Tiempos futuros: Un futuro, más retrato que tiempo
Por Ofelia Ladrón de Guevara | 9 de mayo de 2023
Ciudad resquebrajada, atravesada por un gris, siempre gris horizonte del que surgen edificios, calles, departamentos que, teñidos de un herrumbroso color ocre, crean la sensación de estar dentro de una gran maquinaria. Todo se transfigura, se convierte en un engranaje que penosamente se arrastra, y así, la distopía de Tiempos futuros, película del director peruano V. Checa, surge como una oscura atmósfera que, al ser atemporal, se devora a todas las épocas, arrojando al espectador a una realidad en la que lo normal es que nunca llueva.
Sin embargo, la lluvia es de otro tipo: su falta no pone en riesgo la realización de actividades cotidianas. En la película, no hay quien se preocupe porque no podrá bañarse, lavar los platos o cocinar; la vida continúa, casi pareciera que igual que siempre, si no fuera por esa extraña ausencia de lluvia que no es sequía, sino otra cosa, algo que desgarra el alma de los personajes, una Lima, ciudad caótica que los hiere y encierra. Y, para intentar escapar, para deshacer el hechizo grisáceo, Teo (Lorenzo Molina) ayuda a su padre (Fernando Bacilio) a construir una extraña máquina con la cual deshacer las nubes en gotas de agua. Pero, pese al quimérico esfuerzo de ambos, el cielo se mantiene inamovible, en la decisión de no permitir a la lluvia ser.
Ante esta desazón por no lograr que llueva, a la que se le suma el embargo, por parte de las autoridades, de la vivienda que padre e hijo comparten, Teo se involucra, para ganar dinero, con una tríada de jóvenes espías que lo llevan a cuestionar la obsesión de su padre por la máquina y la necesidad (casi necedad) de que llueva. La banda de jóvenes introduce pequeñas cámaras, ocultas en el cuerpo de insectos exánimes, para espiar la intimidad de personas que, por lo que se ve en la película, pertenecen a una clase social con mayor poder adquisitivo al de la banda; tajante desigualdad que se amalgama, perfectamente, a la atmósfera grisácea de una Lima en donde ningún habitante ha visto llover.
Tiempos futuros (2021) construye un retrato de Lima que recuerda a esa Lima la horrible, a la sentencia del poeta peruano Jorge Eduardo Eielson: “Lima, un lugar ideal para morir”,[1] según Checa.[2] En este retrato, a modo de Lawrence Durrell y su Alejandría en la que los habitantes y sus actos son expresión de la ciudad misma, la relación que los personajes establecen entre sí se rige por la atmósfera de Lima. Quizá eso es lo que esconde la atemporalidad que la película construye, pues nunca se nos dice en qué año se sitúa, y, ante la presencia de un futuro que desde el título se promete, cabe preguntar: ¿se trata de un tiempo o es, más bien, el lugar en el que la percepción interior, ese retrato de Lima, surge? Pregunta que se suspende en el aire, que camufla su respuesta en la grisácea oscuridad del horizonte.
En Tiempos futuros la atmósfera de Lima, la presencia de la máquina para provocar la lluvia y de animales encerrados (ranas dentro de peceras), o convertidos en artefactos, como ocurre con los insectos hechos cámaras, arrojan a la película hacia el territorio de la ciencia ficción. Sin embargo, aquí no hay viajes interestelares, ni conquistas en el espacio galáctico, ni muchos menos ciudades abarrotadas por una tecnología desbordada en la que lo humano ya no es más que un bisbiseo. En esta película se trata más de una implosión, de una ciencia ficción intimista en la que lo exterior sirve para develar el mundo interior de los personajes. Aquí no hay búsqueda de progreso por parte de los protagonistas, no puede haberlo cuando la lluvia falta. La desolación en la que la ciudad se sepulta muestra lo aterrador de que, pese a la distopía, a la cercanía de la catástrofe, la vida continúe, pues lo que se esperaría, cuando la zozobra nos alcanza, es la aparición de un apocalipsis que libere y permita un final que restaure, que sea inicio. Pero en Tiempos futuros no hay salida, la grisácea Lima está embotada. La máquina para provocar la lluvia es la única fuga que los personajes tienen, y, sin embargo, es herrumbrosa como la ciudad misma.
¿Cómo liberarse si, al intentar hacerlo, se utiliza una máquina que pertenece a la misma atmósfera metálica que se desea abolir?, pregunta que surge al mirar el entusiasmo que el padre siente por ella. Es conmovedor el ahínco con el que el hombre se entrega todos los días a revisar el funcionamiento del aparato metálico, a observar las nubes y no perder la fe en que la lluvia llegará a modo de un remanso que riegue las grietas de la ciudad, que nade por sus fisuras, tapando para siempre sus intersticios. Sin embargo, Lima, la horrible, tan terca y embotada, no parece querer rendirse tan fácilmente.
Ofelia Ladrón de Guevara, parte del equipo de redacción de Icónica, estudió Antropología en la UNAM. En 2022 fue seleccionada para el programa Talent Press del Festival Internacional de Cine en Guadalajara, finalista del VI Concurso de Crítica Cinematográfica del Festival Internacional de Cine de Los Cabos y Jurado Young Canvas en el Black Canvas Festival de Cine Contemporáneo. Ha colaborado en medios como Punto de partida, Correspondencias y Girls at Films.
[1] La frase es parte de uno de los fragmentos más conocidos de Eielson («Sin embargo, para mí que nací exiliado y moriré exiliado, porque el exilio es mi estado natural, geográfico, social, afectivo, artístico, sexual, Lima no es una ciudad para vivir sino, al contrario, un lugar ideal para morir: un cementerio») y aparece en la novela Primera muerte de María (Fondo de Cultura Económica, México, 1988).
[2] V. Checa, la sesión de preguntas y respuestas posterior a la proyección Tiempos futuros, Festival Internacional de Cine en Guadalajara, Cineteca FICG, Guadalajara, 11 de junio 2022.