Un archivo de la memoria

Un archivo de la memoria

Por | 1 de octubre de 2014

Sección: Ensayo

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Ésta es la historia. Mi tío, el hijo más pequeño de mi abuela paterna, que en ese tiempo debía tener más de veinte años, grababa los fines de semana las películas de Pedro Infante que pasaban en televisión. Tenía una videocasetera Beta que después fue sustituida por una VHS. Y yo, con menos de diez, lo ayudaba ceremoniosamente en aquella actividad detrás de la cual había encontrado un amor secreto. Era 1989 o 1990. Mi tío utilizaba todo tipo de destrezas para grabar las películas sin anuncios publicitarios. Entonces yo veía las historias de Pedro Infante como artefactos que se podían armar y desarmar a través del control remoto. Las imágenes estaban rotas, desdibujadas, esparcidas y me costaba trabajo mirarlas como un todo.

Tiempo después mi tío consiguió una novia y tuvo hijos, y yo sustituí su labor. El estante terminó así lleno de películas beta y VHS, pues a las de Pedro Infante se sumaron las de Jorge Negrete, Cantinflas, Tin Tan y otros tantos. A los 25 me mudé de esa casa a un departamento de la Roma. Posteriormente a la Del Valle y más tarde a uno todavía más al sur de la Ciudad de México. En los últimos años he deambulado por diversas colonias y cada vez que me establezco en un nuevo sitio siento que me apropio de él en el momento en que veo una película dentro de sus paredes. Es como si llevara muchas imágenes en el interior de mi cabeza, negras sobre blanco y comenzaran a activarse y a adquirir color en el instante en que una de ellas se proyecta en la televisión.

Ya sé, ya sé. Para ciertos críticos y teóricos la experiencia de ver una cinta en casa no se compara con la de una sala de cine. Los argumentos se han convertido en lugares comunes: la calidad no es la misma, la pantalla chica desvía los propósitos estéticos de los cineastas y las distracciones externas no permiten que el espectador disfrute la proyección de la manera en que debería hacerlo.¿Por qué a algunos intelectuales les vienen enseguida a la mente pensamientos como estos pero les tardan tanto ideas como que no toda la gente va a una sala no sólo por falta de tiempo de dinero, sino también porque en muchas ocasiones la oferta cinematográfica, incluso de la cineteca más sofisticada, no proyecta los filmes que uno desea ver?

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«Todas esas frases que hemos visto pronunciar en el cine las he dicho yo o me las han soltado o se las he oído a otros a lo largo de mi existencia, esto es, en la vida, que guarda mucha más relación con las películas y la literatura de lo que se reconoce normalmente y se cree». Así describe Javier Marías en Tu rostro mañana el vínculo que hay entre las imágenes en movimiento y la vida de una persona. Pero no se refiere exclusivamente a las cintas que se proyectan en una sala. ¿Cuántas frases de un filme que hemos visto en la pantalla chica aludimos y duplicamos en escenas de nuestro mundo cotidiano?

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A finales del siglo XX la televisión en México estaba restringida a un puñado de canales de televisión abierta. Los hogares escuchaban una única voz que repetía periódicamente las mismas noticias. Sin embargo, con la llegada del XXI la sociedad comenzó a hablar de apertura y mejores ofertas de entretenimiento. No es que la cosa haya cambiado en los ámbitos político e ideológico. Sencillamente las voces se han multiplicado aunque los mensajes sean los mismos. La miseria de un lugar no se puede erradicar de un día para otro. Pero hay una ventaja. Si a uno le gusta prender la televisión, luego de un día de oficina puede sintonizar los canales que proyectan día y noche películas de todo tipo. Desde Godard hasta Jennifer Aniston. Yo lo hago mientras cocino o preparo las cosas para el día siguiente.

No creo que cada vez que una persona se dispone a ver una cinta deba hacerlo como si se tratara de un acto religioso donde debe guardar silencio y poner atención a los detalles. Observar la programación de la televisión y sintonizar una película que está a la mitad de su metraje ofrece otras experiencias. A veces enciendo la pantalla sólo para escuchar voces.

Frecuentemente reconozco el habla de los protagonistas o las escenas a las que he llegado aleatoriamente. Y no en pocas ocasiones descubro nuevos aspectos que modifican mi percepción previa sobre el filme.

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En 1999 inicié una reducida colección de DVDs que posteriormente se incrementó con Blu-rays y películas pirata. El conjunto está seguramente desarticulado. Poseo títulos de Clint Eastwood igual que de la Nouvelle vague. Pedro Infante, Arnold Schwarzenegger, documentales, cine de terror, series…

¿Alguna vez alguien ha sufrido un ataque de ansia por ver una película? Yo sí. No sé cómo llamarlo. Busqué en internet las palabras ataque cinético y Google me llevó a un video de YouTube con una escena homónima donde se ve a dos hombres emprender una batalla apoteósica e insufrible de catorce segundos en la que uno de ellos propina sendos impactos con un simple movimiento de pierna. La pregunta es retórica. Padecí uno de esos ataques hace poco. También esto es psicoanálisis. Los calé adquiriendo la cinta que deseaba en un puesto pirata muy cercano al departamento que habito.

El argumento de Luna amarga (Bitter Moon, Roman Polański, 1992) es conocido: un matrimonio, integrado por Nigel (Hugh Grant) y Fiona (Kristin Scott Thomas), que está a punto de cumplir su séptimo aniversario, emprende un viaje a la India como segunda luna de miel. En el crucero conoce a una pareja atormentada, conformada or Oscar (Peter Coyote), un escritor estadounidense frustrado que reside en París, y la encantadora Mimi (Emmanuelle Seigner), que a pesar de su infinita belleza no puede alcanzar sus objetivos profesionales. El encuentro es, por decir lo menos, inquietante. Nigel se enamora de Mimi, pero ella utiliza a Oscar para entretenerlo mientras seduce a Fiona. En la medianía de la cinta Fiona sufre un mareo y su esposo aprovecha la oportunidad para darle un par de sedantes. La escena captura magníficamente el momento en que ella se los lleva a la boca, pero un gesto anuncia que quizá sólo fingió engullirlos. El final de la película revela el engaño.

Cuando terminé de verla quise averiguar la manera en que Polański configura la estructura narrativa y, sobre todo, la forma en que hila la historia para que tanto Nigel como el espectador no se den cuenta de lo que el afligido matrimonio fragua. La repetí una y otra vez tratando de descubrir si las ingiere o no, porque se trata de un momento crucial en la historia. Sin embargo, no queda claro. Por supuesto, esta incertidumbre fue confeccionada a propósito por el director polaco. Y, claro está, un acercamiento como éste no podría haber sido posible si hubiera visto Luna amarga en el cine.

Hace un par de años mencioné en la revista La Tempestad que México es uno de los países más activos en piratería cinematográfica: nueve de cada diez películas que se venden en nuestro territorio son ilegales, según la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica y del Videograma. El problema está lejos de ser enfrentado con la seriedad que requiere. Las redes que articulan la piratería están relacionadas en muchos casos con el narcotráfico, la trata de blancas, etc. Pero ésta existe porque la sociedad mexicana demanda un tipo de cine barato que no encuentra ni en las cadenas comerciales (Cinemex o Cinépolis) ni en los foros especializados.

Para el cinéfilo la dificultad es aún mayor. Muchas de las películas que se discuten en los medios de comunicación internacionales no se estrenan en nuestro país, ni siquiera en festivales de cierta trascendencia. No obstante, es posible conseguirlas en puestos piratas del Centro de la Ciudad de México, en las instalaciones de la Universidad Nacional Autónoma de México (sobre todo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales y en la Facultad de Filosofía y Letras)o afuera de la Cineteca Nacional, sólo por mencionar algunos sitios.

La piratería no sólo brinda la posibilidad de tener acceso a películas baratas, que oscilan entre los diez y los veinte pesos –contra los más de setenta que cuesta una entrada al cine o las cantidades a veces inalcanzables de algunos DVD’s y Blu-rays–, sino también de conocer otras culturas a través de las imágenes en movimiento.

El fenómeno se replica de manera formidable en internet. ¿Cuántos de nosotros no hemos encontrado en Cuevana u otros sitios las películas que deseamos ver y que por alguna u otra razón no están disponibles ni en cartelera ni en tiendas especializadas?

Por citar algunos casos se pueden mencionar los de Netflix o Vimeo, pero también la oferta de Cinépolis en línea o las películas completas que están disponibles en YouTube. Tampoco son pocos los usuarios que suben sus cintas sin ningún fin de lucro. La idea es extraordinaria. Un catálogo infinito donde se pueden encontrar los filmes más comerciales, los más raros, los que no se pudieron proyectar en las salas de cine por falta de apoyo…

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El espectador nutre su imaginario de imágenes en movimiento que provienen de diversas fuentes. Aunque su calidad es importante lo es más la manera en que dialogan con otras huellas mentales. Si una película se proyecta en una televisión pequeña, en una tableta o en una computadora; si proviene de la piratería o de Mix-Up, ¿importa? La memoria corrige sus defectos y las transmite dentro de la cosmovisión del espectador con una disposición excepcional.

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Cuando muera me sobrevivirán ciertos objetos. Me gusta pensar que algunas películas que poseo podrán reproducirse entonces. Acaso una persona curiosa quiera proyectarlas aleatoriamente, incluso sin poner atención al inicio o al final. Si lo hace tendrá acceso a algo más que a un objeto que perteneció a una persona muerta. Tendrá la posibilidad de aproximarse a un fragmento del archivo de mi memoria.

Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 10, otoño 2014, pp. 30-33), y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.


Abel Cervantes edita Código. Colaboró en los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014) con un ensayo sobre Carlos Reygadas y otro sobre Juan Carlos Rulfo, respectivamente. Es profesor en la UNAM.