Aggretsuko
Por Ana Laura Pérez Flores | 17 de mayo de 2018
Sección: Crítica
Ni siquiera el requisito de “Tolerancia a la frustración” que aparece una y otra vez en las descripciones de las vacantes puede prepararnos para lo que implica el primer trabajo. Éste, uno de los principales peldaños hacia la vida adulta y responsable –a la que nunca vamos a acabar de llegar–, inevitablemente trae consigo golpes constantes de realidad. En el caso de Retsuko, una panda roja pequeñita y adorable que acaba de ser contratada por una gran empresa, el desencanto no se hace esperar: el brinco triunfal con el que culmina su monólogo interno de motivación es interrumpido cuando su tobillito entaconado se quiebra al aterrizar. Vemos el brillo del sol y las flores de cerezo que caían a su alrededor alterados por un filtro en blanco y negro, y música death metal. Ese mundo nuevo es muy distinto a lo que uno esperaba. Al final, no hay nada que nos prepare para el mundo laboral –ni para la adultez.
Ver a Retsuko –creada por Sanrio, la compañía de Hello Kitty– enfrentarse con los compañeros lambiscones, la repartición arbitraria del trabajo y un jefe misógino y abusivo, es tan contrastante como suena: los primeros terrores de la vida adulta irrumpen en una burbuja kawaii[1], una burbuja como pueden ser nuestras propias ilusiones postuniversitarias. Pasar de un entorno donde, generalmente, los aciertos se recompensan –con calificaciones, premios, éxito académico– y el camino está bastante trazado, al caos del mundo adulto donde las líneas no son rectas y hay muchas más variables visibles e invisibles en cuestión desencanta a cualquiera. En el caso de Retsuko, la frustración la aleja de lo kawaii mientras traduce sus emociones al death metal. Ya que lo ha sacado todo, regresa a la normalidad: una trabajadora responsable, calladita y linda.
A lo largo de diez capítulos, vemos a Retsuko esquivar los chismes de oficina, estar borracha y cruda, considerar el matrimonio como salida a su fastidio, preocuparse por el dinero, envidiar la vida de su amiga viajera, hacerse amiga de sus compañeras de yoga –mayores que ella y que viven la frustración laboral y personal desde sus trincheras– y poco a poco aceptar que ese impulso por estallar al ritmo de death metal es tan parte de ella como el ser responsable y trabajar. Mientras más se permite mostrarles a los otros esta faceta descubre también que no ser perfecta, enojarse, estallar y quejarse no la convierte a una en un monstruo indeseable.
Uno de los grandes aciertos de Aggretsuko (2018) es la construcción de un relato consistente en cada uno de los diez capítulos de quince minutos que, a su vez, contribuyen al progreso de la serie completa; cosa que no sucedía cuando el personaje fue originalmente creado para una serie de cápsulas con anécdotas de oficina de un minuto de duración –similares a una tira cómica–: sus pequeñas frustraciones ahí no llevaban a ningún lado. Con el espacio otorgado por Netflix, se desarrolló su historia dotando también de esbozos de historias –y frustraciones– particulares a cada uno de los personajes secundarios, logrando así una narración puntual y efectiva donde ella, más que solucionar sus problemas, aprende.
Si hay una razón por la que Aggretsuko ha resonado especialmente entre los oficinistas millennials es tal vez su manera de destrozar en la pantalla ese universo impoluto que representan aquellos iconos de la generación como Hello Kitty. Sí, el desencanto laboral les llega a todas las generaciones, pero en este caso irrumpe un mundo con una estética artificialmente adorable cercana a quienes están pasando por la misma transición en estos tiempos. Tanto en el mundo suavecito y colorido de Retsuko como en el menos colorido mundo nuestro la solución no es tan sencilla como encontrar el trabajo perfecto ni la pareja perfecta sino, tal vez, aceptar que ninguno de los dos existe y encontrar maneras de lidiar con todo lo demás: cerveza al final de la semana, pasar el rato con los amigos, amar a la pareja imperfecta, o cantar death metal. Al final siempre hay más pendientes, siempre hay más frustración, uno nunca acaba de acostumbrarse.[2]
[1] Lo kawaii, que surgió de la cultura pop japonesa, puede ser traducido como “adorable”, “lindo” o “tierno”. El máximo exponente de esta tendencia, a nivel global, es Hello Kitty.
[2] Esta lección de vida se la debo a Abel Muñoz y Nabuke Melgarejo que fueron los primeros en hacerme ver que la vida adulta es, en gran parte, frustración tras frustración.
Ana Laura Pérez Flores es coordinadora editorial de Icónica y asistente editorial en Cal y Arena. @ay_ana_laura