El cine de Oskar Alegria

El cine de Oskar Alegria

Por | 17 de marzo de 2022

Sección: Ensayo

Temas:

La casa Emak Bakia (2012).

«La tradición diagnostica que “de poeta y de loco todos tenemos un poco”», dice Esteban Peicovich, periodista y poeta argentino. Me pregunto, ahora que he visto su filmografía, si este es el caso de Oskar Alegria.

Remontándome a una conversación con el periodista Javier Tolentino en Radio 3 de España hace ya algún tiempo, pude percibir una especie de llamada a descubrir un cine hecho a la medida de su creador, personal, alejado de los cauces convencionales o los ritmos palpitantes del mercado audiovisual. Resulta que el señor Alegria (Pamplona, 1973) tras trabajar como periodista para medios de televisión y más tarde para el suplemento El viajero de El País, inicia su particular y personalísima carrera en el mundo de la creación audiovisual con La casa Emak Bakia (2012), un largometraje en cierta manera inclasificable. «Algunos programadores de festivales afirman que mi película abarca ciertos géneros que ni yo mismo veo que estén ahí, así que en alguna ocasión he llegado a marcar casi todas las casillas» cuenta Oskar Alegria con tono irónico a una audiencia expectante. Durante unas vacaciones en Londres, el cineasta hace una visita a la Tate Modern, allí en una de las salas aprende que Man Ray además de fotógrafo y artista plástico, también creó algunas películas cortas. La que se proyecta en esos momentos captura su atención, el título es Emak Bakia (1927). Ahí es donde se desata la historia de una búsqueda. La casa donde se rodó la película de Man Ray en 1926 cerca de Biarritz tuvo ese peculiar nombre y Alegria decide emprender un camino a pie hacia su localización. De aquella mansión, Man Ray sólo dio a conocer tres planos: la imagen de su puerta principal, dos columnas de una ventana y un trozo de costa cercana. La búsqueda a través de esas imágenes antiguas no será fácil. El nombre no figura en los archivos y nadie recuerda hoy la casa. Por eso Oskar Alegria pedirá ayuda y colaboración a otros informantes como el azar y el viento. El diálogo entre la película de Man Ray y la que filma Alegria es el leit-motiv que articula el discurso de esta última. Hay cierta explicitud formal en este planteamiento, y una cierta ambición conceptual que hace del film un tránsito del pasado heredado al presente consciente de lo filmado como tributo a esa herencia. Los dispositivos fílmicos utilizados por Alegria son numerosos en aras de resolver un doble enigma: en primer lugar el enigmático título en euskera de la casa y en segundo lugar su paradero. Esto hace que el film se convierta en una cinta de cine experimental que coquetea con los géneros del suspense y detectivesco, y su director se convierta en ese viajero que tiene pocas pistas y –como el dibujo de la liebre que muestra en el film, nunca va en línea recta sino más bien haciendo círculos y volviendo tras de sí– trata de llegar hasta el final, el cual no voy a desvelar aquí para que así el lector lo averigüe por sí mismo. La casa Emak Bakia, es paisaje, es memoria de hombres y mujeres de otra época, es un tributo póstumo a la figura de Man Ray; aparece el payaso preferido de Fellini, aparece una aristócrata rumana que fue campeona de ping-pong y además era prima hermana de Vladimir Navokov. Oskar Alegria es capaz en la película de reiniciar el proceso narrativo con nuevas ocurrencias y de esta manera mantener al espectador en vilo hasta el final feliz de la película: la reparación dignificante de la memoria que durante largo tiempo había sido secuestrada por la indiferencia. Una película magnifica e infinita.

Alegria un día se encontró con Jonás Trueba y este le preguntó si tenía alguna idea para su segundo proyecto, y al contestarle que no sabía lo que iba a hacer, Trueba le sugirió pasar directamente a su tercer proyecto –cuenta con cierto humor. Algún tiempo después de aquella anécdota Oskar Alegria visitaba una vieja borda en el margen del río Arga que solía servir de lugar de encuentros familiares durante su infancia.

oskar alegria

Zumiriki (2019).

Es aquí donde, arrastrado quizás por la memoria y su nostalgia comenzó a dar forma a Zumiriki (2019), su siguiente proyecto. Zumiriki es la historia personal de su director, de la visión cósmica que tiene de sí mismo y de su entorno durante un periodo autoimpuesto de reclusión, en una cabaña construida a tal efecto en medio de la naturaleza, que abarca casi cuatro meses. Si Emak Bakia muestra, a mi modo de ver, un cine libre y experimental en su concepto y producción, Zumiriki va incluso más allá, introduciendo en este caso el género del videodiario personal, casi epistolar.

En cierta ocasión a Jack Kerouac, le preguntaron cuál era su forma ideal de vida, a lo que él contestó: «Eremita en los bosques, cabaña de un único cuarto, estufa de leña, lámpara de petróleo, libros, alimentos, retrete, sin electricidad, sólo agua de riachuelo o arroyo, dormir, ir a pie». Me pregunto si Oskar Alegria sabía esto, si se mete en la piel de Kerouac o es al revés. Pero en cualquier caso aquí es donde nace un proyecto en la línea del cine ensayo. La película comienza con filmaciones en Super-8 de una romería a una ermita próxima que años atrás había realizado su padre, el cual aleccionaba a sus hijos con eso de «Hay que filmar sin pensar». Más tarde es el propio Alegria el que filma todo lo que le rodea desde esa cabaña estratégicamente situada, y piensa y reflexiona lo filmado. Lo observa todo, lo filma todo, lo comenta todo, desde una nube que pasa a las aves que se posan en los arboles sumergidos de lo que fuera la isla donde jugaba en la infancia. Es la no isla lo que da nombre a la película, un zumiriki en euskera significa una isla en mitad de un rio, una isla que ahora no existe debido a la construcción de una presa años atrás. Oskar Alegria, como ya hicieran anteriormente otros eremitas de renombre tales como Heidegger, Wittgenstein, Mahler o el Walden de Thoreau, se encuentra en ese lugar de confinamiento con una misión muy particular: pensar sobre lo observado y lo no observado, es decir lo imaginado, pensar el pasado sin futuro, pensar la memoria, el recuerdo o la supervivencia del mismo. Nuestro actor protagonista se mueve con sigilo, evitando ser visto, poniendo cámaras aquí y allá en los dominios del bosque habitado por otras criaturas, pues él sabe que no está solo, y en su empeño de contarlo y demostrarlo a su audiencia va construyendo una película ciertamente personal, que quizás bebe con cierta nostalgia del cine western de tramperos, el de aventuras o el de misterio con la vaca prófuga como símbolo de todo ello. Zumiriki reflexiona con cierto empeño y determinación filosófica sobre muchos aspectos, encadenando uno tras otro, con una puesta en escena desinhibida pero con una mirada contemplativa que recuerda a las enseñanzas de un antiguo texto chino, oracular, como es el I Ching. Zumiriki, debería ser vista en los institutos o en los colegios, aunque advierto aquí, y no lo veo como una desventaja, que tiene casi dos horas de duración pero fluye sagaz como el río Arga que es donde se refleja. Es una película hecha con amor, paciencia, cocida a fuego lento, que nos habla de memoria, de lo que queda de ella, de paisaje y paisanaje, un canto al espíritu libre, a la libertad del hombre.

Cabe mencionar en este artículo que recientemente Oskar Alegria terminó una serie de cortometrajes que cito a continuación: Hotza (2018), La lengua de los dioses (2018), Aritzakoa (2020) y Erleketa (2020). Son proyectos que han sido producidos como encargo y que tratan temas que orbitan de forma constante en la mente del director, como es el paisaje, la memoria o el viaje. Piezas cortas de carácter realista, capaces de cautivar al espectador siempre abierto a nuevas sensaciones fílmicas.


Julio Moreno ha realizado, como aficionado, cortometrajes, videos, críticas y ensayos sobre cine, y además, profesionalmente, subtítulos para películas.

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