Ficción privada: Andrés Di Tella, diar

Ficción privada: Andrés Di Tella, diarista

Por | 11 de septiembre de 2020

De carácter paradójico un diario existe como reinvención. Quien escribe un diario no sólo quiere contar su vida, a veces como Marlowe o Chabelo, quiere un intercambio. Recordar y dejar testimonio a cambio de expurgar un dolor, asentar una idea o preservar un instante. Todo diario nos revela su naturaleza ternaria: un salvavidas, taller de escritura y una terapéutica. Para que algo exista en un diario es preciso haberlo vivido y, si no, al menos imaginarlo: es no-ficción, pero también lo contrario. Lo real de un diario siempre queda en entredicho y, como obra de ficción, si tenemos acceso a uno que no sea el nuestro, se trata de creer en el relato. La literatura, cualquiera que sea su procedencia, es un acto de fe. No obstante, por su intimismo, un diario no está hecho para ser publicado: son notas al pie de página de la vida. «Un diario se escribe para decir que no se puede escribir», anotó ese diarista tenaz que fue Ricardo Piglia. Un diario es la puesta en acto de una ficción realista: se cuenta el presente de un pasado. Recordar, escribió Svetlana Aleksiévich, es un acto creativo. Andrés Di Tella en Ficción privada sigue esa estela diarista. En Di Tella (Buenos Aires, 1958) la memoria tiene una estrecha relación con la genealogía. La televisión y yo (2002), Fotografías (2007) y Ficción privada (2019) podrían ser también de manera retrospectiva un tríptico para los adioses. En el primero, se habla de la relación del padre de Di Tella, Torcuato, con su padre; en el segundo, se siguen los pasos de la madre, Kamala, e incluso se hace una sesión espiritista para hablar una vez más con ella. Si en los primeros dos se habló de la relación de Di Tella con Torcuato y Kamala, en Ficción privada se trata de la relación de esa pareja. Di Tella se atreve, sólo a partir de la muerte, a mirar la intimidad de quienes le dieran la vida.

Escrito de 1957 a 2015 el diario de Piglia constó de trescientos veintisiete cuadernos. Los últimos años de su vida se dedicó a releerlos y ponerlos en orden, tres monumentales libros fueron publicados. Lo que Piglia hizo fue un desdoblamiento: los publicó como si fuesen de otra persona, Los diarios de Emilio Renzi (2015-17). Él mismo desde otro lugar. Alter ego o heterónimo, Emilio Renzi se convierte en una ficción de la vida; la vida en invención. El carácter paradojal del diarismo de Andrés Di Tella, como el de Piglia/Renzi, viene dado desde su título: Ficción privada, un documento que exclama ser una lectura dramatizada desde lo privado. Di Tella lee en voz alta las cartas que intercambiaron en su juventud Torcuato y Kamala. Es un testimonio de aquel amor que el padre heredó al hijo hace más de veinte años. A dos años de la muerte de Torcuato, Andrés se atreve a irrumpir en la intimidad de esas cartas. En 2015 Di Tella filma a Piglia y hacen 327 cuadernos, que sirve como necrológica y despedida al escritor, al memorioso. Piglia revisa sus escrituras y descubre todo lo que ya no recuerda: mira de cerca sus diarios y se abisma. «¿Para eso escribo un diario? ¿Para fijar –o releer– uno de esos días de inesperada felicidad?», se pregunta Piglia en Un día en la vida, último tomo de los diarios de Emilio Renzi. Otra vez: un diario a veces es un laboratorio de escrituras, un taller literario. Alejandra Pizarnik sería el ejemplo más emblemático del diarismo como salvavidas y terapéutica. A lo largo de casi veinte años, no cejó de releer sus cuadernos para dejarlos listos y ser publicados. En las paginas de sus Diarios (2003) existen tres líneas constantes: el desamor, lo complejo de llevar a término ciertas escrituras y la irrenunciable idea del suicidio, que a la larga llevara a cabo. «Escribir es darle sentido al sufrimiento», escribió Pizarnik en noviembre de 1971 como una certeza para, una línea más abajo, reformularlo en duda: «Escribir es querer darle algún sentido a nuestro sufrimiento». Entre Piglia, Pizarnik y Di Tella hay una tradición diarista, y éste es el discípulo más aventajado. Una escena muestra esa sensibilidad discipular, y su genio. Al inicio de Ficción Privada una mano en primer plano sostiene fotografías de nadie, de cualquiera. Una voz en off imagina alguna historia de la imagen que lleva mientras de fondo hay movimiento: la mano y la imagen las lleva alguien que camina. El encanto de ese inicio, que es también un prólogo, está en la evocación y la conjura. «Éste –dice la voz de Di Tella mismo– podría ser un hombre que se despierta y no sabe quién es». En una sola línea de diálogo, con fotografía en mano y primer plano, Di Tella conjura a Kafka y El proceso. He aquí el genio: El proceso, mostró Piglia en «El último cuento de Borges», es un proceso de la memoria. Ficción privada potencia ese aforismo para convertirlo en cinematografía diarista. Antes que cineasta, Di Tella es un lector de diarios. La fotografía de Juan Renau se las ingenia para extender lo inmaculado.

Dos cineastas anticiparon esta confesión de lo privado: Agnès Varda y Jonas Mekas. Varda para hablar de ella misma habló de otras personas; significativo desdoblamiento. En la calle de infancia, en los negocios que frecuentaba, ahí está cifrada su historia de vida. Lo cotidiano que es trascendental, eso es Daguerrotipos (Daguerréotypes, 1976). El neologismo cifra la confesión: en la calle Daguerre están las tipografías del porvenir. Lo importante, dijo Varda, son las personas. Es en Las playas de Agnès (Les plages d’Agnès, 2007), una especie de diario cinematográfico, en donde reflexiona sobre su vida, ahora sí en primera persona, una de las escenas más emblemáticas y magistrales sucede con espejos en la playa. A través del reflejo, nos indica que es ella, que eso es ella, y que en su cine siempre hay más gente. Varda nunca está sola en sus filmes, se hace acompañar porque ella siempre es compañía. Su honestidad, su arrobo, su modo de confesar es siempre reflexivo. Jonas Mekas por su parte lee a Henry David Thoreau y hace su homónimo Walden (1969), cuyo subtítulo confiesa sus intenciones: Diarios, notas y bocetos (Diaries, Notes and Sketches). Thoreau hace una profunda reflexión del bosque para edificar una filosofía de la vida. La diferencia en Mekas es que pone a la ciudad como un espacio también de paz. El genio lituano mira lo ignoto: los espacios de libertad en el bullicio de Nueva York. De larga duración, Walden es la certeza del experimento que es el montaje y la memoria. La reinvención de Mekas es sustraer el bullicio de la ciudad para escuchar el estruendo de la memoria y que nada se pierda: ilusión diarista. Mekas, lo mismo que Di Tella, nunca tira nada. Todo es potencialmente parte de una obra futura, de una circunstancia imprevisible. El cine, dijo Agnès Varda, es fruto de un azar. Entre Varda, Mekas y Di Tella el diario cinematográfico es una escuela. El montaje de Valeria Racioppi potencia cada instante reintegrándole ese carácter divino.

«Mi patria –ha afirmado Di Tella– es el documental». Ficción privada es la hermosa prueba de esa declaración de principios. Un instante más demuestra cómo este documental es un summum creativo. Di Tella hace que las cartas sean leídas por una actriz y un actor que, en la realidad, también son pareja. Ella, Denise Groesman (luminosa-iluminando), actriz y pintora, da voz a Kamala. Él, Julián Lorquier Tellarin (grácil-gratificando), actor y músico, presta la voz y el cuerpo a Torcuato. En esta pareja, la que actúa las cartas, hay una extensión de la otra pareja, la que ha muerto. En algún momento sus historias se cruzan y sus palabras, las escritas y leídas, sirven de faro. Di Tella, en esta puesta en escena, hace que graben sus voces en un estudio y nos muestra cómo fue ese proceso. En la escena ella y él están dando lectura a fragmentos de las cartas. El audio, la composición y la iluminación lindan lo divino. «¿De dónde habrá surgido la idea –lee él– de que las personas podrían comunicarse mediante cartas? […] Los besos por escrito no llegan a su destino», concluye. «Escribir una carta –lee ella– tal vez sea volver a un lugar mejor, donde tal vez nos entendemos mejor. […] Si lloro será en silencio y tú no te darás cuenta salvo que encuentres la tinta borroneada y te des cuenta igual». En algún momento Di Tella interviene en la escena, da indicaciones de lectura y, tras salir de cuadro, lo sublime: las luces titilan, Denise y Julián palidecen, Edgardo Cosarinsky (sólido-solidificando) interviene aquí como la voz de Torcuato viejo y la ficción se ha vuelto realidad. Esa suma de voces tiene un carácter célico. Así, el cine de Di Tella, como en Kafka, es la muestra de un proceso creativo y las peripecias de la invención.

Un diario sirve también para creer que en el dolor no se está a solas, que las lágrimas se comparten y el amor se contagia, que la esperanza sobrevive y que las pérdidas, como la de un padre y una madre, se pueden conjurar. Arrancarle a la muerte, dice Di Tella en off, un pedazo de ese mundo perdido. He aquí lo privado de la ficción: breves momentos de belleza pura. Cine puro, puro cine.

Nuevo San Juan, San Juan del Río, Querétaro, 2 y 3 de mayo de 2020.


JJ Flores Hernández es psicoanalista, crítico de cine y docente. @JJFloresHdz