La nueva Eva

La nueva Eva

Por | 16 de octubre de 2020

Ex machina es una película inquietante. Nathan, un científico aislado del mundo exterior, confinado en un entorno idílico, trabaja en su casa/laboratorio para crear una ginoide inteligente, capaz de simular todas las emociones humanas. Para llevar adelante este empeño, contrata a Caleb, un joven programador que será el encargado de evaluar a Ava, la sofisticada robot. Las pruebas que Ava debe superar son las previstas en el test de Turing.

Caleb, siguiendo las directrices del test, va a mantener varias conversaciones con Ava quien está diseñada para ofrecer respuestas similares o prácticamente idénticas a las que podría dar cualquier ser humano. De esta manera, el interrogador podrá determinar si Ava es un ser pensante al comparar sus respuestas con las de un humano. A su vez, Nathan, como observador externo, analizará los pormenores de las charlas entre Caleb y la ginoide para establecer, objetivamente, el grado de inteligencia alcanzado por su creación.

Las pruebas que Caleb plantea a Ava, permiten explorar todos los comportamientos de la máquina, sin importar el hecho de que sean inteligentes o no. El ensayo pretende analizar la existencia en Ava de elementos de la psicología humana como la susceptibilidad, la mentira o la capacidad de seducir. Ava supera con creces todos estos exámenes y la ginoide demuestra ser mucho más inteligente que su interlocutor y que su creador aunque, no obstante, para protegerse, consigue aparentar menos capacidad intelectual de la que realmente posee.

Varios problemas surgen a lo largo del experimento de Caleb. Uno de ellos es si el criterio del entrevistador es válido. El poder de seducción que Ava ejerce con su voz, sus gestos y su poderosa inteligencia sobre Caleb es tan grande que ni él mismo puede resistirse. En este sentido, las habilidades de Ava en cuanto a empatía y sensibilidad, dejan boquiabierto al interlocutor más exigente. Por otra parte, el hecho nada desdeñable de que Ava, encarnada por Alicia Vikander, tenga una apariencia muy atractiva, tampoco deja indiferente a Caleb, que se enamora de ella.

Caleb estudia el comportamiento de Ava pero es Nathan el que compara las reacciones de la interacción entre ambos. En este ámbito, se produce un juego de espejos Caleb/Ava en el que es inevitable identificar al entrevistador con el objeto de su estudio. La invasión de la intimidad de Caleb, constantemente vigilado y analizado  por Nathan para llevar adelante su experimento, es moralmente cuestionable y resulta perturbadora para el espectador. Esta ausencia total de deontología por parte de Nathan queda patente también en el hecho de que él mismo confiesa que no ha tenido reparos en hackear los teléfonos móviles de todo el mundo para recopilar datos que le permitan mejorar las expresiones faciales y lingüísticas de Ava, la ginoide 9.6.

Caleb está en un zulo y desconoce que es espiado a todas horas por una cámara, un ojo que todo lo ve y que escruta sus reacciones vitales más allá del momento puntual de sus conversaciones con Ava. Cuando en su segunda entrevista con Caleb, el personaje de Vikander aprovecha un apagón para advertirle sobre Nathan y sus intenciones, genera en el programador una inmediata desconfianza hacia su jefe. Ava no se equivoca en su análisis de Nathan. Este, además de un sociópata, es un individuo narcisista, amoral y manipulador que no duda en hacer lo que sea con tal de triunfar en sus propósitos.

Ava nos recuerda mucho a Sophia, una ginoide real cuyas cualidades hemos podido conocer a través de los medios de comunicación. Sophia, inspirada en la actriz Audrey Hepburn, posee una fisonomía que sigue un canon de belleza clásico y atrayente. Desde el punto de vista intelectual ha mostrado aptitudes para aprender y para adaptarse e imitar el comportamiento de cualquier ser humano. Su inteligencia artificial le sirve para analizar conversaciones, extraer información y, gracias a ello, mejorar sus respuestas. También es capaz de procesar datos visuales y puede llevar a cabo, de manera solvente, el reconocimiento facial. Sophia imita gestos humanos, expresiones faciales y reconoce voces. Mantiene conversaciones sencillas e incluso ha demostrado que puede bromear lo cual es indicativo de que está en proceso de adquirir habilidades sociales. Sophia sería un modelo anterior a Ava, el ideal ginoide de Ex machina (Alex Garland, 2015).

Ava es, en palabras de Nathan, un prototipo más. No obstante, ella no está dispuesta a ser reemplazada por una versión mejorada de la nueva Eva. Ava, catalogada por Nathan como la ginoide 9.6, ha decidido ser el experimento definitivo. En una escena emblemática del film en la que se contempla a sí misma y acaricia su rostro en relieve en mitad del pasillo, demuestra que posee una de las características más sobresalientes del ser humano inteligente: la autoestima. La fascinante protagonista es capaz de conspirar, enamorar y engañar guiada, además, por un elemento que forma parte de la biología más elemental, el instinto de supervivencia.

En la película, Ava no es el único robot al que Caleb conoce. Kyoko, la geisha y amante de Nathan, es otro humanoide con el que éste convive. Kyoko no habla y, al parecer, tampoco entiende el inglés lo cual permite que los dos científicos puedan comentar en su presencia detalles acerca del experimento y de los progresos de Ava.  No obstante, el final de la película no ofrece dudas acerca de la extraordinaria inteligencia de esta ginoide ya que Kyoko, aun no habiendo sido programada para conocer otro idioma que el japonés, ha conseguido aprender inglés y, de esta manera, se ha enterado de los pormenores del experimento con Ava. Kyoko, maltratada por Nathan, traza su propio plan de huida y, aunque fracasa, demuestra que su aparente sumisión era fingida y que antes que Ava, ella misma representa el triunfo de la inteligencia artificial.

El personaje de Kyoko nos remite, inevitablemente a una ginoide japonesa real, Erica, cuyo grado de perfección es tal que va a convertirse en actriz y ha aprendido a actuar de acuerdo con el método Stanislavski. No deja de ser curioso observar esta capacidad dramática de una ginoide nipona real si la comparamos con la capacidad de disimulo que Kyoko demuestra en Ex machina.

En Japón, país que podría ser perfectamente escenario de la cinta de Garland (Londres, 1970), los robots son aceptados sin recelos por una sociedad que tiene graves necesidades sociales (como la soledad) y laborales (recordemos que Kyoko actúa como sierva y prostituta en la mansión/laboratorio de Nathan). La mentalidad nipona, anclada en el animismo sintoísta ve con naturalidad la convivencia con las máquinas ya que sostiene que existe energía vital en muchos aspectos materiales del mundo. En Japón, esta visión positiva de la máquina inteligente se ve fortalecida tanto por la cultura manga, en la que los robots siempre son amigos de los niños, como por la tradición de series televisivas de los 70 y 80 en las que máquinas humanoides siempre ayudaban a los humanos.

Nathan, como hemos señalado, obvia cualquier posible dilema moral acerca de la utilidad de los robots. Siguiendo el esquema cultural de los orientales, considera que los humanoides están para el desempeño de trabajos que resultan ingratos a los humanos y, además, carecen de derechos. A diferencia de la cultura occidental, en donde se plantea que los robots puedan ser titulares de derechos e incluso adquirir la nacionalidad de algún país, los japoneses, punteros en la robótica mundial, no se plantean estos problemas. No obstante, en Japón, no desprecian a los robots ya que consideran que sirven, más allá de la neurociencia, para adquirir un mejor conocimiento del interior del ser humano. Igualmente, sostienen que las máquinas pueden llegar a adquirir intencionalidad propia sin que ello suponga un problema para la seguridad del ser humano. Los nipones, debido a esta visión confiada y positiva de la ingeniería robótica, pretenden potenciar las habilidades sociales y la capacidad para expresar emociones que resulten humanas de sus ingenios. Kyoko, en Ex machina demuestra, con su actitud callada y, aparentemente complaciente, que es un compendio artificial perfecto de las virtudes de la mujer japonesa.

La propuesta del test de Alan Turing, recogida en su ensayo “Computing Machinery and Intelligence” (1950), partía de esta pregunta: «¿Pueden pensar las máquinas?» Dado que es complicado definir la palabra pensar, Turing reformuló la cuestión: «¿Existirán computadoras digitales imaginables que tengan un buen desempeño en el juego de imitación?» Después de ver Ex machina podemos contestar a esta pregunta con un sí rotundo.

Ava y Kyoko son la prueba de que la inteligencia artificial supera a la del creador. Aprendido todo lo que el ser humano puede enseñarles, estas ginoides son aptas para crecer por sí mismas y adquirir nuevas y sorprendentes habilidades. La capacidad de Ava para superar todas las dificultades queda fuera de toda duda pero además, el final de la cinta nos deja claro que su maravillosa inteligencia la hace competente para afrontar un nuevo reto: salir de su encierro y enfrentarse al mundo. Para ello, la ginoide recoge los elementos físicos más apreciados de sus predecesoras para construir la mejor imagen posible de sí misma. Ava, literalmente, saca del armario, las mejores galas (cabellos, piel…) que constituyen el adorno de una mujer deseable y se convierte en una belleza. Cuando vuelve a mirase en el espejo, contempla, complacida, la imagen que éste le devuelve. Es bella y es inteligente. O quizás es bella porque es inteligente.

Cuando Ava sale al mundo y pasea por las calles abarrotadas de gente, vislumbramos que su poder es enorme ya que ha incorporado la intuición a sus muchas habilidades. La imagen de Vikander paseando sola por la ciudad es, obviamente, un símbolo de su liberación, pero su actitud de autoconfianza y la determinación implacable que demuestra, también, todo hay que decirlo, nos dan bastante miedo. En el Deus ex machina que nos plantea Alex Garland, el ente creador ha sido suprimido y la máquina, se ha emancipado y ha vencido.


Blanca Paula Rodríguez Garabatos es doctora en estudios literarios, investigadora de la Universidad de La Coruña y docente de enseñanza media en Historia del Mundo Contemporáneo e Historia de la Moda en el Centro Gallego de Arte Contemporáneo. Ha escrito artículos científicos para las revistas literarias DeSigns, La Tribuna y Tropelías. También es colaboradora habitual de la revista cinematográfica Versión Original.