Legion
Por Diego Pacheco Illescas | 29 de mayo de 2018
En muy poco tiempo, los blockbusters hollywoodenses han succionado todo lo que se podía de los superhéroes a través de una historia reciclada que muestra cómo estos héroes (principalmente estadounidenses) salvan al mundo (principalmente Estados Unidos) de una amenaza extranjera.
Analicemos las premisas: el héroe vive en una realidad en la que lo bueno y lo malo conforman un binomio, blanco y negro; la “destrucción del mundo” es una postura política pues el mundo no se puede destruir y “salvarlo” es mantener al ciudadano acurrucado en la idea mediocre del “sueño americano”, la utopía capitalista. En este escenario el superhéroe sólo es una figura de acción: la diferencia entre la propaganda de Rambo (1982-2008) y la serie de X-Men (Marvel, 2000 a la fecha) se limita al uso de armamento o de superpoderes.
Legion (Noah Hawley, 2017 a la fecha) logra romper con estos estereotipos, comenzando porque la historia no empieza con una descriptiva de una ciudad (aquella ciudad que más tarde salvarán), sino en un manicomio. Desde la primera escisión con la tradición de los universos cinematográficos, la historia nos coloca en un lugar indeseable.
I.
La serie sigue a David Haller (también conocido como Legion), cuyos poderes telequinéticos en lugar de llevarnos a una narrativa genérica del héroe buscando el camino hasta encontrar su anagnórisis trágica, convirtiéndolo en héroe o villano, nos conducen a un mundo esquizofrénico y solipsista en donde los poderes para “salvar al mundo” provocan mayor repele que anhelo por parte de la audiencia.
Rara vez (si no es que nunca) se ve una representación televisiva o cinematográfica de los superhéroes que se salga de la tripartita genérica: humor-aventura-acción. El género predominante en la serie es un suspenso psicológico que se coloca en una fina línea entre la posibilidad de que todo se trate de una broma de los productores o que, en realidad, no tenga nada que ver con los X-Men –a cuyo universo pertenece en los cómics– y se pueda ir hacía un simple viaje alucinógeno del personaje principal.
II.
Una de las mayores decepciones en los universos de los superhéroes es que las historias suelen carecer de intensidad al delinear villanos que no representan un antagonismo o siquiera un enigma moral –a veces ni siquiera un auténtico peligro–: son una excusa para resolver la trama a través de golpes y secuencias de acción (por supuesto, hay excepciones, la principal se llama el Guasón de Christopher Nolan).
La serie rompe con esta tendencia al someter gran parte del suspenso a un thriller psicológico: crea a un villano abstracto e inmerso en la trama. Un villano que tiene ventaja frente al héroe al no tratarse de un ente físico, sino de un parásito mental que ha estado manipulando a Legion desde su infancia. No hay manera de luchar contra él porque, en realidad, no se sabe qué o quién es.
De esta manera se juega con una abstracción de los poderes intersubjetivos del protagonista, tomando como excusa que se necesita una narrativa mental y por lo tanto abstracta, el tiempo y el espacio se muestran como un caleidoscopio, un pequeño coqueteo con el surrealismo.
III.
En la primera secuencia de la serie, con música de The Who como fondo, se nos muestra a manera de prólogo a un joven trastornado que termina en un hospital psiquiátrico tras un intento suicida. El primer recorrido de la odisea del héroe es aceptar que existe un mundo sobrenatural en donde se lleva a cabo la “magia” de los mutantes. Este recorrido es omitido en el resto de las odiseas personales de los héroes, pues se asume que existe un mundo distinto al que conocemos, que ellos representan el bien y que su propósito es derrocar al mal –algo bastante simple, a decir verdad–, haciendo de esta fórmula repetitiva una invulnerabilidad del héroe que se siente bastante artificial.
En cambio, la vulnerabilidad de Legion, a pesar de ser calificado como uno de los mutantes más poderosos del mundo, llega a ser paralizante. En Legion, el conflicto principal es la lucha interna entre esquizofrenia o una realidad hiperreal.
IV.
Esta serie muestra que romper con los estrechos cánones de los superhéroes resulta más provechoso para retratar la premisa (falaz) de la lucha del bien contra el mal y salvar al mundo con una fórmula mediocre al designar villano y héroe: el sueño utópico de Hollywood.
No se trata de una serie cómoda o de un retrato de superhéroes que caiga en fórmulas repetitivas. Con algo de creatividad y atrevimiento, esta entrega de Noah Hawley (Nueva York, 1967) retrata intencionalmente todo lo que la «pantalla grande» acostumbra omitir, entre ello el miedo al poder. No se trata de otro un héroe más que viene a salvarnos de aquellos que quieren quitarnos el sueño americano, sino de un personaje atormentado por su propio poder, las consecuencias que nunca quiso de un poder que nunca pidió.
La utopía hollywoodense es reemplazada por una odisea esquizoide.
Diego Pacheco Illescas estudió Filosofía en la Universidad del Claustro de Sor Juana (y se arrepiente).