Entre tierras, entre miradas: Las hostil

Entre tierras, entre miradas: Las hostilidades

Por | 26 de agosto de 2022

Sin preceptos, encallada en la cámara que se desliza sobre el espacio, la mirada da forma –a través de los colores, el fuera del foco, la película velada de la fotografía y la banda sonora– a lo que los habitantes de Santa Lucía, en el Estado de México, viven. Un lugar de en medio, «donde no pasa nada y se olvida todo», palabras con las que M. Sebastian Molina, director y fotógrafo de Las hostilidades, nos presenta el pueblo, al inicio del documental.

La realidad, de pronto, pasa al recinto de los sentidos para que, desde ahí, el espectador la aprehenda: testimonios en voz en off que saben más a la anécdota, a la conversación del amigo que, sin un orden previo, nos descubre, gracias a la intimidad ganada, su percepción, el cómo vive el mundo. Así en Las hostilidades (2021), cada escena del documental se hilvana a la otra, mostrando la violencia, la relación que en Santa Lucía se tiene con el narcotráfico y el ejército, además de las fiestas, las historias y videos del archivo familiar.

La mirada, a la par de mostrar lo que observa, indaga desde el sitio que no es ni aquí ni allá, sino en medio: en donde volver al origen, a esas cinco cuadras de las que surgió Santa Lucía, es también hablar del ahora, de una pelea de gallos, de los niños convirtiéndose en adultos, de quien viene de ahí pero cuyos padres migraron y al pasar de los años vuelve, preguntándose, a través de una cámara, para hurgar, no sin cierta nostalgia, en su genealogía.

Las escasas, y a la vez retentivas, intervenciones de Molina hacen de Las hostilidades un documental que no sólo muestra una realidad; la pregunta es doble: va hacia el exterior, hacia los habitantes de Santa Lucía, a la violencia que se vive. Sin duda, en Las hostilidades, más que el desarrollo de una problemática o tópico social, lo que se narra es lo que el ojo ve y el resto de los sentidos experimentan, porque qué es el cine sino eso, la historia de una percepción, ese mundo que la cámara devela.

Gracias a ello, la mirada aprehende la realidad y, al hacerlo, expone la nostalgia, la confusión de ordenar el alrededor y el miedo que se siente, que quizá al final tienda a convertirse en reminiscencia, por la posibilidad de que en cada visita al pueblo la percepción cambie, se haga otra, pues no hay mirada que logre encallar en la tierra firme de lo inmutable. La mirada es más una cámara en mano, ese temblor que la acompaña, que intenta saber qué es lo que la rodea para encontrar una verdad de colores más que de ideas, de preguntas y no tanto de respuestas que muestren, con añoranza, un algo que está hecho de lo que se escapa, de la certeza de que cada regreso al pueblo de Santa Lucía será diferente.

En Las hostilidades, la visita de Molina hecha documental da a Santa Lucía una identidad cinematográfica: instintiva y rigurosa, pues el director y fotógrafo hace uso de los medios de su oficio sin que esto perturbe la espontaneidad de lo que ocurre a su alrededor. De pronto, un paseo en la feria, niños jugando a las escondidas o a aventarse codornices muertas son parte y expresión del pueblo mismo. A través de la estética que el documental sostiene, Santa Lucía se muestra al espectador, quien la va conociendo, como ocurre en la vida misma, mediante escenas y testimonios que son apenas gestos, pero que, al unirse, forman un rostro, una realidad de colores y sonidos, de un pueblo que, pese haber otros con los que comparte características, es único y diferente porque los acontecimientos que lo habitan están situados en un aquí vivo y, por tanto, real.

Y así, con esta opera prima, Molina muestra que el acto de mirar, a través de una cámara, en lugar de enclaustrarse con la realidad que ocurre fuera, se direcciona hacia dentro, hacia el rumor interior que surge del estar ahí y que transforma a quien sujeta la cámara, porque quizá, sólo así, la realidad pueda revelarnos su verdadera esencia. No importa si, en la próxima visita, Santa Lucía cambie, se vuelva otra y lo visto en el documental pase, junto a las cinco cuadras que formaron el pueblo, al territorio del pasado. El correr de esa realidad, del mundo hacia la cámara y de la cámara al espectador, se acompaña de serenidad y nostalgia, porque, gracias a lo que el cine permite mediante una película, ese cambio en la percepción, ese volver con la posibilidad abierta de que Santa Lucía será otra, que sabe a desmemoria y a vértigo, ya no hiere tanto si, aunque sea una vez, se ha estado ahí para mirar.


Ofelia Ladrón de Guevara, parte del equipo de redacción de Icónica, estudió Antropología en la UNAM. Fue seleccionada para el programa Talent Press del Festival Internacional de Cine en Guadalajara 2022. Ha colaborado en medios como Punto de partidaPunto en línea y Correspondencias.

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