Westworld, 1ª temporada

Westworld, 1ª temporada

Por | 17 de abril de 2017

Han pasado más de cuatro meses desde que vi el último capítulo de la primera temporada de Westworld (Lisa Joy y Jonathan Nolan, 2016 a la fecha,) y, como todos, tendré que esperar a 2018 para ver el siguiente. En los tiempos que corren, y como corren, es casi confesar que he comenzado a olvidar la serie. Sin embargo recuerdo que, como a la vieja usanza, vi cada capítulo con una semana de por medio. En cada uno se volvía a insistir, como quien repite un argumento o una línea de código, en sus temas, hasta llegar a su conclusión inevitable: la máquina pensante como pathos y enemiga del hombre.

Tal vez no lo sea pero Westworld se siente como una rareza, especialmente ante las conductas que impone la televisión bajo demanda (con oprimir un botón, uno puede, sin mayor problema, someterse a una sesión maratónica y malsana de series). Que HBO haya tomado la decisión de esperar tanto tiempo para presentar la segunda temporada parece una lección aprendida.

La primera temporada de True Detective (Nic Pizzolatto, 2014 a la fecha) implicó tres años de preparación. Y tras la decepción que significó para muchos su segunda entrega, el antiguo presidente de HBO, Michael Lombardo, afirmó en 2016: «Nuestros fracasos más grandes –y no estoy seguro de considerar a True Detective como uno de ellos– se dan cuando le pedimos a alguien llegar a una fecha de lanzamiento, en lugar de permitir que la escritura encuentre su ritmo natural, su punto de llegada, su cocción. […] Me culpo a mí mismo, me transformé demasiado en un ejecutivo. La primera temporada fue un éxito y me pregunté si no podríamos repetirlo al año siguiente». Parece que la tercera temporada de True Detective finalmente se llevará a cabo, pero contará también con el apoyo de David Milch, el creador de Deadwood (2004-06), la serie que varios críticos, jocosamente, vieron como el equivalente a un “Western World” en el universo de programas que ha ofrecido HBO (con Roma [Rome, John Milius, William J. MacDonald, y Bruno Heller, 2005-07] como su “Roman World” y Juego de tronos [Game of Thrones, David Benioff y D. B. Weiss, 2011 a la fecha] como su “Medieval World”, de acuerdo a la taxonomía original de Michael Crichton, quien escribió y dirigió el filme de 1973 en el que se inspira la serie).

Me demoro en esta cuestión pues Westworld es, entre otras cosas, una fábula –a veces grotescamente moralina– sobre lo que nos entretiene y la manera en que lo hace. Desde su estreno mucho se ha escrito sobre Westworld, por no hablar de los incontables videos de aficionados y fanáticos que han rumiado los temas y las formas de la serie. Yo mismo la abordé a la luz de algunas producciones de ciencia ficción recientes, sólo para concluir que, desde el espectáculo, logra volver a preguntarse por la naturaleza de lo humano, con un cuidado equilibrio entre tropos conocidos (la máquina que se subleva) y el riesgo formal.

Me imagino que podría ser interesante volver a Westworld para pensar cómo es que logra otro equilibrio que hasta ahora no ha tenido gran éxito: el de dos géneros, el wéstern y la ciencia ficción. ¿Jonah Hex (DC Comics, 2010)? ¿Las aventuras de Jim West (Wild Wild West, Barry Sonnenfeld, 1999)? ¿Cowboys y aliens (Cowboys & Aliens, Jon Favreau, 2011)? ¿Es la tercera entrega de Volver al futuro (Back to the Future Part III, Robert Zemeckis, 1990) una película lograda? ¿Los aspectos de wéstern de La guerra de las galaxias (Star Wars, 1977 a la fecha) realmente la transforman en algo más que, como lo puso J. G. Ballard, «ciencia ficción pasatista»? No tengo el ánimo para seguir esta senda pero tampoco es difícil ver que en realidad no hay tal equilibrio: la ciencia ficción predomina en Westworld, mientras que el wéstern es apenas la botana –la serie se regodea en clichés del wéstern hollywoodense.

Pero sí creo que puede añadirse algo sobre una de las imágenes recurrentes –temática y formalmente– de la serie: el dédalo. ¿O es más apropiado decir “laberinto”? De Wanderlust (2000), de Rebecca Solnit: «Mucha gente que ha escrito sobre laberintos distingue dos tipos. El dédalo (maze) incluye casi todos los laberintos de jardín, los que tienen muchas ramificaciones y están hechos para confundir a quienes entran en ellos, mientras que el otro tipo (labyrinth) tiene sólo una ruta y cualquiera que se mantenga en ella puede encontrar el paraíso del centro y luego volver sobre sus pasos hasta alcanzar la salida». La primera estructura es a la que Westworld somete, a primera impresión, a su espectador: con sus líneas de tiempo paralelas, a veces indistinguibles, el televidente se sentirá confundido hasta cierto momento. Es la estructura del libre albedrío: el camino del ser humano.

La segunda estructura, en cambio, es la que posee la lógica interna de la serie, similar al camino que recorre quien, sabemos ahora, es su protagonista: la inteligencia artificial que cobra conciencia. Es una ruta inflexible, ardua, incluso violenta, pero que lleva hacia, ¿hacia dónde, precisamente? De la simbología del laberinto, que bebe del mundo espiritual, tendríamos que concluir que lleva hacia la salvación o a la redención. Pero esos son términos humanistas. Lo interesante de Westworld es que ese camino inflexible, tal como lo presenta, no es para los humanos. Y no sabemos hacia dónde se dirige.


Guillermo Núñez Jáuregui es escritor y filósofo. Colabora en La Tempestad. Es autor de Del aburrimiento surgen los impulsos correctos (2012).