Van Sant, también sobre un niño, también sobre un asesino. Una ráfaga de preguntas: ¿dónde está el problema?, ¿en el fácil acceso a las armas?, ¿en la violencia mediática a la que están expuestos los niños?, ¿qué ocurre con el sistema educativo que no permite que las inquietudes estudiantiles tengan un cauce diferente?, ¿qué responsabilidad tienen los padres en este contexto?, ¿cuál los profesores?, ¿cuál los niños?
Si Michael Moore tiene un mérito como director de cine es haber planteado en Masacre en Columbine (Bowling for Columbine, 2002) una interrogante –si tuvieras la oportunidad, ¿qué les hubieras dicho a los jóvenes asesinos?– cuya mejor respuesta proviene de Marylin Manson: nada; hubiera escuchado lo que tuvieran que decir. Un comercial de 2015 producido por la agencia publicitaria BBDO señala la responsabilidad de las personas y de los espectadores como cómplices de estos ataques con arma de fuego en espacios educativos en un corto de pocos minutos donde se proyectan dos historias: una en la superficie en la que un joven entabla una relación pretendidamente amorosa escribiendo mensajes en la mesa de una biblioteca; otra violenta en la que otro joven muestra señales de locura. Al final, ambas se entrelazan fatalmente. Tengo la sensación, sin embargo, de que el problema es más profundo. ¿Escuchar lo que tiene que decir un joven remediaría los asesinatos en las escuelas? También esto es psicoanálisis: ¿qué responsabilidad tenemos al seguir inscritos en un sistema que genera conflictos que posteriormente se cristalizan en una imagen en movimiento con una pistola circulando en Facebook?
https://www.youtube.com/watch?v=HehRLOhB6GY&feature=youtu.be
Es difícil hacerse hoy una idea de las dimensiones de las consecuencias del video donde se ve al joven de Monterrey disparando contra todos y contra sí mismo en un salón de clases. E igualmente difícil diagnosticar las situaciones que lo provocaron. No obstante, es innegable que nuestra cultura ha proyectado sobre los niños una imagen cambiante que puede asociarse lo mismo a la inocencia que a la crueldad y el horror. No es fortuito que en las películas de terror un niño desencadene sentimientos inquietantes. ¿Ejemplos? El exorcista, El pueblo de los malditos, La profecía, Siniestro y La maldición, sí, pero también, aunque en otro sentido, El señor de las moscas o Tenemos que hablar de Kevin. Quizá sólo estemos en un contexto plagado de ambición, egoísmo, resentimiento y rencor, donde hechos como los ocurridos el 18 de enero sean indicios de la descomposición que asoman por todas partes. La pregunta de siempre: ¿qué hacer para intentar algo distinto?
Abel Cervantes es comunicólogo y editor de Icónica. Colaboró en los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014) con un ensayo sobre Carlos Reygadas y otro sobre Juan Carlos Rulfo, respectivamente. Es profesor en la UNAM. @abel_cervantes4
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