Largo viaje hacia la noche

Largo viaje hacia la noche

Por | 4 de julio de 2019

Largo viaje hacia la noche no es precisamente una película de viajes en el tiempo, pero igual podríamos abordarla desde el cuento de ciencia ficción “The Discovery of Morniel Mathaway”, de William Tenn, que relata la visita de un académico de arte de 2487 al departamento de un pintor en el siglo XX. En el futuro, Morniel Mathaway es considerado un artista legendario, pero, en su época –descubrimos–, es un charlatán. El antipático Mathaway roba la máquina del tiempo del académico que vino a platicar con él y lo abandona en lo que, para el viajero, es el pasado. Sin posibilidad de regresar a su hogar y para compensar la desaparición del artista, el académico pinta las obras que él recordaba del pintor y termina por convertirse en el verdadero Morniel Mathaway. Dice el narrador al final que

él es el verdadero Morniel Mathaway y no hay paradoja. Pero, si yo le dijera que de hecho está pintando los cuadros en lugar de solamente copiarlos de memoria, él perdería la poca confianza que tiene en sí mismo. Así que tengo que dejarlo creer que es un impostor cuando no es nada de eso.[1]

Slavoj Žižek usó este cuento en The Sublime Object of Ideology para explicar una especie de mecanismo de seguridad esencial de cualquier ideología: la falsedad. El aparato ideológico contempla que sus adeptos se den cuenta de que viven una mentira; la construcción de esta ilusión –o la posibilidad de dudar de la realidad– es exactamente lo que los mantiene adheridos. De acuerdo a ese principio, en la elaboración de mi creencia en algo, hago una justificación (ficción) que va a arrojar dos resultados obvios: que la justificación es falsa y que yo siempre he sido creyente de todos modos.[2] Esta figura es, por lo tanto, retroactiva: para que Dorothy pueda usar el poder que siempre ha tenido, tiene que conocer al mago de Oz. El mago en sí mismo no sirve de nada (es falso), pero, sin el viaje para encontrarlo, ella no se enteraría de la magia que ha llevado en sus zapatos desde el comienzo.

En una de las escenas de Largo viaje hacia la noche (Di qiu zui hou de ye wan, Bi Gan, 2018) que ilustran el pasado (¿pasado soñado, recordado o imaginado?), los amantes Wan Qiwen y Luo Hongwu están separados por la entrada de un edificio abandonado. La voz en off del protagonista nos cuenta que, cada vez que Wan Qiwen volvía de sus constantes desapariciones, iban juntos al cine. Nos advierte que, a diferencia de la memoria, el cine sólo está hecho de mentiras.

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El pasado de Dorothy está en el futuro, como el del viajero de William Tenn. Una sucesión de eventos lleva a ambos a encontrarse con algo anterior a su aventura: el poder de los zapatos de Dorothy y la legitimidad del arte de Morniel Mathaway. Luo Hongwu solamente puede reencontrar a Wan Qiwen de la misma manera: desplegando los elementos de un supuesto pasado frente a él en un presente continuo. Largo viaje hacia la noche no es precisamente una película de viajes en el tiempo, pero es definitivamente una donde se busca un recuerdo viendo hacia adelante; es el discurrir de un tiempo único, el tiempo de buscar las llaves que hemos llevado en el bolsillo todo el rato, ni pasado ni futuro.

Igual que en Kaili Blues (2015), el largometraje anterior de Bi Gan (Kaili, 1989), hay una serie de anécdotas y dislocaciones temporales en la primera mitad del filme que nos enseña las piezas con las que se va a estructurar el sueño de la segunda mitad, serie compuesta de confusas identidades para el padre, la madre, el rival y la amante desaparecida; de símbolos románticos del cine negro, como el vestido fulgurante de la femme fatale, los cientos de cigarros que se fuman entre todos o las paredes roídas por la humedad, y del fetichismo cinéfilo por los objetos de transitoriedad por excelencia: reloj, fuego y tren. La pretensión al articular estos elementos nos da sentido: hay que fingir un poco que el que busca es detective, que cada pedazo de papel manuscrito es una pista, que el asesino de nuestro mejor amigo está sentado en la butaca de atrás, apuntándonos con una pistola robada. Mentiras todas.

Viene el gran plano que las condensa, la ficción del que quiere recuperar lo que nunca perdió. Si el corte es la unidad de origen de cualquier flashback, el plano secuencia es el recurso que tiene el cine para sostener el presente. El tiempo en él está contenido, sin posibilidad de fuga. El tiempo así se vuelve mapa, cartografía de una mina llena de pasadizos secretos, mesas de billar, máquinas tragamonedas y un concurso de karaoke que el personaje recorre como un pincel, dejando la marca ininterrumpida de su melancolía. Wan Qiwen no está por ninguna parte, pero aparece alguien que se le parece mucho. Aparecen nombres familiares, hijos que nunca nacieron, expertos en ping pong. El mapa del plano secuencia está lleno de extrañas posibilidades.

La densa trayectoria de Luo Hongwu lo lleva a intervenir en un acto imposible que se relaciona mejor con el fundamento psicoanalítico de la idea de Žižek que inició este texto. El trauma del protagonista es, desde luego, una separación, y su resolución debe tomar forma de reencuentro. En una entrada de la enorme prisión donde sucede la segunda mitad de la película, una pirómana con el cabello teñido de rojo (¿su madre?, ¿la madre de su amigo asesinado?) y un hombre que la espera en una camioneta (¿la misma que le heredó su padre?) están separados por una reja, discutiendo, indecisos de poder seguir juntos. Después de una breve riña, Luo Hongwu obliga al hombre a abrir la puerta y posibilita la reunión. La mujer parece reconocerlo por un segundo antes de subirse al auto y partir hacia la noche. Luo Hongwu ha cumplido su destino y llora de tristeza.

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Nuestra mentira mágica: escrito en el libro verde que el detective guarda celosamente desde antes de conocer a Wan Qiwen, hay un hechizo para unir a los amantes y contenerlos en la eternidad. Para que ocurra la magia, los personajes tienen que enunciar las palabras correctas. Así, para encontrar lo que sea que está buscando el espectador frente a la pantalla, hay que darle forma a las imágenes: enunciar el reloj, el fuego y el tren. ¿A dónde va Luo Hongwu antes de por fin volver a ver a la mujer amada? Va al cine más pútrido y solitario de Kaili a reconstruir su historia. Va al cine.


Rodrigo Garay Ysita coedita Correspondencias: Cine y pensamiento y forma parte del equipo de Prensa de la Cineteca Nacional. ​Ha colaborado con Canal Once, Cinema MóvilF.I.L.M.E. Magazine y Corre Cámara, y participa en el programa sabatino Filmofilia, de Radio Fórmula. @Rodrigo_Garay


[1] William Tenn, “The Discovery of Morniel Mathaway” en Galaxy, octubre de 1955.
[2] Slavoj Žižek, The Sublime Object of Ideology, Verso, Nueva York, 2008, p. 60.