Miradas nacionales

Miradas nacionales

Por | 8 de julio de 2016

En 2010, la revista Sight & Sound se propuso revisar las miradas cinematográficas de la primera década del siglo XXI. Como parte de su análisis, que también incorporó tendencias, títulos indispensables y realizadores clave, Shane Danielsen se detuvo en las que eran, en aquel entonces, las cinematografías nacionales con propuestas más innovadoras. Antes que nada, es importante pensar en esta categoría, ¿cómo calificar un movimiento nacional? La cuestión es particularmente complicada si tomamos en cuenta que se trata mayormente de cineastas con una visión autoral y, por lo tanto, personal antes que nada. ¿Es válido catalogar a un grupo de realizadores con base en su procedencia? Por otro lado, también habría que tomar en cuenta que el mercado de los festivales ha generado una especie de “fórmula” que rige una buena cantidad de las “nuevas” propuestas. ¿Hasta dónde se puede hablar de cines emergentes si gran parte de estos realizadores responde a reglas implícitas? En el texto referido, se define un movimiento nacional como «…un momento en el tiempo caracterizado por un número de creadores con pensamientos similares, mayormente trabajando juntos en varias combinaciones y compartiendo una estética que ha sido moldeada por sus circunstancias».[1] En Icónica nos propusimos retomar el ejercicio y detectar cinematografías emergentes actuales basándonos en esta descripción. En el momento del lanzamiento del número de Sight & Sound, los editores decidieron no incluir series de televisión al tratarse, tal vez, de los últimos momentos en que es posible defender una completa distinción del largometraje; seis años después, nosotros seguimos esta línea que bien puede ser o un ejercicio nostálgico o una verdadera última oportunidad para la distinción. Contemplamos países como Ucrania, Chile e Irlanda, cuya producción reciente nos parece sumamente relevante; pero, al no encontrar un hilo conductor lo suficientemente sólido entre sus cineastas actuales y activos, resolvimos no incluirlos en la lista final. Sin más, aquí nuestra selección de las miradas nacionales que hoy exigen particular atención:

 

Filipinas

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Lo que se realiza en Filipinas es un cine con intenciones personales y formas innovadoras. Región marcada por choques culturales entre oriente y occidente, la búsqueda de identidad parece un eje importante en las historias recientes de los realizadores filipinos. ¿Cómo abordar la identidad cuando se trata de un territorio dividido en islas y etnias que, además, ha sido colonizado por distintos países? En la búsqueda de personajes muy particulares, sin embargo, se extrapola una búsqueda hacia lo nacional. Un arrullo para el penoso misterio (Hele sa hiwagang hapis, Lav Diaz, 2015), por ejemplo, sigue un viaje de la viuda de Andrés Bonifacio, personaje revolucionario filipino a quien se le atribuye la independencia de España. Durante poco más de ocho horas de relato, distintas historias son enlazadas a partir de la travesía de esta mujer: exploración del territorio y constante encuentro de miradas, de identidades. Manang Biring (Carl Joseph Papa, 2015), primer largometraje de animación rotoscópica de la región, narra la historia de una mujer con cáncer terminal que le teme a reencontrarse con una hija que no ha visto en mucho tiempo. Raya Martin, figura joven y consolidada del cine filipino, lleva su búsqueda al extremo: con una paleta de colores vibrantes y riesgos tanto estéticos como narrativos, How to Disappear Completely (2013) es protagonizada por una chica que quiere desaparecer. Este cineasta, a sus 32 años, es sólo uno de varios realizadores jóvenes filipinos que están ejecutando experimentos cinematográficos fascinantes.  A través de búsquedas estéticas radicales y novedosas, así como personajes con mundos internos caóticos, estos cineastas parecen estar tratando desesperadamente de describir una nación igualmente caótica.

 

Islandia 

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El hecho de que el cine de Islandia figure en festivales alrededor del mundo con tanta frecuencia es, inicialmente, un logro estadístico si tomamos en cuenta que hablamos de un país con poco más de 300 mil habitantes. Se trata de historias enmarcadas en paisajes amplios que contrastan con comunidades pequeñas y aisladas. Cintas como Carneros (Hrútar, Grímur Hákonarson, 2015) e Historias de caballos y hombres (Hross í oss, Benedikt Erlingsson, 2013) se detienen en la mirada de los animales para cristalizar las emociones de sus protagonistas humanos. En Despegando a la vida (Þrestir, Rúnar Rúnarsson, 2015), un adolescente es enviado de vuelta a la región de los Fiordos Occidentales para terminar enfrentándose inevitablemente con un periodo de autodescubrimiento. En todas estas cintas se nos presentan relatos silenciosos, libres de parafernalia, sencillos, con destellos de un humor negro y sobrio. Con pocos diálogos, el trabajo corporal de los actores se vuelve fundamental como herramienta expresiva. Estos relatos se detienen en las relaciones entre el hombre y la naturaleza para desembocar en viajes introspectivos austeros y terrenales. Hoy, las miradas islandesas se enfocan en la soledad y, finalmente, en el encuentro.

 

Israel

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La producción israelí manifiesta, ante todo, heridas históricas y duelos. Los personajes de las cintas recientes buscan reconstruir su autobiografía y, a la vez, la historia que los envuelve y los rebasa. En One Week and a Day (Shavua Ve Yom, Asaph Polonsky, 2016) vemos a un padre que intenta descubrir la historia de su hijo recién fallecido; The Man in the Wall (Haish Shebakir, Evgeny Ruman, 2015) sigue a una mujer en búsqueda de su marido desaparecido, todo desde el interior de un departamento en Tel Aviv; Beyond the Mountains and Hills (Me’ever Laharim Vehagvaot, Eran Kolirin, 2015), recientemente proyectada en Cannes, narra la historia de un hombre que deja el ejército después de 27 años para regresar a una realidad muy distinta, tanto familiar como social. Las consecuencias de los conflictos bélicos y la reconstrucción de la identidad a partir de la nación se enfocan en distintos grupos religiosos, minorías, inmigrantes y familias: el cine israelí aborda la pérdida y las heridas desde miradas plurales que, sin embargo, voltean hacia el mismo sitio. Por otro lado, en Israel hay cineastas experimentando y apropiándose de distintos géneros. Resaltan Jeruzalem (Yoav Paz y Doron Paz, 2016), el primer filme de horror sobrenatural de la región; Der Mensch (Vania Heymann), una película que sigue en producción y será el primer western jasídico en la historia; y, hace algunos años, Rabia (Kalevet, Aharon Keshales y Navot Papushado, 2010), primera película slasher del país.


[1] Shane Danielsen, “The Politics of National Cinema”, Sight & Sound, volumen 20, número 2, Londres, febrero de 2010, p. 40.