Qué ganas de doblárnosla

Qué ganas de doblárnosla

Por | 3 de marzo de 2020

Sección: Opinión

Temas:

¡Sea como sea se las metimos doblada, camaradas!
Paco Ignacio Taibo II

Cuanto más corrupto es el Estado, más leyes tiene
Cayo Cornelio Tácito

Bajo el rubro de progresista se presentó una iniciativa de ley que el senador Martí Batres volvió propia. La mencionada aboga por «actores y actrices» de doblaje, sector que, la verdad, es escaso: se pueden rastrear las mismas voces en caricaturas, teleseries y películas.

El anuncio de que iría la iniciativa al pleno del Senado causó revuelo por lo confusa que es. El señor Batres aclaró que ésta no es franquista, que «nunca se propuso suprimir la exhibición cinematográfica en lengua extranjera». En la defensa que hizo contra los «prejuicios y falsedades sobre el doblaje», utilizó… prejuicios y falsedades. Dijo que nadie habría leído a Shakespeare, Hegel, Platón, Tolstói y el Popol Vuh de no existir traducción. O sea, confundió un arte de representación física específica, con otro que queda sujeto a la imaginación de cada lector.

El actor de doblaje no “traduce”: destroza la personalidad de otro actor reemplazando su concepción original. La ópera nunca se canta en versión traducida. Ni Rolando Villazón cantaría tras bambalinas en su idioma las arias de Joseph Calleja. Si El rey Lear lo interpreta Ignacio López Tarso, es un gran espectáculo, pero no sería igual que gritara los parlamentos desde el escotillón si el protagónico lo representa Sir Ian McKellen. Este matiz es fundamental. Al hacer versiones de canciones, traduciéndolas para un intérprete local, u obras para actores vernáculos, ellos resultan ser los originales. En cuanto son reemplazados se modifica la obra. Este matiz sustancial se olvida. Claro, la politiquera Transacción de Cuarta no quiere entender esto, nomás “crear” una “Ley”.

En su apoyo al actor de doblaje, el señor Batres dice que el artículo 116 de la Ley Federal de Derechos de Autor no lo menciona junto al actor, narrador, declamador, cantante, músico, bailarín, como intérprete y ejecutante. ¿Será porque los mencionados hacen obra propia -el declamador incluido que con su voz e imagen actúa poesías o textos de su elección- y el actor de doblaje no? Sólo vacía a su lengua diálogos que otro actor interpreta.

Dada la limitada nómina, ¿implica la propuesta que un actor tendría la exclusividad de, por ejemplo, la voz de Robert de Niro? De ser el caso, entonces valdría la pena explorar el tema. No como lo que el señor Batres convirtió en bandera blanca o negra. Eustaquio Barjau es un gran traductor. Dudo que reciba regalías por cada libro de Peter Handke o Martin Heidegger que tradujo. Seguro tendrá su trabajo un tabulador especial, por el que recibe un salario, que negociaría en mejores condiciones que otros colegas suyos por su conocimiento profundo del alemán. El “actor” de doblaje, salvo rarísimas excepciones, nunca recrea nada del original en su lengua materna. Recibe por eso su salario y punto. La traducción no es de él. La medio interpreta para que el público sepa de qué va la película. Los mejores trabajos siempre han sido en animación y por cada Tin Tán o Amparo Garrido, pues están los demás.

El señor Batres fue falaz al decir que

tenemos los argumentos [sic] de algunos directores y productores que muestran un cine mexicano a la defensiva con el argumento [sic] de que a más doblaje menos consumo para películas mexicanas [¿qué otras películas haría el cine local?], como si estás fueran vistas sólo por estar en español y no por sus atractivos [sic] creativos [sic], ideológicos, fotográficos y actorales.

Ignora lo que lamentan los productores. Ciertas salas durante años exhibieron sólo cine nacional -se les llamó “de público cautivo”-, precisamente porque a sus espectadores les interesaban producciones en su idioma. Iban a divertirse, no a ver «atractivos creativos», algo esnob y absurdo. Cuando cambiaron los «atractivos creativos» con cintas mejor producidas en otras partes del mundo, gracias al doblaje remplazaron al modesto cine nacional. Sí hay relación entre doblaje y pérdida de público nacional. Históricamente está comprobado.

En su razonamiento el señor Batres engañó. Dijo que en México todas las películas extranjeras se traducen, doblándolas o subtitulándolas. Asegún él, el detalle es quesque el doblaje afecta el audio, el subtitulaje la fotografía. ¡Ah dio! El doblaje altera la idiosincrasia de la película. El subtitulaje abarca espacio mínimo y el espectador tiene habilidad suficiente para leer y no perder de vista la trama ni la calidad fotográfica. El subtitulaje es 3 % de pantalla. El doblaje es 100%. Su fariseo prejuicio es, por supuesto, franquista: el español hablado como contrapeso a lo que llama “la hegemonía anglosajona”. Justo lo que el franquismo combatió, ignorante de que al aclimatar la obra al español, aclimató mejor la temida hegemonía. O sea, la difusión de un estilo de vida y una visión del mundo ajenos. El señor Batres cree que nomás consumimos cine estadounidense cuando la cartelera tiene oferta considerable de otras cinematografías, que se vería ridícula en español o en una lengua indígena como propone la “Ley”. A su vez, el cine en español de otras latitudes, con sus acentos y giros coloquiales, ¿se doblará al acento local?

Beneficiar a un sector con carencias convendría hacerlo con inteligencia. No con una ley Frankenstein, de nulo valor cultural aunque, eso sí, bendecida por virtudes inexistentes y beneficios magros. La mejor opción, hoy, es “no al doblaje”. Con la pena.


José Felipe Coria colabora en El Universal y es maestro del INBA. Es autor de los libros El señor de Sombras (1995), Cae la luna: La invasión de Marte (2002), Iluminaciones del cine mexicano (2005), Taller de cinefilia (2006) y El vago de los cines (2007). Ha colaborado en medios como ReformaRevista de la UniversidadEl País y El Financiero.


Los comentarios del señor Batres fueron tomados de sus gacetillas publicadas en El Financiero: “Doblaje de voz” (3 de febrero), “Prejuicios y falsedades sobre la Ley de Doblaje”, (10 de febrero) y “Doblaje, cultura y derechos”, (17 de febrero de 2020).

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