Camille: Una mirada ajena

Camille: Una mirada ajena

Por | 12 de marzo de 2021

«De 2013 a 2015, una guerra civil asoló la República Centroafricana. Los seleka y los antibalaka se enfrentaron oponiendo a cristianos y musulmanes. El conflicto dejó miles de muertos y un millón de desplazados. Camille Lepage cubrió el conflicto entre octubre de 2013 y marzo de 2014». Con este encabezado inicia la película Camille (2019) dirigida por Boris Lojkine.

La República Centroafricana fue colonia de Francia hasta el 13 de agosto de 1960, momento en el cual se declaró una nación independiente y a pesar de encontrarse en uno de los 10 países más pobres a nivel mundial es un territorio rico en petróleo y minerales como uranio, oro y diamantes.

El país ha sido gobernado desde su independencia por la corrupción y la represión vista en varias figuras gubernamentales. Desde David Dacko –su primer presidente (1959-60) – pasando por Jean-Bedel Bokassa y su dictadura (1966-79) y su autoproclamación como emperador del país (1979-96), y finalmente con François Bozizé quien fue presidente de 2003 al año 2013, momento en el cual se produce un golpe de estado por parte de la Alianza Verde Seleka, quienes después de recorrer el norte del país y llegar a las puertas de Damara (considerada la última defensa de la capital), llegan a Bangui y toman el Palacio Presidencial. Esto dejó sin salida a Bozizé y terminó huyendo a la República Democrática del Congo pidiendo ayuda a la ONU y a Francia.

Debido al inminente avance de los seleka en el territorio centroafricano, Bozizé pidió a los jóvenes civiles que se alzaran en armas para defender su país y crearan sus propias milicias, es así como se crean las autodefensas antibalaka. Estos son los dos grupos que dominan el conflicto retratado por la fotorreportera Camille Lepage, protagonista del segundo largometraje de ficción del director francés.

La película intenta hacer una exposición del conflicto centroafricano desde el privilegio del lente de una mujer blanca proveniente del país colonizador de ese territorio. La historia hace uso de recursos como las fotografías tomadas por Camille, cámara en mano y voz en off para hacer un símil al documental, estética que seguramente es usada por Lojkine (1969) para acercar al espectador a la profesión de la protagonista.

El personaje interpretado por Nina Meurisse se muestra aparentemente fuerte, valiente y persistente, aun así, a medida que la película va avanzando se revela como un ser débil, falto de carácter y sin una expectativa clara más que la de ocultarse detrás de la cámara.

Los otros fotorreporteros que se presentan en la historia tienen la meta clara de cubrir el conflicto para consumar el propósito colonialista de llevar a Francia un reporte con la expectativa de que el gobierno en turno participe como figura redentora. Por otro lado, Camille inicia la película con un propósito similar, pero lo termina como una figura enajenada dedicada a captar momentos de este conflicto sin un propósito en particular o al menos claro.

Lojkine no deja claro si su intención con este personaje es presentar a una heroína o a una figura representante del primer mundo para generar empatía con su público sobre un conflicto lejano. Camille es constantemente abordada con peticiones de niños en busca de dinero y madres que le piden que lleve a sus hijos a Francia porque allá tienen un mejor futuro. Aun así, también es fuertemente criticada por algunos personajes centroafricanos que temen que ella venga con ínfulas de salvadora a raíz de la herida que dejó la época de la colonia.

Al regresar a su país, Camille es exaltada por su familia ya que sus fotografías son publicadas en el New York Times, lo cual le da un estatus como profesional. Su trabajo comienza a ser valorado y se le pide que viaje a Ucrania para cubrir otro conflicto, sin embargo, Camille decide regresar a la República Centroafricana para terminar el trabajo que cree no haber finalizado, sacando provecho a la libertad que posee para salir y regresar al país africano sin restricción alguna.

La desigualdad es algo que enmarca toda la película. Los fotorreporteros tienen la posibilidad de comer en un restaurante donde aparentemente sólo hay personas extranjeras y tienen un vehículo exclusivo para ellos que los transporta a cualquier zona del territorio. Los cubrimientos que realizan son alejados y poco empáticos con la situación que están capturando, lo único que importa es la toma perfecta. Mientras estos profesionales tienen la capacidad de decidir estar en ese país, muchos de los locales están huyendo en calidad de refugiados a otros países.

En ningún momento la película cambia de punto de vista a algún otro personaje y a pesar de que Camille intenta inmiscuirse dentro del conflicto, sigue siendo un personaje superficial. La voz de las personas centroafricanas, quienes han sido coartadas de su libertad queda en un segundo plano, no hay subtramas que alimenten la historia, es totalmente contada desde un solo punto de vista: el de Camille.

La película termina con una dedicatoria a las víctimas del conflicto centroafricano, pero las personas más afectadas por éste, aquellas que nacieron en este país y no han tenido otra opción que seguir creciendo entre la guerra e incluso vincularse a las milicias sean de un lado u otro, han sido silenciadas. Su conflicto es expuesto mas no genera ninguna postura crítica frente a la eventualidad. No es algo que no podamos observar a través de un noticiero de tinte amarillista.


Juliana Avendaño García estudia Cine y Televisión en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, en Bogotá, y forma parte de la redacción de Icónica. Trabajó en el Festival Universitario de Cine EUREKA como jefe de Prensa y Comunicaciones.