Que tenga un buen día

Que tenga un buen día

Por | 12 de julio de 2018

Sección: Crítica

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En oposición a lo que comúnmente relacionamos con el cine de animación –esto es, la transfiguración imaginativa de imágenes u objetos a partir de su movimiento generado en 2D, 3D, stop motion o cualquier otra técnica, y la configuración de fantasías acordes a las posibilidades del medio–, las dos primeras películas del chino Liu Jian (Jiangsu, 1969) se caracterizan por reducir al mínimo estos aspectos, enfocándose en historias ancladas en un realismo a secas y en el lucimiento de pequeños detalles animados como el humo que desprende un cigarrillo o el pestañeo de luces neón sobre un entorno estático. Su técnica consiste en tomar fotografías de paisajes y de las acciones de los personajes para después calcarlos digitalmente y agregar sólo el movimiento necesario. Con pereza analítica podríamos decir que estamos viendo una pintura o ilustración con adornos animados; sin embargo, este estilo minimalista corresponde más bien a la evocación de la realidad social de un país paralizado entre la modernidad y la marginalización.

Citong wo (2010) y Que tenga un buen día (Dashijie, 2017), están ambientadas en contextos donde la urbanización y la crisis económica en China orillan a sus personajes, estancados por su situación financiera, a la búsqueda de la salida más fácil. En los dos casos, el movimiento más perceptible es el que marca la narración, pues las dos animaciones son conducidas por una trama que involucra una amplia gama de situaciones y personajes. Ambas comparten muchas similitudes, como que el personaje principal se llame Xiao Zhang. En la primera, la migración del campo a la urbe y la corrupción del sistema policiaco y empresarial son parte del entorno social, mientras que, en la segunda, las fantasías artificiales de superación personal y la mafia china se agregan al contexto. En Que tenga un buen día hay un evidente progreso en la estilización de la imagen, pues a diferencia de su antecesora, donde el estilo rayaba algunas veces en la caricatura, ahora se percibe un mayor cuidado en los detalles de fondo y el perfeccionamiento en la animación de elementos como las luces y la lluvia. El movimiento es igual de reducido, pero con una mayor fluidez.

Si en Citong wo una caja de plátanos se convirtió en el macguffin, en Que tenga un buen día un maletín lleno de un millón de yuanes es el punto a partir del cual se desencadena una serie de eventos que involucran a múltiples personajes que buscarán a toda costa quedarse con el dinero. El desenlace irremediablemente terminará en un sangriento cruce de caminos, lo que ha provocado que la cinta sea comparada con los Tiempos violentos (Pulp Fiction, 1994) de Tarantino. Pero como mencionábamos más arriba, la crítica social es la parte fundamental de estas animaciones. Distintos estratos convergen en un pequeño pueblo al sur de China y a cada encuentro entre los personajes, hay atisbos de la concepción generalizada que se tiene del estado de las cosas y la filosofía que rige su día a día, distanciada de lo espiritual pero siempre a la espera de milagros económicos caídos del cielo. En una de las tantas conversaciones que giran alrededor de la fortuna y el dinero se lanza la pregunta: «¿Entre Dios y Buda quién es más poderoso?» Un cuestionamiento sin profundidad en un entorno donde la libertad se divide por el mercado local, el supermercado y las compras en línea.

Es curioso cómo han respondido las autoridades chinas ante la crítica social de Liu, pues mientras la película fue retirada del Festival de Cine de Animación de Annecy, Francia, también se convirtió el año pasado en la primera cinta de animación china en presentarse en la Berlinale. Que tenga un buen día es un título irónico para todo el ensamble de personajes que terminarán en el peor de los escenarios. Atrás de ellos hay un trasfondo estático, literal y simbólicamente, y sin embargo se mueven arrastrados por el deseo de una vida mejor. En este sentido, el estilo de animación también resulta irónico, y, a la vez, completamente acorde con la realidad de una sociedad estancada en sus aspiraciones, pero con la necesidad de moverse.


Israel Ruiz Arreola forma parte del equipo editorial de la Cineteca Nacional desempeñándose como investigador especializado.

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