Aquarius

Aquarius

Por | 26 de enero de 2017

A primera vista podría parecer que Aquarius, el filme del brasileño Kleber Mendonça Filho, trata sobre la nostalgia. Las primeras imágenes de la cinta no son más que fotografías de la playa de Recife, capital del estado de Pernambuco, antes de convertirse en la zona llena de rascacielos y grandes hoteles que es ahora. Estas fotografías de la década de los 50 muestran una extensa playa con apenas unas cuantas casas, ejemplo de lo que debieron ser muchos de esos lugares paradisiacos al lado del mar que poco a poco fueron invadidos por empresarios de la construcción. Pero este rápido epílogo es apenas uno de los pequeños elementos que comprenden la historia de doña Clara, la protagonista absoluta de este largometraje.

La primera vez que vemos a Clara es unas décadas más tarde, a principios de los 80, cuando recién recuperada de un cáncer de mama, se dispone a celebrar el cumpleaños de la tía Lucia. En una sola secuencia, Mendonça (Recife, 1968) presenta los cimientos sobre los cuales se sostendrán los puntos que desarrollará a lo largo de su filme: en una sencilla fiesta conocemos a Clara, a su familia, a su principal influencia y reconocemos ese espacio físico que ha contenido desde hace varios años su propia historia.

El meollo de Aquarius (2016) se desvela unas décadas más tarde, en la actualidad, cuando Clara, ahora con 65 años y viuda, es presionada para vender su vivienda a una compañía inmobiliaria que planea derrumbar el edificio para construir en ese mismo terrero un moderno complejo de apartamentos. La constructora ya ha comprado el resto del inmueble, así que Clara es su único obstáculo para llevar a cabo el proyecto, el asunto es que ella se niega a deshacerse de su propiedad en el otrora majestuoso edificio Aquarius.

Kleber Mendonça Filho apunta hacia varios lados y en todos da en el blanco: el director no sólo decide hablar del proceso de gentrificación por el que está pasando su lugar de nacimiento, sino que también hace hincapié en la desigualdad social que aún persiste en la sociedad brasileña, en donde quienes nacen en familias de clase media reciben los beneficios que de ello se desprenden –vivienda, estudios, empleo–, mientras que los más desfavorecidos tienen que seguir luchando para subsistir. «Nosotros los explotamos y ellos nos roban un poco», es la forma en que uno de los personajes explica la compleja relación entre patrones y sirvientes en una casa.

Si Aquarius evita identificar a Clara como una señora aferrada al pasado que quiere conservar su departamento por meros motivos nostálgicos es precisamente porque su director ha sabido construir uno de los personajes más tridimensionales que ha habido últimamente en el cine. La doña Clara de Sonia Braga no es una mujer necia, es una mujer de principios y de una dignidad inquebrantable; es alguien que elige sus batallas y sabe muy bien cómo ganarlas. La representación de su cotidianidad –sus salidas a la playa, a bailar con sus amigas, la convivencia con sus hijos y el manejo de su sexualidad, entre otras cosas– ayuda a construir poco a poco a un personaje que sabe ganarse el respeto del espectador. Mendonça no sólo se atreve a crear un personaje complejo y rico en matices, sino que lo hace a partir de una figura a la que los cineastas parecer rehuirle: la de la mujer madura. No es raro encontrar testimonios de actrices de la edad de Sonia Braga quejándose por la falta de papeles para mujeres de su edad, y tienen razón, la industria cinematográfica en general parece no interesarse en estos personajes. Yendo a contracorriente, Aquarius basa su narrativa completa en uno de ellos, desafiando el estereotipo de “la protagonista”.

Hay una vertiente que personalmente me interesó bastante, y fue la figura de la tía como el elemento que transmite conocimiento a la siguiente generación. La tía Lucia, quien no sólo fue una de las primeras mujeres en acceder a la educación universitaria, sino que además fue activista y pionera de la revolución sexual, fue la influencia principal de Clara, así como ahora ella misma lo es para su sobrino. La tía es pues, esa persona que puede influir de manera positiva en la vida de los sobrinos, libres de los obstáculos que se presentan en la relación de padres e hijos. De este modo, Aquarius también se atreve a mover el foco de la mujer/madre para echar luz sobre la mujer/tía, otro personaje no pocas veces denostado.

Aunque dividida en tres partes, la narración del director se aleja de la estructura tradicional de tres actos de inicio, desarrollo y final. Aquarius más bien inicia en un punto neutro para ir subiendo de intensidad: la presión que ejerce Diego –el joven responsable de la construcción del nuevo edificio– para que Clara ceda su departamento es cada vez más fuerte y sin embargo, la catarsis no llegará hasta el final, en una especie de explosión contenida.

Si Aquarius es un filme que logra con creces todos sus cometidos –hablar sobre la gentrificación, la desigualdad social, la corrupción, el significado de los espacios como lugares de la memoria, el rol de la familia y de la mujer como ser activo– es porque su director lo construyó sobre buenos cimientos.


Rebeca Jiménez Calero es comunicóloga. Es profesora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y se dedica a la traducción y edición de subtítulos para festivales de cine.