¿Qué es lo que miramos en las series d

¿Qué es lo que miramos en las series de comedia?

Por | 26 de marzo de 2021

De brutas, nada (Sony Pictures Television, 2020 a la fecha).

Por supuesto las grandes superproducciones, películas y series, siguen capturando la atención de la mayoría de los espectadores, algunas de éstas colocándose desde hace algunos años ya como las favoritas no sólo de los premios de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos sino ahora ya también de los festivales europeos. Si eso está bien o no es una discusión aparte. Más bien, me parece importante revisar qué es lo que vemos y sobre todo cómo nos vemos en las producciones “locales” que se realizan y se distribuyen en dichos espacios.

A principios de este año se dijo que Netflix invertiría al rededor de 300 millones de dólares en México para la realización de más o menos 50 producciones originales en el país, entre las locales y las internacionales, una cifra escandalosa si se le compara con el nuevo prepuesto anual que tendrá el FOCINE en México para la producción de largometrajes y cortometrajes de ficción, documental, animación repartidos en doce convocatorias distintas.

A consecuencia de la pandemia muchas personas nos acercamos a las plataformas como una de las pocas alternativas legales para el consumo de contenido audiovisual, y el número de opciones mexicanas, aumentó muchísimo en comparación con años anteriores. Cuando Netflix lanzó en el 2015 Club de cuervos (Gary Alazraki y Michael Lam, 2015-19), su primera producción en México y única en ese año, fue todo un acontecimiento. Durante el 2019 se realizaron 20 series y películas en algunos países de América Latina y para este año, como decíamos, se tienen planeadas 50 sólo en México. Aunque sigue destacando la comedia como el género que más se explota, el número de dramas se incrementó. Ésta aparente diversidad me gusta pensarla desde un lado muy optimista, como una posibilidad para que nuevas propuestas se extiendan no sólo en lo autoral y cinematográfico, sino también al mundo del entretenimiento, espacio que aún no se logra ni con mucho conquistar. Por desgracia sólo queda como posibilidad.

Uno de los primeros ejemplos en los que pienso es Ctrl Z (Carlos Quintanilla Sakar, Adriana Pelusi y Miguel García Moreno, 2020 a la fecha), la cual desde una lectura superficial parece una mezcla muy extraña entre Sherlock y cualquier telenovela nacional. De brutas, nada (Sony Pictures Television, 2020 a la fecha), un remake de una serie colombiana muy famosa que ahora es el nuevo éxito de Prime Video, o Cómo sobrevivir soltero (Marcos Bucay, 2020 a la fecha), una serie que pasó también por Prime Video sin mucha pena ni gloria, plantean una romantización e idealización de los estereotipos de una clase alta, llevándolos casi a sus últimas consecuencias: no sólo representan a la clase alta sino que hacen parecer que todos pertenecemos a ella. Viendo la mayoría de estas series me salta una pregunta de manera casi inmediata: ¿cómo nos estamos representando?

No es una pregunta para nada novedosa, pero me parece pertinente llevarla a este espacio que sí es nuevo y que cada vez se vuelve más relevante: las plataformas de streaming.

Vuelvo al primer ejemplo, Ctrl Z. Una chica aislada, que tiene problemas familiares y que es absolutamente brillante, logra resolver un misterio complejísimo (sólo en la ficción) con su poder agudo de deducción. ¿Un cliché, un estereotipo o una copia del Sherlock adaptado por la BBC? Un poco de todas tal vez. Pero lo más importante es lo que vemos en la serie y en los personajes. Aparentemente todo el drama sucede dentro de la escuela, una preparatoria privada en donde en teoría asisten personas de clase media y algunas personas de clase alta.

Obviamente, los espacios en los que se desarrolla la serie son inverosímiles por completo si se piensa en cómo son las escuelas del país, incluyendo las privadas. Los problemas que tienen y las actuaciones parecen estar fuera lugar. Me llama la atención que los mensajes de redes que aparecen en la serie estén todos en inglés, y que sólo un par de los personajes tengan piel morena. Tal vez podría ser algo cercano a la realidad si se representara otro sector de la sociedad.

De brutas, nada, narra la historia de una mujer que el día antes de su boda descubre que su pareja la engaña. Entonces se da cuenta de que ya no puede pagar el departamento que iban a compartir, por lo cual tiene la necesidad de conseguir un roomie, un hombre que finge ser gay para que lo acepte como inquilino. A partir de su mentira se desarrolla el resto de la historia. Al igual que el ejemplo anterior existe una manera extraña de representar los espacios que habitan los personajes. La contradicción no está en plantear un mundo donde los personajes tienen evidentemente un gran poder adquisitivo, sino en que a pesar de que no todos lo tienen, aun así habitan espacios correspondientes a como si fuera el caso: pasan el tiempo libre en el bar de la colonia de moda y viven en departamentos enormes para personas comunes con trabajos y sueldos comunes. Raro.

Cómo sobrevivir soltero cuenta la historia de un actor famoso que descubre el engaño de su pareja el día que le propone matrimonio. Tras terminar con ella sus mejores amigos intentan convencerlo de que estar soltero no es el fin del mundo. Todo esto hasta que vuelve a tener un interés romántico por otra persona. La clase a la que pertenecen los personajes es parecida a la de los ejemplos anteriores: no parece haber una diversidad, no porque necesariamente tenga que ser así, simplemente bajo las situaciones que plantean tendría que ser distinto: el personaje del cineasta que hace películas de arte, la forma en la que las relaciones se forman, los empleos que tienen, las actividades que realizan y la manera en la que se relacionan con todo el universo que plantean, al final resultan absurdas, no sólo porque los chistes sean malos o las situaciones que plantean sean completamente inverosímiles, sino que parece que en la narrativa la relación causa y efecto sucede de manera inmediata y casi mecánica, no importa el cómo y el porqué de lo que cuentan las historias, simplemente suceden.

¿Cómo nos representamos en estas obras? ¿Por qué nos miramos así? ¿Cómo nos vemos en un espejo que no fue hecho por o para “nosotros”? La creación de estas series muestra la forma en la que ciertos realizadores, productoras o plataformas, han tenido y siguen teniendo, de mirar al país –y supongo a toda América Latina. Aunque el entendido de que todas son obras de ficción permite falta de apego total a la realidad, es importante decir que el mundo que estas producciones reproducen no puede ser más ajeno a la vida de la mayoría de la gente.

Una queja continúa de los espectadores, «¿Por qué siempre retratan lo más feo de México?», tiene cierto grado de validez: tal vez no mirar las cosas más incómodas de nuestras propias realidades es el principal objetivo de estas comedias. Sin embargo, no parecen ser las condiciones necesarias y suficientes para satisfacer a la pregunta ¿cómo nos representamos en estas series y por qué lo hacemos de esa manera? No sólo parece un escapismo mental y un estado de aspiración perpetua a otro estilo de vida, el cual por supuesto es prácticamente inalcanzable en todos los casos. La realidad que presentan parece ser la única que permite que la vida se complique de manera relativamente no terrible, elude por completo las problemáticas reales al punto donde son invisibilizadas por completo. Parte de esto tiene que ver necesariamente con el tono y el género de dichas producciones y aunque debe haber casos en los que no se aplique, la falta de verosimilitud y cierto arraigo a la realidad cercana a la mayoría refleja no sólo un problema que nace en la forma pero que parece concretarse en el fondo, en lo que narran las historias.

Tal vez el problema no tiene que ver con la ficción de dichas producciones sino con lo “ficcional” que existe en cada uno de nosotros como espectadores. Estas series muestran una realidad que nos es completamente ajena, si no es porque hay tomas panorámicas de la ciudad de México o porque se le escapa algún “chido” de vez en cuando a algún personaje, podríamos pensar que esa serie está filmada en Madrid, Nueva York, Tokio o cualquier otro lugar.

Los 300 millones de dólares que Netflix invertirá en México parece que se usarán para mostrarle al mundo y a los mexicanos no lo que es México, sino lo que ellos quieren que sea. La diversidad que tendríamos la posibilidad de mostrar nació prácticamente muerta, no sólo por la imposibilidad de una objetividad real y lo complicado de retratar un lugar con la riqueza que implica, sino porque tal vez continuamos como realizadores y como espectadores en el mismo lugar. Las series mexicanas se mantienen durante varias semanas o meses en los primeros lugares de vistas de Netflix. Si miramos un poco hacia atrás tal vez notemos que el problema no sólo está en lo que nos gusta ver, sino en lo que nos ha gustado mirar durante mucho tiempo. ¿Y si la televisión no era el problema? ¿Y si sólo cambiamos el rancho y las haciendas de las telenovelas por departamentos en La Condesa?

Lo universal ya no se encuentra en lo particular que se lograba encontrar en lo nuevo y lo desconocido, ahora se encuentra en lo homogéneo y uniforme. ¿Qué es lo que miramos? ¿Cómo nos estamos representando? Pareciera que al final nos inventamos constantemente pero no a partir de lo nuevo, de lo concreto o por abstracto que parezca, de lo real, sino que nos miramos en una estructura que se repite en muchísimas partes del mundo, nos reproducimos ya como formas vacías.


Hiram Islas estudia cine en la Escuela Superior de Cine y forma parte de la redacción de Icónica. Estudió Filosofía en la UNAM. @hiramislasv