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Todos podemos ser Nicholas Cage: Una breve reflexión sobre las implicaciones del deepfake en la relación imagen-realidad

Por | 11 de febrero de 2020

Sección: Opinión

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Imagen desarrollada por el autor específicamente para esta publicación.
Puede verse completa al final del texto. © Pablo Martínez Zárate.

Miro mi rostro en el espejo y, aunque un tanto ajeno, lo reconozco. Miro ese rostro, que al mismo tiempo ha dejado de ser él, único e inmutable, en una fotografía y de nuevo, con extrañeza, me identifico. Algo similar me sucede cuando veo ese rostro que sé mío, aunque me inquiete, en un video. El video tal vez me registra cuidando de mi hijo o filmando una película. En esos actos íntimos y pasionales, también me encuentro. 

Y es que el rostro es el anclaje de la identidad…¿todavía? Durante milenios, hemos tenido soportes para confirmarnos únicos, vivos, situados en este mundo compartido. Estos soportes son espejo, medios para trazar semejanza y diferencia. El reflejo de Narciso sobre el agua, el cristal mágico de una princesa, las esculturas y pinturas comisionadas por algún hombre de poder.  Ya entrada la modernidad, el rostro se esculpió desde la fotografía primero, y desde el cine enseguida. La fotografía aporta una dimensión indicial, es una tecnología que permite fijar paisajes, actos humanos y momentos precisos de la historia en soportes fotosensibles. El cine trajo consigo la potencia de manipulación del índice, algo que se confirma por medio de la técnica del montaje ya anticipada en el fotomontaje mismo. No solamente los estándares de belleza han estado ligados a esta evolución de los desdobles mediáticos del rostro, también los modelos de identidad, los modos en que tejemos el sentido de realidad. 

El video continuó la herencia del cine pero la modificó profundamente al migrar del soporte analógico al digital. Las tecnologías digitales de reproducción fotográfica transforman el rostro en código binario, convierten la imagen del cuerpo en información digital equiparable a cualquier otra fuente informacional. Así, pasado el video digital, la inteligencia artificial inaugura la capacidad de manipular el rostro por medio de procesos automatizados o algoritmos. El video digital nutre estas cadenas de órdenes desde las bases de datos y entonces el rostro –y el cuerpo en general– puede sufrir infinidad de transmutaciones. Esto complica mucho más las cosas que la fotografía y el cine. 

En agosto del año anterior vi un video creado por el artista y activista digital Ctrl Shift Face, en el que Bill Hader imita a Tom Cruise durante una visita al show de David Letterman en 2008, sólo que el gesto fue trastocado en 2019 para incluir el rostro del mismo Cruise sobre el de Hader cada vez que este último encarna al actor de Misión: Imposible (Mission: Impossible, Paramount Pictures, 1996 a la fecha). Ya había visto muchos videos realizados con esta técnica, conocida como deepfake, que consiste en la sustitución de un rostro videograbado por una serie de imágenes videográficas recabadas por una inteligencia artificial a partir de analizar los gestos del video y cruzarlo con otros rostros o distintas versiones del rostro. Están aquellos donde se alteran los mensajes de Barack Obama o la infinidad de variaciones que se han hecho de Nicholas Cage. No obstante, con ninguno de los deepfakes vistos hasta entonces había sentido la integración de las imágenes como sucede en ese video. Quizás el tratarse de una imitación reforzó esta idea, o tal vez el parecido entre Hader y Cruise disimuló la sustitución. Más allá de eso, en esa y otras versiones recientes del deepfake, la tecnología parece haber alcanzado una versión muy depurada. Se dice que cuando una tecnología entra en el dominio del gadget o de la aplicación comercial, disponible para el uso masivo, esta permea de verdad en la cultura, impactándola a muchos niveles. Por ejemplo, ya vemos variaciones de esta sustitución informática del rostro en las aplicaciones de redes sociales que nos permiten utilizar filtros de todo tipo para alterar las proyecciones de nuestras caras en los feeds de nuestras “historias” en múltiples plataformas. 

¿Encontramos en la combinación de tecnologías de inteligencia artificial como deepfake y derivados populares un nuevo giro en los soportes del rostro? ¿Qué implicaciones puede tener esto para el tejido de la identidad y la escritura de la historia? No logro descifrarlo, aunque siento que hay una relación doble: por un lado la liberación total de la representación de lo real, por otro, la necesidad de técnicas de detección de las manipulaciones digitales. Lo que es un hecho es que las implicaciones de esta tecnología afectan desde la comunicación política hasta las relaciones íntimas, desde el ejercicio del poder hasta la configuración del deseo. 

En filosofía de la tecnología y teoría estética existe un principio de relación con objetos artificiales en función de su semejanza con la figura humana, conocido como uncanny valley (el valle de lo inquietante o atemorizante, a partir del concepto freudiano de unheimlich). Este principio establece que conforme un objeto, sea un androide o aquellos objetos visuales que incitan esta breve reflexión, se va pareciendo más a una persona, la confianza en el objeto aumenta progresivamente hasta llegar al punto donde la semejanza es tal que la confianza se desploma y en su lugar aparecen el miedo y la sospecha. Eventualmente, dice este precepto planteado en 1970 por el robotista japonés Masahiro Mori, el valle de la desconfianza se supera y la posibilidad de relacionarnos con el objeto antropomorfo se reinstala. 

Tal parece que, de la broma digital a tecnología de poder, las últimas versiones de estos programas informáticos de manipulación de video han llegado al punto que detectar si estamos ante una manifestación original o un video manipulado es prácticamente imposible. Si nos encontramos ahora en el valle del terror o no en relación a estas tecnologías, quién sabe. Independientemente de lo que sea, lo que sí es un hecho es que hoy todos podemos ser Nicholas Cage… Aunque ¿habrá alguien que de verdad quiera serlo?


Pablo Martínez Zárate es artista multimedia y fundador del Laboratorio Iberoamericano de Documental de la Universidad Iberoamericana, donde también es responsable de la maestría en Cine. Dirigió los documentales Ciudad Merced (2013), Santos diableros (2015), El monopolio de la memoria (2018) y Disecciones sobre planos (2019). pablomz.info