Narcos, 2ª temporada

Narcos, 2ª temporada

Por | 5 de septiembre de 2016

A punta de pistola y con la mira puesta en el mayor narcotraficante de la segunda mitad del siglo XX, Netflix ha dado su último golpe de autoridad. La segunda temporada de Narcos (2015 a la fecha) es probablemente el relato más sólido que esta empresa de entretenimiento ha dado a conocer desde que comenzó a producir series originales en 2011, cuando realizó House of Cards (Beau Willimon, 2013 a la fecha). Estamos en 1993. Pablo Escobar acaba de escapar de la cárcel La Catedral y debe enfrentar tanto al poder de la presidencia de la República Colombiana comandada por César Gaviria, como a la DEA, la CIA y el cártel de Cali.

Narcos está emparentada con otras series mayores de la cultura popular como Los Soprano  (The Sopranos, David Chase, 1999-2007)  o Breaking Bad (Vince Gilligan, 2008-13) no sólo por centrarse en los peligros del narcotráfico, o en exponer los claroscuros de sus protagonistas –que desplazándose en varios ámbitos se comportan igualmente como brutales asesinos que como cariñosos amantes–, sino también por mostrar a la familia como la célula rectora de la economía de las sociedades contemporáneas, enfrentadas a un sistema neoliberal donde el ascenso financiero sólo es posible a través de la corrupción y el crimen organizado.

Producida por José Padilha y Eric Newman, y dirigida por tres directores –Gerardo Naranjo, Andrés Baiz y Josef Wladyka–, la segunda temporada de Narcos ajustó la mira en uno de los pocos fallos que había cometido en su primera entrega. Esta vez los actores (entre cuyos trabajos destacan además del de Wagner Moura, Boy Holbrook, Pedro Pascal y Paulina Gaitán, el de Damián Alcázar y Alfredo Castro) intentan con éxito imitar el acento colombiano, un objetivo que se nota especialmente en Wagner Moura (Pablo Escobar), que logra a través de un talento magnífico proyectar la silueta del despiadado capo con una solvencia pasmosa.

La investigación detrás de los diez capítulos llega al espectador como pequeñas detonaciones donde se mezclan efectivamente lo ficcional con lo documental, ora mostrando al narcotraficante encarnado por Moura ora dejando ver fotografías, fragmentos de noticiarios o recortes de periódicos reales para construir un sólido túnel entre la fascinación de los alcances estéticos y narrativos de la serie y el horror producido al descubrir que lo que se cuenta en la pantalla chica sucedió en Latinoamérica hace poco más de 20 años.

El relato sigue la versión oficial al atribuir la muerte de Escobar a uno de los integrantes de la policía de Medellín y no al grupo paramilitar Los Pepes (Perseguidos por Pablo Escobar), pero está muy lejos de poseer una estructura acartonada e inflexible. La segunda temporada acierta en el blanco al exponer los conflictos éticos y morales al interior de la DEA cuando dos de sus miembros deben pactar con Los Pepes para garantizar la muerte del capo. Además, basa buena parte de su éxito al esclarecer la estrategia que ejercieron los grupos que querían asesinar al narcotraficante actuando fuera de la ley. Las voces en off del agente estadounidense Steve Murphy (Boy Holbrook) sirven como hilo conductor de los 20 capítulos del total de la serie al tiempo que dejan bien claro que la perspectiva narrativa desde donde se cuentan los hechos es la versión estadounidense.

Narcos deja abierta la puerta para explorar el devenir del cártel de Cali luego de la muerte de Escobar. No obstante, se antoja que una serie tan adictiva como la droga que denuncia, ambicione otras geografías como la mexicana, urgida de un talento narrativo audiovisual para contar una parte de su historia reciente cruenta, dolorosa y, paradójicamente, seductora, como el mal mismo.


Abel Cervantes es comunicólogo y editor de las revistas Código e Icónica. Colaboró en los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014) con un ensayo sobre Carlos Reygadas y otro sobre Juan Carlos Rulfo, respectivamente. Es profesor en la UNAM.