Nunca estarás a salvo

Nunca estarás a salvo

Por | 7 de junio de 2018

En los dos últimos largometrajes de la cineasta escocesa Lynne Ramsay parece reinar un estilo narrativo que invita al desconcierto. Más allá de compartir un escenario situado en las antípodas de los Estados Unidos, las dos cintas se estructuran desde una posición psicológica distante y fría respecto a los personajes y a la forma en la que son fragmentados. En Tenemos que hablar de Kevin (We Need to Talk About Kevin, 2011), se hace desde un enfoque no cronológico que presta atención a la violencia que encuentra su génesis en el desapego maternal, la sosa condescendencia masculina y la perversión juvenil que desemboca en el asesinato masivo como una expresión de brío.

En su más reciente filme, Nunca estarás a salvo (You Were Never Really Here, 2017), la realizadora presenta una estructura narrativa compacta y elíptica que no ofrece, en apariencia, datos sobre el protagonista. Tan sólo unas cuántas impresiones a lo largo del metraje –flahsbacks de un padre abusivo y planos de un rostro que en diversos momentos se cubre con una bolsa de plástico o una toalla– presentan el pasado del personaje principal, Joe.

Interpretado por Joaquin Phoenix, Joe abandona los rincones de la ciudad de Cincinnati para adentrarse a las calles neoyorkinas, tal vez en busca de una redención frente a los residuos del pasado que lo persiguen en forma de conteos numéricos y postales escondidas de su infancia. Después de visitar a su anciana madre, el hombre recibe el encargo de rescatar a la hija secuestrada de un senador. Es a partir de ese momento cuando sus miedos y frustraciones adquieren corporeidad. Su identidad poco a poco se desentraña más allá de la propia definición que él mismo se otorga como “asesino a sueldo”.

Ramsay (Glasgow, 1969) es selectiva con lo que muestra. Existe la violencia en diversas escenas, aunque no necesariamente se ve, como en la difusa secuencia en blanco y negro grabada desde una cámara de seguridad o el segmento en el cual el hombre descubre que la casa de su madre ha sido ultrajada. La directriz más importante es cómo Joe maneja su cuerpo dentro de esos fragmentos elípticos e inmediatos que vislumbran motores políticos, económicos, culturales y sexuales de una sociedad en decadencia. Su búsqueda del cobijo familiar en la figura de su madre y la salvaguarda de los cimientos de la pureza infantil en el rescate de Nina, la hija del senador, son los motores de esa posible redención que el hombre intenta cristalizar ante la corrupción moral de nuestros tiempos, despojados de toda inocencia.

Hay herencia del noir y el thriller psicológico, pero la cineasta escocesa prefiere configurar un estilo propio que emana de la confusión y la ansiedad, del desconcierto que provoca seguir el camino de Joe sin rumbo, sólo delimitado por las calles, barrios y casonas de Nueva York. Esta espiral decadente encuentra su traducción en la misma estética herida del largometraje, que al igual que el protagonista, se colapsa en imágenes sombrías, sonidos estrujantes y una apabullante música a cargo de Jonny Greenwood. La sensorialidad que provocan estos elementos podría generar una sensación de intimidad, pero Ramsay deja en claro su distancia. Más allá de mostrar emoción o empatía, los cuerpos de cada uno de los personajes que van apareciendo en la historia son objetos del engranaje de poder que rige a la sociedad. No en un sentido de dominante-dominado sino en una relación interpersonal que se rompe por la necesidad de sobrevivir.

Ese desconcierto que marca Nunca estarás a salvo es la traducción de un contexto definido tanto por los vicios del poder como por los estragos del pasado personal, un aspecto que poco a poco se inmiscuye en la filmografía de Lynne Ramsay. En Tenemos que hablar de Kevin, ya se había visto al retomar la génesis de la violencia y el asesinato masivo como parte de una reflexión que no cae en el modelo aleccionador de cómo enfrentar los miedos del presente. Ahora, el viaje de Joe por la ciudad de Nueva York expresa el brillo y la alucinación de un mundo violento que evidencia la indiferencia y complacencia que siguen dominando las directrices psicológicas, no sólo Estados Unidos, sino de cualquier rincón por más pequeño que sea.


Edgar Aldape Morales es asistente editorial en la Cineteca Nacional. Formó parte de Talents Guadalajara 2018.

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