La paradoja del cine latinoamericano con

La paradoja del cine latinoamericano contemporáneo (Presentación)

Por | 17 de diciembre de 2018

Planisferio de Martin Waldseemüller (1507).

Versión en inglés / English version: Senses of Cinema

El cine latinoamericano es uno de los más dinámicos y diversos del mundo. Al contrario de la imagen estereotipada que la región tiene en la mayor parte de los países del Norte Global, una imagen construida sobre el exotismo postcolonial, el cine de la región es un caleidoscopio de luchas sociales y riqueza cultural. Asuntos como las divisiones y continuidades de raza y clase o la interferencia de las superpotencias globales en los asuntos locales son parte de la experiencia cotidiana en Latinoamérica y eso se refleja en los artículos incluidos en este dossier.

Pero, ¿qué es América Latina?

América es la palabra occidental para designar y, de algún modo apropiarse conceptual y materialmente, de los mundos que la habitaban antes de las llegadas de los europeos. La apropiación fue primero fragmentaria. Los vikingos nombraron regiones (cuatro: Grœnland, Helluland, Markland, Vínland) en un área más o menos limitada. Quinientos años después, los españoles, sin haberse dado cuenta cabal de que habían llegado a un territorio fuera de su cartografía, llamaron a un territorio mayor Las Indias, ya fuera por razones publicitarias, ya fuera por un error (pensaban que se habían acercado a la India), ya fuera por ambas cosas.

Las Indias, en su pluralidad, quizá dejen espacio conceptual para una variedad de mundos previos, como el Cemanáhuac de los nahuas, el Petén de algunos mayas, o la Pacha de los incas,[1] o el Abya Yala de los guna. En todo caso la multiplicidad fue anulada por la unidad conceptual de América. El nuevo nombre fue, si no generado en, al menos publicitado desde el Ducado de Lorena, en el Sacro Imperio Romano Germánico, donde apareció en uso por primera vez en el mapa del mundo de Martin Waldseemüller (1507). Waldseemüller honró con el nombre al cartógrafo florentino Américo Vespucio, quien comprobó que se trataba de un “nuevo” continente. Que el nombre no se haya generado ni en América ni en en la Península Ibérica, podría evidenciar que ni los españoles ni los portugueses supieron sacar el mejor provecho del proceso de mundialización que ellos mismos iniciaron, pero sin duda indica que el nombre permitió incorporar al “Nuevo Mundo” al orden de la cristiandad, de Europa, de lo que ahora llamamos Occidente.

Latina es un indicativo relativamente más directo: indica una relación filial con el latín, es decir con las lenguas y culturas derivadas de él. Hay tres ámbitos latinos obvios en América: el hispano, el lusitano y el francés. Pero también algunos brotes locales: el papiamento y las lenguas criollas basadas en el francés tanto de las Antillas mayores como de las menores. Además hay territorios conflictivos: Paraguay y algunas regiones del norte argentino, donde hay un bilingüismo total guaraní-español vinculado por la lógica cultural importada de castilla y transformada localmente; y los remanentes de las migraciones italianas del siglo XIX, como el pueblo de Chipilo, en México, donde se habla véneto, o el de Botuverá, en Brasil, donde se habla lombardo.

América Latina, como suma, es un espacio que se opone a una América anglosajona y quizá por eso se ha afianzado como término. El concepto, surgido ya al menos en Colombia y Chile a mediados del siglo XIX, se convirtió a una bandera propagandística de Napoleón III para justificar la segunda invasión a México (1861-67), que se vendía al pueblo francés como la resistencia latina y católica al creciente poder estadounidense, anglosajón y protestante.[2] En este contexto es casi obvia su vigencia como resistencia a la influencia cultural, económica y política de Estados Unidos. La gran ironía es que el único éxito de Napoleón III en América Latina haya sido proveer de un término potente.

Ahora bien, si como término político América Latina es algo tangible, su unidad cultural es tanto una utopía como un problema. Por ponerlo de manera esquemática es el espacio de encuentro de los pueblos latinos de América entre sí, y a la vez es espacio abierto hacia sus fuentes (la Península Ibérica, los pueblos originarios, el África Subsahariana, el “Lejano Oriente”, el Mediterráneo, la Europa latina y Europa en general) y las áreas multiculturales a las que pertenece (el Caribe, América, Occidente). El problema empieza con la división entre la América española y Brasil, una división idiomática y cultural, por más que haya miles de puntos de contacto. Una manera sencilla, aunque quizá demasiado esquemática, de entenderla es que en Estados Unidos los latinos hablan español y los brasileños son brasileños. ¿Y cómo incorporar aquí a los antillanos de hablas criollas, provenientes de mundos coloniales distintos?

Por otro lado América Latina es el sitio de representación de los sectores más occidentales de las sociedades, que han definido imágenes nacionales folklóricas, donde muy a menudo se incluyen pero igualan varios de los primeros pueblos como si se tratara de uno solo, y algunas veces se incluye también a los afrodescendientes. En esos imaginarios el mestizaje, corazón del área cultural, se diluye al tiempo que se cementa y hace fluidas las relaciones entre los distintos rincones que crean el gran edificio cultural. Este argumento también presenta un problema: su lógica es Iberoamericana y, en todo caso, compartida hasta cierto por las islas de Aruba, Bonaire y Curazao, que durante un periodo pertenecieron a Las Indias ibéricas. ¿Cómo incorporar a las antillas de raíz más africana que mestiza en esta ecuación? ¿Se debe incluir también a la Guyana Francesa? ¿A Luisiana y las zonas francófonas de Canadá?[3]

Más allá de las últimas preguntas, irresolubles, en el siglo XXI el cine latinoamericano –o los cines lantinoamericanos– se está(n) ocupando por primera vez de sus complejidades históricas pero completamente vivas.

En su primer gran momento se manifestó en una serie de industrias (en Argentina, Brasil, Cuba y México) que buscaban dar un relato unificado de sus países (un México único y falso; un Brasil europeo y blanco, donde los negros sólo podían servir…), quizá como consecuencia de que, si hacemos caso a Benedict Anderson,[4] el nacionalismo como lo entendemos, en un principio, es un experimento americano. En su periodo probablemente más provocador política y formalmente, en los 60 y 70 (en Cuba, Brasil, Argentina, Chile y Colombia) se transformó en un campo de batalla antiimperialista. En ambos casos el cine latinoamericano presentó paradojas de su tiempo: naciones que querían lucir “modernas” en relación con mundo moderno o espacios oprimidos y en resistencia frente al poder invasor estadounidense. Su ámbito difícilmente volteaba al periodo anterior a las independencias o a los pueblos indígenas (con algunas excepciones, como el Indio Fernández y Jorge Sanjinés.)

Ahora los cineastas inspeccionan todos los rincones: los ricos y las clases medias occidentales, el mestizaje, el choque de clases y de culturas donde los más “blancos” suelen estar en la parte más alta de la pirámide, la negritud, las provincias, las minorías… y el pasado colonial donde se conformó la región como un laboratorio del mundo. Nuestros cines están volteando a verse con una claridad y una complejidad inauditas.

Asimismo, los indígenas, quizá impulsados por el estrado global que el Zapatismo les dio, pero utilizando las herramientas adquiridas con Cine en las Aldeas y otros proyectos de autorrepresentación[5] están exigiendo un lugar que no tenían frente a blancos, mestizos y negros. Latinoamérica olvidó a sus primeros pueblos por mucho tiempo, a menos que se tratara de sumarlos a los pobres genéricos. Las voces de las naciones originarias recuerdan que el subcontinente será un relato siempre incompleto, en conflicto, irresuelto.

Los artículos de este dossier de Senses of Cinema en colaboración con Icónica exploran películas de Argentina, Brasil, Chile, Colombia y México, las industrias más grandes de la región y las que más atención han recibido en los festivales internacionales. Como contrapunto, ya que no nos fue posible abordar la riqueza de los mundos fílmicos de la región en su totalidad, también publicamos una conversación entre tres curadores indígenas, que exploran sus culturas en relación con el paisaje cultural latinoamericano. Esta inclusión era muy importante para nosotros porque al escucharlos se pueden cuestionar los grandes relatos latinos e incluso la idea de una región más o menos unificada.

El equipo de Senses of Cinema buscaba escapar del imperialismo lingüístico inglés asociándose con un medio de habla hispana; Icónica siempre ha buscado ser un foro vinculante, y encontrar un espacio en inglés sin renunciar a la lengua castellana fue óptimo ampliar los alcances de esta meta. Una colaboración bilingüe fue la solución desde nuestros ámbitos respectivos. La cinefilia es un fenómeno mundial, tal como la riqueza audiovisual de América Latina. Siempre es buen momento para tender puentes.

Los editores,
César Albarrán Torres y Abel Muñoz Hénonin


César Albarrán Torres, uno de los editores de Senses of Cinema, es catedrático e investigador en la Swinburne University of Technology en Melbourne, Australia. Es crítico de cine, forma parte del consejo editorial de Icónica y fue el editor fundador del portal de la revista Cine PREMIERE. Su primer libro es Digital Gambling: Theorizing Gamble-Play Media (2018) @viscount_wombat

Abel Muñoz Hénonin dirige Icónica e imparte clases en la Escuela Superior de Cine y en la Universidad Iberoamericana. Estudia el doctorado en Filosofía, Arte y Pensamiento Social en la Escuela Europea de Postgraduados. Coordinó junto con Claudia Curiel los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014). @eltalabel


[1] Resulta interesante notar que es mucho más sencillo encontrar el nombre inca que los nombres mesoamericanos. Para ellos recurrimos a expertos: Israel Rodríguez en el caso nahua y el mayista Alonso Zamora Corona (comunicaciones privadas entre Abel Muñoz Hénonin y los expertos mencionados, La Valeta y México, 23 de octubre de 2018). ¿Se deberá a que Perú coincide de manera más exacta con el Imperio Inca y que el México azteca era mucho más pequeño que el México actual?
[2] Cf.  Yves Saint-Geours, “L’Amérique latine est le laboratoire du monde”, L’Histoire 322, París, julio-agosto de 2017, pp. 6-11.
[3] Nosotros mismos diferimos en este punto. Para Albarrán el Canadá francés pertenece claramente a la Norteamérica anglosajona; para Muñoz, descendiente, en parte, de franceses americanos, el aspecto latinoamericano es claro en el ámbito vivencial. Quizá la salida sea la que plantea Victor Armony: se trata de un vínculo cultural entre las dos “Américas”, una especie de territorio de mestizo (“Des Latins du Nord? L’identité culturelle québécoise dans le contexte panaméricain”, Recherches sociographiques, vol. 43, núm. 1, Quebec, abril de 2002, pp. 19-48).
[4] Ver “Creole Pioneers” en Imagined Communities, de Benedict Anderson (Verso, Londres y Nueva York, 2006, pp. 47-65).
[5] Ver por ejemplo Diálogos sobre cine indígena / Diálogos sobre o Cinema Indígena, de Vincent Carelli, Nicolás Echeverría y Antonio Zirión (La Internacional Cinematográfica, Iberocine, A.C., México, 2016) o “Cine y video indígena en América Latina 1: Un asunto de vida o muerte”, de Natalia Möller González (Icónica, México y La Valeta, 10 de octubre de 2018).