Cine letón para un centenario

Cine letón para un centenario

Por | 10 de abril de 2019

Milda en el Monumento de la Libertad de Riga, Letonia.

A casi 30 años de la disolución de la Unión Soviética, el 2018 fue uno de regeneración para Letonia. Se alzó nuevamente la figura icónica de Milda en el Monumento a la Libertad en Riga con las tres estrellas que simbolizan la unidad de sus distritos soberanos. La historia reciente del país está permeada de tragedia desde la primera ocupación soviética a principios del siglo XX, la invasión de la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial y su subsecuente anexión al régimen constitucional socialista. La celebración es poca respecto al gozo de la libertad y la autonomía nacionales que son la base de la reconstrucción del presente.

El cine letón, cuna de Laila Pakalniņa (El zapato [Kurpe, 1998]) y Rolands Kalniņš (Cuatro camisas blancas [Četri balti krekli, 1967]), también subsistió al estado vulnerable de los cambios políticos. Con la creciente ola de un nuevo cine y la recuperación de la audiencia local en la taquilla, el año pasado representó un momento próspero para la industria nacional. Un esfuerzo conjunto de las iniciativas públicas y privadas que rescató al cine letón de un mercado local ahogado por los blockbusters hollywoodenses y su curva acelerada de consumo, de modo que hoy se planta como un sector emergente que contiende con las tendencias y cultiva narrativas propias ligadas a la identidad y memoria nacionales.

¿Cómo se dio esta transformación? De un cambio de estrategias en las lógicas de la industria local desde el final del socialismo. La poca financiación que sobrevino después de 1990, las diferentes crisis económicas, la entrada a la Unión Europea y la Eurozona, demostraron que su cine nacional depende estrechamente de la gobernanza de los medios audiovisuales y del presupuesto destinado para la producción y consolidación de obras cinematográficas. La escasa variedad de filmes locales realizados parecía ser la causa directa de la exigua audiencia nacional. Es decir, la oferta al público no era vasta, sino a cuentagotas: pocos filmes – poco público. En esta línea, desde finales del 2016, el Centro Nacional de Cine inició con un proyecto sin precedentes, Películas letonas para el centenario de Letonia (Latvijas filmas Latvijas simtgadei), otorgando subvenciones adicionales al promedio anual para la producción cinematográfica. El incremento del presupuesto alentó mayor producción para mayor demanda. El capital cinematográfico ejecutó una maniobra de realización masiva que animaría a los espectadores locales.

Este proyecto se sumó a la conmemoración de Letonia 100, remembranza de la lucha de liberación que le concedió la soberanía. Se produjeron 16 filmes, cada uno abocado a trazar diferentes longitudes en el tiempo, desde las tribus bálticas hasta la edad contemporánea postsocialista. Un nuevo abanico de referencias cinemáticas que iluminaron las diferentes aristas de la identidad nacional. El cine, punto clave en una minuciosa red de enlaces y estrategias para el centenario, concurrió con un momentum que vigorizó la realidad cultural a través de una resiliencia más profunda: sobreviviente de la historia, Letonia apostó por una franca reconexión con la memoria. Aquí se presenta una selección tres de los filmes que a lo largo del 2018 se exhibieron en las salas comerciales e independientes del país y que, a su vez, destacaron hechos coyunturales de su historia contemporánea.

 

El transportista (Tēvs nakts, Dāvis Sīmanis, 2018)

El transportista es un filme biográfico que narra las dificultades de Žanis Lipke (Artūrs Skrastiņš) para resguardar de las atrocidades nazis a un grupo de judíos. Su doble vida le había permitido el movimiento fluido de entrada y salida del gueto de Riga, a un tiempo como obrero de la aviación alemana y a otro como traficante de alcohol. Su camión se transformó en una vía de supervivencia que rebasó el individualismo y engendró un sentido social de lo humano. Dāvis Sīmanis se inspiró de la figura de Lipke para cuestionar nuestra naturaleza y enardecer la conciencia de comunidad en los peores tiempos de crisis. Sin paños tibios se acerca a un momento agudo de la historia letona para exaltar la empatía como un valor indispensable ante la intolerancia y la barbarie.

 

Paraíso 89 (Paradīze ’89, Madara Dišlere, 2018)

Es 1989 y Letonia despierta a las consignas de la liberación de la Unión Soviética. Mientras tanto, dos pequeñas, Paula (Magda Lote Auziņa) y su hermana Laura (Līva Ločmele), llegan al campo para pasar el verano con sus primas. Cuatro niñas dividen la historia en la misma cantidad de microcosmos, cada uno desde su mirada infantil y preocupaciones particulares sobre el presente y el futuro. Paula tiene un interés particular por el tiempo venidero. Su especial espíritu inquieto la involucra en situaciones de compromiso y trascendencia política. Madara Dišlere ofrece una narración cinematográfica que confluye con la recuperación del país del dominio soviético. Propone una visión que se fragmenta en un cuarteto de matices que impactan a la audiencia de cualquier generación con una sutil empatía. Paraíso 89 multiplica testigos de los eventos que determinaron el rumbo de Letonia como nación postsocialista.

 

Lustrum (Gints Grūbe, 2018)

Lustrum llega desde la tradición letona de la narrativa documental para demandar un examen que se ha postergado hasta nuestros días. Gints Grūbe hace referencia al sacrificio expiatorio realizado cada cinco años en la Roma antigua, después de efectuarse el censo. Sin embargo, a casi tres décadas de la disolución de la Unión Soviética, en Letonia siguen sin esclarecerse las mayores preguntas sobre las operaciones del régimen, las cuales cerrarían un capítulo histórico hacia un futuro más lúcido. El filme reúne un conjunto de voces, entre víctimas, periodistas y ex trabajadores del servicio secreto soviético, para atestiguar un relato que perpetua el resguardo de los procedimientos de la KGB en el país. Lustrum se ancla en la búsqueda de la verdad sepultada en los muchos escalones de la burocracia, con un pleno desasosiego que lamenta lo borroso e indefinido de los pilares del presente.

 

Los tres filmes están abocados a la importancia de confrontar el pasado y urdir la memoria. El proyecto cinematográfico de Letonia 100 afirma una identidad que se enaltece en el espejo de su trayectoria y sus testimonios. La nueva ola del cine nacional se ha comprometido por engendrar no únicamente una industria enfocada en sopesar a las tendencias del mercado, siempre volátiles, sino en crear una narrativa sólida que elimine la brecha con la historia. La tenacidad por abordar encuentros dolorosos nacidos de la experiencia le ha valido la comunión de un brío conjunto, levantando a la industria del sesgo de un mercado globalizado y, a su vez, fortaleciendo la representación de una una sociedad letona íntegra.

 

Nota de la redacción: Los títulos de exhibición de las películas aparecidos en este recuento son traducciones directas del letón al español mexicano, excepto en el caso de Tēvs nakts para la que se utilizó su título internacional: The Mover.


Sofía G. Solís es doctora en Filosofía por la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha realizado estancias de investigación sobre audiencia femenina y cine después del socialismo en Eslovaquia y Letonia.

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