Nebraska

Nebraska

Por | 1 de abril de 2014

Sección: Crítica

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A lo largo de su obra, el estadounidense Alexander Payne nos ha ofrecido filmes que se posicionan en el justo medio entre el drama y la comedia, encontrando la ironía de la vida cotidiana en películas como Election (1999 –sobre la campaña electoral en una preparatoria–) y más recientemente Los descendientes (The Descendants, 2011 –acerca de un hombre que descubre la infidelidad de su esposa cuando ésta cae en coma–). En Nebraska, Payne, uno de los cineastas claves del cine estadounidense de la última década, regresa a la fórmula del road trip que exploró en Todo sobre Schmidt (About Schmidt, 2002 –donde un hombre recién viudo y retirado cruza el país para asistir a la boda de su hija–) y Entre copas (Sideways, 2004 –el viaje de destrampe de dos amigos por los viñedos de California–). Aquí cuenta la historia de Woody Grant (Bruce Dern), un octogenario cuya memoria se desvanece a diario y quien desea reclamar un supuesto premio de un millón de dólares que “recibe” como parte de una promoción engañosa. El hijo menor de Woody, David (el comediante Will Forte), vendedor de estéreos recién separado, no tiene otro remedio que acompañar a su padre en el largo trayecto de Billings, Montana, a Lincoln, Nebraska.

Como en …Schmidt y Entre copas, los personajes de Payne (Omaha, Nebraska, 1961) van revelándose conforme tienen encuentros incidentales, avanzan los kilómetros y cambia el paisaje. Payne y el fotógrafo Phedon Papamichael (quien en Los descendientes supo capturar la idiosincrasia estética de Hawái) crean un álbum de postales blanco y negro en que muestran la solitaria vastedad de las Grandes Planicies. Los encuadres hacen eco a clásicos del arte norteamericano como las cintas de John Ford Las viñas de la ira (Grapes of Wrath, 1940) y ¡Qué verde era mi valle! (How Green Was My Valley, 1941), así como a pinturas clásicas como American Gothic (1930) de Grant Wood o la fotografía de Ralph Eugene Meatyard.

El road trip se ve interrumpido por una larga escala en el pueblo de Hawthorne –la referencia literaria es tan evidente como luminosa–, en que padre e hijo son alcanzados por la esposa de Woody, Kate (la veterana actriz June Squibb) y su hijo mayor, Ross (Bob Odenkirk, el Saul Goodman de Breaking Bad [2008-13]). Este es el poblado en que Woody, alcohólico y, para algunos, bueno para nada, busca el premio real, la recompensa mayor: reivindicarse frente a quienes siempre lo han considerado un perdedor (incluido él mismo). En la mejor actuación de su de por sí fructífera carrera, Bruce Dern crea un personaje en apariencia sencillo (un viejo loco) que, por el contrario, es de una complejidad apabullante. A medida que se desarrolla la trama, encontramos en Woody a un hombre enfermo de nostalgia (la visita a la casa de su niñez es desgarradora) que se escuda en su senilidad para permanecer hermético. Payne es cómplice de su personaje y deja que Woody revele sus intenciones reales sólo de manera esporádica y casi inaudible.

En Hawthorne –localidad inventada por el director– conocemos al elenco secundario que ha influenciado la vida de Woody: familiares, ex novias, ex socios y parientes ya fallecidos (la visita al cementerio es uno de los más melancólicos e hilarantes momentos del cine reciente). La genialidad de esta cinta radica en que a pesar de que el libreto es hasta esquemático en su planteamiento (personaje A necesita conseguir B, el personaje C lo ayuda en el camino), Payne y el guionista Bob Nelson (Yankton, 1956) crean momentos de genuina conexión emocional que resultan universales, como el de los viejos hermanos Grant viendo el televisor, cerveza en mano, sin mucho qué decirse. El desfile de primos, tías y demás es una colección de historias fallidas, de individuos para quienes las promesas de bonanza económica tampoco se tornaron reales.

Es imposible no comparar a este filme con Una historia sencilla (The Straight Story, 1999) de David Lynch, en donde un hombre mayor viaja sobre su podadora para reencontrarse con su hermano. Ambas cintas son críticas en la manera en que reflejan cómo los adultos mayores carecen de cualquier lugar en la sociedad estadounidense y sus odiseas son consideradas hasta ridículas. Sólo que en Nebraska se va a llorar de risa y reír de tristeza.

 

Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 8, primavera 2014, p. 45) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.


César Albarrán Torres, investigador del Departamento de Culturas Digitales de la Universidad de Sydney, es crítico de cine en México y Australia. Su ensayo “Los domingos de Fernando Eimbke” aparece en el libro Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012).