Reygadas y la presencia

Reygadas y la presencia

Por | 12 de agosto de 2021

Nuestro tiempo (Carlos Reygadas, 2018).

Cuando declara que «una fotografía es la realidad»,[1] se percibe en Carlos Reygadas una suerte de asombro primigenio ante la capacidad técnica de la cámara, una íntima comprensión de las personas que se negaban a ser retratadas por temor a perder el alma. Reygadas afirma que el cine no es representación, sino presencia. Al pasar a este enunciado por un examen, ni siquiera demasiado riguroso, se lo ve tambalear, porque desde luego que el cine es representación, las cosas filmadas no están realmente ahí, frente a nosotros, sino reproducidas: en el material, en la cinta, en la pantalla. Pero quizás este apego a la definición de diccionario y a los límites de los conceptos nos impediría aproximarnos a lo que Reygadas fundamentalmente quiere decir, que «el cine es lo más cercano a la misma existencia que el ser humano ha inventado».[2]

 

Imagen y texto

Para arrojar luz sobre la idea de la presencia, Reygadas suele comparar al cine con la literatura. En una película, «el ser aparece»[3] (por lo menos su imagen), y no es necesario comentar nada, hay una evidencia. En el texto, en cambio, el ser es referido, reducido a un código que es necesario descifrar. No se trata de un juicio de valor, y Reygadas ha llegado a hacer la aclaración, algo bromista, de que «la literatura es la más grande belleza de la vida»,[4] pero el hecho es que en una novela las cosas nos han quedado en la distancia, traducidas, transfiguradas. En el lenguaje verbal hay una insalvable mediación con el mundo, una barrera. La palabra perro no tiene ninguna relación real con su referente, el lazo depende de una convención arbitraria, de un como si. Decir el nombre de una persona no es traerla con nosotros. El cine, en cambio, en su manera particular de captura, parecería entablar con sus objetos una relación más patente, más directa. Las cosas están cerca, enfrente.

Pero quizá se podría argumentar lo contrario: que una imagen es la distancia absoluta, que la fotografía de una persona es sobre todo el signo de su ausencia, la imagen reemplaza al objeto, es decir, su mensaje esencial es que lo retratado no está ahí; y que la literatura, al trabajar desde el hecho mismo de la falta, aceptando el error de origen, su tarea de señalización sin reposo, de un continuo acercarse sin tocar, puede en sus mejores momentos alcanzar una especie de intimidad con la cosa, conseguir el positivo en su juego de negativos.

 

El material

En un sentido, la idea de la presencia es también una manera de exigir atención a la materialidad del cine, a sus imágenes y sonidos, poniendo en segundo plano la información y el relato que transmiten. Es un modo de ir en contra del predominio de la trama, como ya había escrito François Truffaut, un ataque a la concepción del cine como literatura ilustrada. Pero en las declaraciones de Reygadas se trasluce la noción de que en la literatura sí sería legítimo leer tan sólo como relato e información, y en ella también es el material mismo lo más importante, lo que torturaba a Flaubert: la frase.

 

Esto es una película

El deseo de empatar al cine con lo real coloca a Reygadas en una posición un tanto adversa con ese evento ineludible de la historia de la cinematografía que es Jean-Luc Godard.[5] Cuando una película parecía ser únicamente la captura, la reproducción de una manera natural de mirar (es decir, como precisaba Ricardo Piglia, una vez que nos acostumbramos a mirar al modo del cine), Godard se dedicó a quebrar esa identidad, a sabotearla. Detrás de todos sus gestos y técnicas estaba la obsesión de señalar al cine, de volverlo evidente como un cuerpo extraño, hacer visible la distancia, la separación entre una película y la vida real. Después de la obra del suizo, pensar que el cine es lo más cercano a la existencia suena francamente ingenuo.

Quizá Reygadas tenga una respuesta para Godard, quizás una tan brutal y tajante como la de Tarantino («I’ve outgrowned him»), pero es que tampoco es tan fácil, en su propia filmografía, encontrar una justificación para ese empate tan desmesurado entre cine y realidad. Lo que se podría conceder es que en el cine hay una emulación, técnicamente sorprendente, del sentido de la vista y el oído, cuya preponderancia en la percepción podría justificar concebir al cine como una poderosa imitación de la vida. Pero aquél, como todo buen arte, es la manipulación de un material para sacar chispas, y no para dejarlo todo igual.

La distancia de la reproducción es inescapable, tanto cine como literatura están obligados a pasar por el momento de la mediación y la re-presentación. La mano del mago desaparece cuando entra al sombrero, y en ese instante todo se pone en juego. Por suerte el cine no es idéntico a la existencia. Por ello, como las otras artes, permanece como misterio. Por ello es a veces más interesante que la vida.


Juan Francisco Herrerías escribe narrativa y ensayo. Forma parte de excavaciones.net y de poemata.hypotheses.org


[1] Conversatorio en Museo Experimental El Eco, México, 15 de marzo de 2019.

[2] Carlos Rodríguez, “‘El cine es una revelación’: Reygadas”, La Tempestad, México, 6 de mayo de 2019.

[3] No queremos entrar en la discusión, pero francamente el uso de la palabra ser ya denota en Reygadas un anacronismo o incluso una torpeza.

[4] Conversatorio en El Eco.

[5] En cuanto a su filosofía del cine solamente, porque en realidad su filmografía está punteada por guiños godardianos.