Mi madre ríe (fragmento)
Por Chantal Akerman | 11 de marzo de 2020
Sección: Historia(s)
Noticias de casa (News from Home, Chantal Akerman, 1976).
En 2015, tras la muerte de Chantal Akerman, Carlos Bonfil escribió esto en nuestras páginas:
La desaparición la semana pasada de Chantal Akerman, una de las realizadoras europeas más importantes de las últimas cinco décadas, y el virtual desconocimiento de su obra en México (cuarenta películas, entre cortos y largometrajes, e instalaciones artísticas), señala hasta qué punto la buena distribución del cine de autor sigue siendo una asignatura pendiente en nuestro país. Akerman nació en Bruselas en 1950, y su ascendencia judía, con familiares ejecutados en los campos de concentración, y una madre que consigue escapar pero que por largo tiempo se refugia en el mutismo, explica, en parte, algunas de sus obsesiones temáticas: los viajes, el exilio, la identidad escindida y, de modo especial, el ámbito doméstico como espacio ambivalente de encierro y liberación. Sus influencias decisivas las tiene muy joven en la obra de Godard, Fassbinder y Philippe Garrel; luego, en un viaje a los 22 años a Estados Unidos, en el cine experimental del canadiense Michael Snow. Cuatro años antes, en Saute la ville (1968), su primera cinta, la directora se libraba a una exploración de la subjetividad femenina en lo que sería un primer autorretrato con demoledora vocación libertaria, a partir de vigorosas apuestas estilísticas, largos planos fijos, eliminación de disolvencias y movimientos de cámara, diálogos escasos o un fino manejo dramático del silencio o la voz en off.
La situación era tan trágica que apenas pudimos usar un par de títulos de exhibición en México. Por fortuna la retrospectiva de la cineasta que FICUNAM programó ha revertido la situación. A su vez, nuestros amigos de la editorial MaNgOs de HaChA editaron en México su libro Mi madre ríe, que si bien no teoriza ni necesariamente aborda su cine, tiene afinidades temáticas y formales con algunas piezas clave de su filmografía, como Noticias de casa (News from Home, 1976) y Del otro lado (De l’autre côté, 2002).
Aquí publicamos un fragmento buscando ampliar los puntos de encuentro con la obra de Akerman.
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A veces también se lo preguntábamos. Pasaba que se lo preguntáramos. A veces las cuidadoras que sabían que venía de Polonia u otras personas también a quienes no se le había olvidado.
Pero toda su familia que había llegado con ella de Polonia ya no estaba aquí. Todo el mundo había desaparecido de una forma u otra, así que ya no hablaba polaco con nadie. Así que ya no sabía. En todo caso no bien. Salvo algunas palabras que decía. Yo sabía que sabía más que eso pero por una razón u otra decía que lo había olvidado.
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Yo apenas veo a un polaco, saco mis tres palabras de polaco y los polacos se ponen contentos, pero hasta ahí, con tres palabras no se llega muy lejos, y cuando veo a un ruso saco mis diez palabras de ruso y estoy feliz y orgullosa, como si fuera la única persona en el mundo en saber esas diez palabras, y los rusos me responden como si supiera al menos cien y los miro, hago gestos con la cabeza. Parece que entiendo algo en todo caso. Luego los rusos empiezan a hablar más rápido y enloquezco. Y a nie paniemayou o ya nie rosumie, no entiendo. Ya no sé qué idioma hablar, el polaco o el ruso, y cuando escucho a alguien en la calle hablar hebreo es peor. Digo chalom ma nichmah, hola qué tal, y contestan, bien, y pasan sin ni siquiera voltear y me lastiman. Quisiera simpatizar con ellos y contarles que aprendí hebreo cuando era niña en la escuela Maïmonide y que si no sé más es culpa de mi padre.
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De hecho siempre es culpa de alguien y mi padre cometió muchos errores, incluso si ahora tengo la impresión de que fue un santo.
Sé que no es cierto pero no estaba equivocado, aunque me haya tomado años descubrirlo. Antes de eso, aunque todo el mundo decía que mi padre era una buena persona yo no lo admitía. No del todo. Después, sí. Para eso tuvo que enfermarse. Cuando me enfermo hablo todos los idiomas, sobre todo los que ya olvidé como el hebreo. Vuelve y lo leo como si no lo hubiera olvidado. Y lo susurro a propósito. Incluso cuando no es necesario.
Y si tomo un taxi me pasa que quiero convencer al chofer cuando es árabe que el árabe tiene las mismas raíces que el hebreo y digo con orgullo yahad, que quiere decir uno y que en hebreo es ehad. El chofer del taxi no siempre se convence pero a veces sí. Así que no sé por qué pero me da mucha alegría y pataleo atrás en el taxi y veo el paisaje, el paisaje de París y me parece hermoso el paisaje. Sobre todo cuando hay tráfico, me da tiempo de ver bien incluso si a veces estoy muy impaciente. Cuando estoy muy impaciente es que hay muchos embotellamientos incluso cuando no y tengo que respirar para quitarme la impaciencia. A veces también cuando respiro, mi impaciencia crece entonces le pido al chofer del taxi que me deje allí.
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En el fondo sé que mi padre me quería, incluso si un día le dijo a su hermana en Canadá que su hija tenía otra forma de ser o era distinta. Yo ignoraba que lo sabía. Pensaba que lo había escondido bien pero él lo había entendido todo. Eso lo había hecho infeliz. Sin duda es por eso que siempre estaba en silencio conmigo y yo también. Un silencio pesado lleno de sobrentendidos como dicen, pero los sobrentendidos habían terminado por entenderse y entonces yo tenía otra forma de ser.
De hecho eso también era su culpa, si existe la culpa y si no también. Qué idea la de querer un niño en vez de a mí. Bueno eso me ayudaba a pensar que era su culpa porque también era culpa de mi madre y del mundo entero. Le dije un día a mi tío, si mi madre no me hubiera acariciado y abrazado todo el tiempo quizás las cosas hubieran sido distintas pero quizás no y de todas formas no importa, no tanto. Y de hecho ahora nada. Bueno, digamos que tantos cariños son demasiado. Bueno no sabemos cuándo es demasiado o quizás lo sabemos pero pensamos que no es tanto, que hay cosas peores.
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Yo no pensaba que tenía otra forma de ser ni que era distinta, para nada, sólo tenía una forma de ser, una forma de ser muy mía y era mi forma de ser. Una forma de ser un poco descuidada pero a mí me gustaba. Me gustaba que los demás no se descuidaran pero yo pensaba que mi forma de ser descuidada me quedaba mejor que la cuidada. Me parecía que mi forma de ser descuidada tenía un estilo. Un estilo muy mío. Y luego se volvió costumbre y ya no pensé ni en mi forma de ser ni en mi estilo, así era y es todo. Distinta.
Bueno quizás.
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Y había otras chicas con otra forma de ser y así era. Y nos queríamos y eso es todo. Cumplí dieciocho años en mayo de 1968. Sucedía que mi estilo se volvía algo común, y que todo se normalizaba, bueno si me atrevo a decirlo es porque la palabra normal no me gusta. Prefiero de lejos la palabra anormal. De lejos porque dentro de lo anormal se escucha todavía la palabra normal y esa no tengo nada de ganas de escucharla.
Existen palabras así, no hay nada que hacer, se quedan atravesadas en la garganta y conozco bien esa sensación y francamente no es agradable, lejos de ahí. Así que tengo que respirar lenta pero detenidamente y al menos durante veinte minutos. Al cabo de veinte minutos si estamos realmente metidos en la respiración a veces se pasa, pero a mí me cuesta trabajo respirar así durante veinte minutos.
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Cuando mi estilo se puso casi de moda, ya no valía la pena hacer comentarios acerca de mi estilo que se había convertido en la moda misma y tampoco valía la pena decirme que me pusiera vestidos que no me quedaban porque mi talle no era para vestidos. Era muy pequeña y el talle de los vestidos me llegaba a las caderas, y mis caderas no pasaban por el talle de los vestidos, y eso me horrorizaba, sí literalmente, y decía ves muy bien que no me queda, más vale que me quede con mi estilo o con mi forma de ser. Pero sí te queda, sí te queda, hay que retocarlo y te va a quedar. No, los retoques, quedan mal y deambulo con cosas retocadas y se sienten los retoques y es lo peor que hay.
A veces tengo la impresión que me querían retocar a mí, quiero decir cambiarme un poco y que todo estaría bien, y a veces yo también tengo ganas de cambiarme pero no serviría de nada.
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Ella repite todo el tiempo lo mismo y cuando le digo que ya me lo dijo, se enoja.
Ya no tengo derecho a decir nada aquí, me detienen de inmediato.
La próxima vez que repita algo no diré nada, pero suspiro.
Se da cuenta o no, no lo sé.
No dice nada y continua con su historia de taxi y de aeropuerto, de una mujer que tiene dinero y que está en el hospital con cáncer y un hombre que está en el hospital porque se cayó en su departamento a los noventa y seis años cuando estaba todavía muy bien. Ahora ya no será igual. Él todavía se paseaba y comía bien.
Llueve, llueve. Sin embargo es verano.