Teoría de la conspiración

Teoría de la conspiración

Por | 6 de junio de 2019

Dulce familia (Nicolás López, 2019).

La noticia sorprendió. Ya presente en la edición 72 del Festival de Cannes, celebrado del 14 al 25 de mayo, la flamante directora del IMCINE, doña María Novaro, fue regresada porque el Señor Presidente no autorizó el viaje. ¿Neta? ¿Así son ahora las cosas?

En consecuencia, ¿de qué sirvió que pagara vuelo redondo, que sus buenos euros costó, y que al menos se hospedara en Francia un par de días? De nada. Un auténtico desperdicio. Dizque iba a promocionar en esos pagos los fascinantes logros del reciente cine mexa. Algunas notas periodísticas dijeron que la agenda de 75 citas no se cumplió. Eso sí, la señora funcionaria se regresó y sus subalternos se quedaron por ahí, haciendo la chamba. Si era por austeridad, ¿no deberían haber regresado todos?

No hay que dudarlo. La directora iba para algo específico: dar la cara por el cine mexicano y buscar mayor presencia y difusión internacionales. Y la regresaron. Por culpa de eso que ahora se llama austericidio, manera brutal de ahorrar bajo pretexto de que “antes” había corrupción y ahora ya no habrá nunca más, por los siglos de los siglos, amén. Pero los demás de la caravana artística se quedaron. ¿No era mejor retachar a éstos y que la directora y una asistente se quedaran? Tendría más presencia, ¿o no? Con qué cosas tan absurdas se mueve la transformación de cuarta.

¿Qué tanto habría afectado? Fuera de la cuenta un poco más abultada, en nada, porque con todo y todo se quemaron un millón del águila en poner stand, viajes & viáticos, un coctelín chafón y unos catálogos tan modestos como un viejo ejemplar usado de Lágrimas, risas y amor, & pocillos pa’lcafé dejados por la administración pasada con la leyenda “Cinema México” (but of course), que se regalaron para no tenerlos arrumbados en las nuevas instalaciones del Instituto.

El tema fue que le dieron a la funcionaria su cueriza virtual y a distancia por irse “sin permiso” de Papá. Al final, el dispendio estuvo en que nada se hizo. Esta será una de las situaciones más ridículas en la historia del Instituto. La funcionaria dijo que siguió los trámites, que le dijeron oui y que con toda confianza compró su boleto (suponemos en modestísima clase turista) para irse en santa paz. Pero no.

La pregunta es, ¿ese regreso qué significa? Si respetó la burocracia, cumplió con los trámites y papeleo, ¿cómo es que pagó el boleto, sin duda comprado con suficiente anticipación? ¿Al final la Secretaría de Cultura creyó implícita la bendición –que nunca llegó– urbi et orbi del neotlatoani que se jacta de que la Universidad, la Imprenta, la Cultura y seguro el IMCINE existen en México desde hace diez mil años?

Tal vez tenga el desaguisado sentido desde la perspectiva de que promocionaría ese horror que es la etapa más fifí y camajana del cine nacional. Pero como que no tiene lógica, porque, sí, ¡hay otros datos! ¡Esto es lo que importa a la T de 4ª!: un cine intrascendente, poco creativo, intercambiable entre sí (siempre la misma comedia romanticoide cretina y pasada de moda, extraordinariamente nostálgica del pasado –cuando las mujeres sólo pensaban en casarse con su príncipe azul–, que recicla como propios éxitos de otras latitudes, y que funciona a partir de clichés dramáticos, un estilo visual lleno de merengue, actuaciones de caricatura y situaciones donde fomentar la tontería es la política principal).

El cine nacional para nada es autocrítico. O, mejor, promueve lo que la ensayista Avelina Lésper definió como «anticrítica narcisista», que tiene mucho de banal y nada de inteligente. Por ejemplo, los que participan en las películas son quienes las comentan. Se les pide su opinión y claro que celebran haber participado en tal o cual cinta y con tal o cual director y con tales o cuales compañeros de trabajo, los que todos, sin excepción, son extraordinarios, magníficos, sensacionales, muy interesantes, valiosos y por ello el resultado es una película notable, fantástica, única. Ex. Tra. Or. Di. Na. Ria.

En consecuencia, en México se vive una edad de diamantes en bruto que caen del cielo; de la pantalla cinematográfica nomás. Así que promover esto en Europa sin duda que en el papel se vio de hiperpelos y mucho habría ayudado a la T de 4ª, porque es el cinito que la define y retrata (ni modo que diga que fue a promocionar a Cuarón, Iñárritu, Reygadas y compañía; o a los que no necesitan promoción porque hacen cine fuera de México).

Pero el regreso sin gloria desde Cannes confirma, una vez más, que las mejores películas nacionales no están en la pantalla sino en los retretes del Poder. Nunca en las salas de exhibición sino en los pasillos de la burocracia; jamás en la calidad de sus productos sino en los oscuros hechos reales que alimentan cualquier teoría de la conspiración. Y mientras tanto, orgullosa y altiva, Dulce familia (Nicolás López, 2019), dominaba la hambreada cartelera local. Qué asco.


José Felipe Coria colabora en El Universal y es maestro del INBA. Es autor de los libros El señor de Sombras (1995), Cae la luna: La invasión de Marte (2002), Iluminaciones del cine mexicano (2005), Taller de cinefilia (2006) y El vago de los cines (2007). Ha colaborado en medios como ReformaRevista de la UniversidadEl País y El Financiero.

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