Empezó a trabajar viendo series

Empezó a trabajar viendo series

Por | 5 de julio de 2016

Decisiones: ¿Cuánto tiempo tengo? ¿Qué veré ahora? ¿Una película? ¿Empezaré a ver una serie? ¿Un video en YouTube, en Facebook, en Vimeo? ¿En qué dispositivo: la tablet, el celular, la televisión (vía Apple TV o Google Chrome), la computadora? ¿En qué plataforma: Netflix, MUBI, Claro Video, HBO, Cinépolis Klic, Amazon, Blim, o si no estoy suscrito, en los mares infinitos de sitios de la red que ofrecen streaming 24 horas 7 días a la semana? No importa, veré lo que tenga a la mano, mientras pueda seguir viendo, el punto es ver, ver, ver sin parar, ver incansablemente, ver hasta que me lloren los ojos, ver hasta que me caiga de sueño, y soñar que sigo viendo, y luego despertarme para volver a ver, y soñar despierto que veo, que puedo ver, que la vista y la vida me alcanzan para ver, consumir todo el imparable flujo audiovisual que desborda las pantallas de los dispositivos… Si Joyce hubiera escrito el Ulises ahora, el flujo de conciencia de Molly Bloom habría empezado: «Sí porque anteriormente él jamás había hecho algo parecido a pedir el desayuno en la cama después de 24 horas seguidas de estar sentado frente al televisor alternando los capítulos de Los Soprano Breaking Bad al tiempo que en el celular cambiaba su estado de Facebook subía una selfie y veía los videos de perritos que tanto le gustan y tomaba pausas sólo para levantarse por otra cerveza y más botanas e ir al baño con el iPad para ver en YouTube el rostro y oír cómo la voz chillona de Yuya lo saludaba desde la insondable red con su tradicional «Hola, guapuras»…»

Ya Adorno y Horkheimer,[1] como dos sapientes abuelitos, advertían hace más de medio siglo: ¡Cuidaos del cine, muchachos, instrumento de alienación y homogeneización de conciencias del capitalismo! ¡Cuidaos de la industria cultural que atrofia nuestra imaginación y espontaneidad y nos hace creer que el mundo es la prolongación de un filme!

Ya Guy Debord,[2] filósofo, revolucionario y responsable de algunas de las películas más aburridas de toda la historia, nos lo explicó: la alienación no se constriñe a explotar económicamente a los trabajadores; la alienación ya es también la colonización de esa novedad histórica, llamada ocio, por parte de la industria del entretenimiento, que expropia el tiempo de vida de los trabajadores, nos ha vuelto consumidores pasivos y satisfechos y ha formado una nueva forma de miseria: la miseria de la vida cotidiana.

Y más recientemente, Jonathan Beller,[3] un teórico de cine, también marxista, acaba de mostrarnos la profundidad de la miseria en la que vivimos atrapados. El cine y todos los demás medios masivos audiovisuales, dice, son fábricas inmateriales en las que los espectadores, como obreros, trabajamos para generar valor: en el modo cinemático de producción, asevera incisivamente, ver es trabajar. Y no es una manera figurada de hablar. Ver una pantalla genera valor para las compañías encargadas de producir los contenidos de entretenimiento e infotainment. En las formas de producción contemporáneas, específicamente las relacionadas con las nuevas tecnologías de la información, la atención es vista como un bien escaso: las personas tienen un limitado número de horas que pueden o están dispuestas a gastar viendo el contenido de las distintas plataformas de entretenimiento. Actualmente es más evidente cómo las empresas se pelean el mercado de la atención, ofreciendo programas para todos los gustos, disponibles en cualquier momento, en cualquier pantalla (claro, siempre y cuando tengamos internet).

Para Beller, la imaginería de los hermanos Wachowski plasmada en Matrix (The Matrix, 1999) describe de manera cruda lo que en realidad acontece en la actualidad: hemos devenido algo más que pilas orgánicas de las cuales la máquina extrae la energía (en este caso, nuestra atención) necesaria para seguir produciendo esas narrativas y esas imágenes con la que nos alimenta y nos mantiene en ese permanente estado cuasi vegetativo, de duermevela, en el que nunca se debe interrumpir el libre flujo de contenido audiovisual, de manera que sigamos soñando, como quieren los marxistas, el sueño del capital, un sueño en el que inclusive podamos ver representadas todas las formas de revolución y de ser revolucionarios, un sueño en el que, contrario a lo que cantaba Gil Scott-Heron hace más de 30 años, la revolución sea transmitida por TV.

Que su señora, su madre o sus hijos no le vuelvan a decir, como a mí: «¡Pero Andrés, por Dios, ya ponte a hacer algo!», porque usted, de hecho, lo hace: mientras mira la pantalla usted está trabajando, usted está produciendo valor, a usted le están expropiando ese bien escaso que es su atención, y a cambio usted recibe… pues, no sé, horas y horas de sano entretenimiento que incluyen lágrimas y risas, sí, eso que, dicen, nos hace humanos y no, por supuesto no, dinero. O sea que si quiere seguir viendo, usted tiene que trabajar para tener dinero para poder pagar por el entretenimiento que expropie su atención y produzca valor.

Y si a estas alturas (sic) del texto se siente usted ofendido o desconcertado, no se preocupe, en la cadena alimenticia del capital o de la alienación hay niveles: hay quienes no sólo trabajamos para poder ver películas y series, es decir, seguir trabajando, sino que después del trabajo (o segunda jornada laboral), de manera absolutamente desinteresada (¿?) seguimos trabajando al escribir textos –que se publican en revistas, ya casi todas electrónicas–, bajo el principio liberal de promover un consumo racional, textos pues donde le decimos y sugerimos qué series, qué programas, qué películas vale la pena ver –y algunas veces hasta por qué–, para que usted, consumidor racional, pueda decidir, con el mayor número de elementos posibles, a dónde ir a gastar su escaso, valioso y cotizado bien: su atención (ah, claro, no lo olvidemos, y también su dinero).

Y sí, supongo que nosotros tampoco podemos escapar a esta nueva lógica del capital, y quizás somos un poco ladrones –que no cínicos–: al leer estas líneas usted ya ha gastado, acaso miserablemente, su atención. No pierda más su tiempo: ¡Vuelva pues a trabajar!


[1] Theodor W.Adorno y Max Horkheimer, “La industria cultural”, en Dialéctica del iluminismo, Editorial Sudamericana, México, 1997.

[2] Guy Debord, La sociedad del espectáculo, Pre-Textos, Valencia, 2008.

[3] Jonathan Beller, The Cinematic Mode of Production: Attention Economy and the Society of the Spectacle, Dartmouth College / United Press of New England, Dartmouth, 2006.


Andrés Téllez Parra es escritor y profesor de Sociología del Cine en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.