Verano 1993

Verano 1993

Por | 19 de abril de 2018

Sección: Crítica

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La casa es nuestro rincón del mundo.
Es nuestro primer universo.
Es realmente un cosmos.
La poética del espacio, 
Gastón Bachelard

La cinta comienza con una mudanza. La pequeña Frida, sin tener muy claro lo que ocurre ni lo que está sintiendo, deja su vida en Barcelona para vivir con su prima y tíos a la provincia catalana. Mientras el auto avanza y ella se despide por la ventana del lugar conocido, un pequeño universo se desmorona en su mirada. La casa, poderoso símbolo de bienestar y arropo, le ha sido arrebatada de un momento a otro. ¿Cómo enfrentarse al mundo ahora?

En Verano 1993 (Estiu 1993, 2017) opera prima de Carla Simón, los datos duros nos llegan de a poco, proporcionando el tiempo de conocer a las personas antes que sus circunstancias. La complicada situación de Frida se nos dibuja a lo largo del filme entre fragmentos de conversaciones de adultos y los incómodos silencios que instauran. Sus padres han muerto recientemente víctimas de la descontrolada ola de contagios de VIH en aquellos años y el estigma social pesa ahora sobre ella. Ajena a la nueva casa en medio del campo, la recorre al principio con cierto desencanto. Entre las reglas de Marga, su tía y madre adoptiva, y las microagresiones constantes de la gente alrededor llena de temores y prejuicios, Frida se siente amenazada y parece resistirse a aceptar el cambio, convirtiéndose a ratos en un ser caprichoso y calculador. El vínculo de amor y odio que crea con su hermana, la pequeña y dulce Anna, es de un cuidado absoluto. Simón (Barcelona, 1986) filma a la niñas con naturalidad apabullante, su puesta en cámara prioriza la intimidad por sobre lo dramático y construye el relato a partir de pequeños gestos. Las niñas juegan, pelean, bailan, o simplemente conversan sin atisbo alguno de manipulación sobre sus palabras o acciones.

La caracterización de Frida –que surge de la propia infancia de la directora–, por momentos frágil, pero que también se permite representar la envidia que siente por su hermana, el enojo y necesidad de cariño que proyecta sobre Marga o su permanente estado de certidumbre, dan al personaje un formidable arco de matices y densidad poco habitual en los protagonistas infantiles –relegados constantemente, desde la mirada adulta, a poco menos que títeres inherentemente bondadosos y tontos pero al mismo tiempo, para conveniencia del guión, moralmente sabios–, creando una de las más bellas representaciones de la infancia en pantalla en tiempos recientes. Como los niños en el cine de Wim Wenders y el de Abbas Kiarostami  o las hermanas de la magnífica El espíritu de la colmena (1973) de Víctor Erice, Carla Simón sublima, a través de la mirada de Frida, un contexto hostil, con la cadencia de un juego pero sin minimizar su complejidad. Casi al término del verano, mientras preparan sus libros para ingresar al colegio, Frida se atreve a preguntar qué ha pasado con su madre. De manera delicada, pero no por ello menos honesta, Marga explica y responde a cada una de sus preguntas. Esa sola escena resume la actitud de la película frente a la figura infantil: no los victimiza ni les condesciende, les habla de tú a tú, porque son personas.

«¿Y tú por qué no estás llorando?», susurra un malicioso niño al oído de Frida en el primer diálogo de la cinta, momentos después del funeral de su madre. La niña voltea de repente como si ella tampoco lograra entenderlo. Algo se le ha quedado atascado dentro. En el sencillo pero magistral plano final, en medio de un juego y al abrazo de su padre, Frida rompe a llorar por primera en vez en el filme. Su llanto, sin embargo, no pareciera por el lamento de una madre ausente, sino porque una verdad gigantesca ha caído inesperadamente sobre ella: se encuentra bien, su proceso de duelo ha cedido y ahora, en medio de su nueva familia, y en un lugar al que ya puede reconocer como su casa, finalmente está sanando.


Eduardo Cruz es ilustrador independiente y coeditor de la revista Correspondencias: Cine y pensamiento. Ha colaborado con el Festival Internacional de Cine UNAM (FICUNAM), la gira de documentales Ambulante y la revista Crash.mx. Formó parte de Talents Guadalajara 2018.