La sonrisa del Guasón

La sonrisa del Guasón

Por | 12 de agosto de 2016

Miras por la ventana y esperas…
La noche enrojecida asciende por encima de los edificios traspasando su propio resplandor rojizo

“Batman”, José Carlos Becerra

Es un hombre, pero podría ser otra cosa: una tormenta, fuego irreparable, la locura, el caos. Sobre su pasado hay pocos detalles y un camino bifurcado. Un delincuente que mató a una pareja adinerada repentinamente tiene que enfrentar al hijo de ésta (que, por cierto, viste una capa y una capucha imitando la forma de un murciélago). O esto: un comediante mediocre se involucra en un asalto fallido cuyo único escape posible le deforma la cara al escabullirse por un tubo de desechos químicos. O esto: luego de matar a su madre, su padre le propicia con un cuchillo un par de cicatrices fingiendo una sonrisa extendida.

Si en 1984, de George Orwell, el Ministerio de la Verdad tergiversa y destruye fotografías, archivos, estadísticas y periódicos de todo tipo para reconstruir a placer una realidad inventada, el Guasón utiliza una estrategia parecida para hacer existir lo que no existe. Esta manipulación de su pasado le permite jugar en uno y otro bandos, lo mismo con la mafia y la policía corrupta que con el mejor postor al interior de la delincuencia organizada. No puede traicionar sus convicciones porque, como su historia personal, éstas se modifican dependiendo del entorno. Algo similar a lo que Estados Unidos hizo en su relación con Saddam Hussein al acusarlo de asesino mientras fraguó con él al menos un par de diligencias. Como explica Robert Fisk en The Independent: «Saddam Hussein –quien fue juzgado por el asesinato de sólo 153 personas y no por los miles de kurdos gaseados– fue ahorcado antes de que tuviera oportunidad de contarnos sobre los componentes del gas llegados desde Estados Unidos, sobre su amistad con Donald Rumsfeld o la asistencia militar que recibió de Washington cuando invadió Irán, en 1980». El Guasón deambula entre el idealismo y el cinismo revelando un rostro al mismo tiempo demoniaco y jubilosamente nihilista. No sabemos si sus aliados se convertirán en sus enemigos o viceversa porque su libertad es absoluta y, por lo tanto, desprovista de sentido.

Interpretado por Heath Ledger en El caballero de la noche (The Dark Knight, 2008), de Christopher Nolan, el Guasón usa los medios de comunicación para expandir el miedo. En su primera aparición mediática secuestra a una persona que imita a Batman y lo mata frente a las cámaras mientras anuncia que repetirá todos los días un asesinato si el Caballero de la Noche no muestra su verdadero rostro. Sin embargo, posteriormente decide que no quiere saber quién es Batman y, por el contrario, invita a que la sociedad aniquile a la persona que revelaría su identidad (un empleado de empresas Wayne que descubre las misteriosas actividades de Bruce) o hará explotar uno de los hospitales principales de Ciudad Gótica, ambientada en la Nueva York actual. Como ningún otro maleante, y utilizando la misma maniobra de Al Qaeda el 11 de septiembre de 2001 al provocar que el segundo ataque sobre las Torres Gemelas se transmitiera en vivo a través de la televisión, este inquietante payaso se sirve de la imagen como un arma de ataque. Lo menciona Gérard Wajcman en “El horror estético”, incluido en El ojo absoluto:

Con el holocausto de la imagen humana, algo infectó las pantallas de televisión el 11 de septiembre de 2001: un goce negro, abyecto. No tanto el de un dios que estaría extasiándose allá arriba con la destrucción de las imágenes y embriagándose con los vapores de holocausto que se elevan hasta el cielo, sino la alegría incalificable de humanos ante las imágenes, reiteradas sin fin, del hundimiento de las Torres. [En] muchos casos los canales de televisión se abstuvieron de mostrar ciertas imágenes exultantes.

Fascinación del espectáculo orquestado ese día por los fascistas verdes, Karlheinz Stockhausen, el músico alemán muerto en 2007, calificó el atentado de Nueva York como «la más grande obra de arte habida nunca en el Cosmos». No se trata simplemente de la opinión expresada que deja sin aliento, sino la parte de verdad del acto mismo que ella revela: se quiso hacer obra de terror en Nueva York. […] El turista que a las 8:46 apuntara inocentemente su videocámara hacia la torre gemela norte en el instante de estrellarse el vuelo AA11 casi perpendicularmente sobre la cara nordeste, tenía, sin saberlo, su lugar en el plan de ataque.[1]

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El fin del dinero

Estamos en el último año de la década de los ochenta. Jack Nicholson encarna a un Guasón estilizado y malévolo que a pesar de su atuendo colorido procura una vestimenta aseada. Obsesionado con la estética del terror, este Guasón provoca que sus víctimas mueran con una sonrisa parecida a la de él. Si Terry Eagleton menciona en Terror santo que hay «un tipo de delincuente que se muere de ganas por transformar a un burgués honrado en su imagen y semejanza»[2], en Batman (1989), de Tim Burton, el antagonista esparce la imagen de su rostro como un virus contagioso que aniquila a la sociedad, propagando una representación ridícula en una época insensata. Una asociación con la consigna del fascismo según Walter Benjamin: que el arte sea, aunque el mundo perezca.

En una entrevista a propósito de El séptimo continente (Der siebente Kontinent, 1989), Michael Haneke menciona que el público austriaco produjo verdaderos alaridos de terror en la sala de cine mientras la familia protagonista de la cinta echa al excusado los ahorros de toda una vida. La imagen de billetes quemados, tirados o desperdiciados pertenece al subgénero del cine de la catástrofe como un indicio del fin del sistema capitalista. Se puede ver en Soy leyenda (I Am Legend, Francis Lawrence, 2007) cuando el perro del doctor Robert Neville entra a un edificio oscuro habitado por seres nocturnos y vampirescos. En su búsqueda, el personaje interpretado por Will Smith da con un montón de billetes verdes esparcidos en el piso, sin ningún valor, luego de que un virus convirtiera a una buena parte de la población en una especie de zombis. También sucede en 4:44: El último día en la Tierra (4:44Last Day on Earth, 2011), de Abel Ferrara, cuando el personaje encarnado por Willem Dafoe le ofrece una cantidad desorbitada al repartidor de pizzas a unas horas de que se acabe el mundo.

Mientras que el Guasón de Burton invita a la gente a un gran evento público donde regala dinero como una trampa para envenenarla y desfigurar su cara, el de Nolan acumula millones de dólares en una bodega solamente para verlos arder. La frase de Paul Virilio parece describir los propósitos del primero al querer replicar su rostro en cada una de las personas de Ciudad Gótica: «No es nadie porque no quiere ser alguien, y para ser nadie, hay que estar a la vez en todas partes y en ninguna»[3]. Por su parte, el segundo usa el dinero para mostrar que su libertad es absoluta y, por ello mismo, carente de significado. Sus actos parecen impulsos caóticos que no tienen ningún sentido. Y el dinero es sólo un interés pasajero. Acumular por acumular. Como bien dice Terry Eagleton: «Al igual que el proceso de acumulación del capital, [la libertad] absoluta desconoce las fronteras naturales. […] Tratar de refrenar la libertad absoluta es como tratar de amarrar el viento. Si fuera finita no sería ella misma».

Al final de La broma asesina, de Alan Moore, el Guasón encara a Batman pero éste se niega a batallar con aquél. «Te ayudaré a reformarte», menciona. El Guasón le contesta con un chiste ambiguo donde dos locos escapan del manicomio. Uno de ellos no puede pasar entre los edificios. El otro le dice que lo alumbrará con una linterna para que pueda caminar junto a la luz. Pero el primero le contesta: ¿crees que estoy loco? ¡Apagarás la luz cuando vaya a mitad del camino!*. El Guasón ríe. Batman lo observa. Entonces, ríe con él. Lo toma de los hombros. La risa del Guasón desaparece mientras que la de Batman persiste. ¿Se contagió el superhéroe de la locura del payaso? ¿Se convirtieron en amigos aceptando que ambos forman parte de la misma hoja en blanco con anverso y revés?

El Guasón nació en Batman no. 1 publicado por DC Cómics en 1940, un año después de que comenzara la Segunda Guerra Mundial. En medio de una estruendosa oscuridad teniendo como entorno la guerra más sangrienta de todos los tiempos, que devastó territorial y económicamente a Europa, el Guasón carece de apellido. No tiene huellas digitales. Su silueta desaparece asemejando una crisis que se fragua silenciosamente. Como una violentísima tormenta, sus propósitos no pueden describirse como los de un loco que actúa sin sentido. Porque en él el sinsentido encarna un vendaval destructor que deja a su paso un vacío donde lo único que importa es el eco de una sonrisa.


[1] Gérard Wajcman, El ojo absoluto, Manantial, Buenos Aires, 2011.

[2] Terry Eagleton, Terror santo, Debate, Madrid, 2008

[3] Paul Virilio, Estética de la desaparición, Anagrama, Madrid, 1988.

* En el cómic original se menciona la palabra beam, que puede traducirse como viga o luz. Dentro del contexto de locura del Guasón, tiene más sentido que uno de los locos le diga al otro que camine junto al rayo de luz. La traducción del cómic nunca menciona la palabra viga, aunque la película sí lo hace.


Abel Cervantes es comunicólogo y editor de las revistas Código e Icónica. Colaboró en los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción(2012) y Documental (2014) con un ensayo sobre Carlos Reygadas y otro sobre Juan Carlos Rulfo, respectivamente. Es profesor en la UNAM.