La vida invisible de Eurídice Gusmão

La vida invisible de Eurídice Gusmão

Por | 1 de mayo de 2020

Empieza con un sueño o, quizá, con un recuerdo: Guida (Julia Stockler) y Eurídice (Carol Duarte) se ríen una junto a la otra en lo que parece un bosque tropical. Eurídice dice que, si hubiera sabido lo que habría de pasar, entonces, hubiera tomado unas tijeras y habría cortado el vestido azul en tiritas que tanto le gustaba a Guida. De repente, una se separa de la otra, se llaman a gritos, pero no se encuentran. En el bosque habla una Eurídice del futuro, que ya sabe de lo irremediable, de lo implacable que pueden llegar a ser las decisiones de una sola noche.

La vida invisible de Eurídice Gusmão (A Vida Invisível, Karim Aïnouz, 2019) nos habla de la imposibilidad de resarcir ciertas inclemencias del tiempo. Y qué momento puede ser más adecuado para entrever esta imposibilidad de retroceder que los grandes cambios, los choques repentinos que se recuerdan con cierta extrañeza, como si los acontecimientos del pasado hicieran parte de los últimos días de una vida anterior.

Los últimos días de Eurídice inician la noche en que su hermana se viste de azul y escapa para reunirse con Yorgos, un marinero griego del que Guida se ha enamorado. Después de esa noche, no volverán a estar juntas. Guida se embarcará a Grecia y, tiempo después, Eurídice se casará con un hombre que complace las expectativas de su familia. Curiosamente, esa familia que hizo posible el primer reconocimiento entre una y otra con la palabra hermana será la misma que las separe. Cuando Guida regrese, sola y embarazada, se encontrará con el rechazo de su casa y con la noticia de que su hermana ha viajado a Viena para convertirse en pianista, aunque Eurídice sigue en Río de Janeiro, soñando con un futuro que no incluye hijos ni marido, sino música y a su hermana. En el anhelo perpetuo y siempre insatisfecho del reencuentro está la inclemencia del tiempo, pues no tendrán forma de quitarle el valor de fractura a esa última noche juntas.

Cada una, a su manera, resiste por la otra, y por su propia libertad en un mundo gobernado por varones. Eurídice, aun cuando se le imponen obligaciones que la despojan de toda autonomía, no abandona su pasión por el piano ni el anhelo de recuperar a su hermana. Por su parte, Guida encuentra un apoyo excepcional para criar a su hijo entre otras mujeres, que se cuidan y se sostienen mutuamente, mientras intenta salir de Río de Janeiro y encontrar a su Eurídice.

Ambas han perdido la oportunidad del reencuentro por la decisión deliberada del padre y el silencio de la madre, pero he ahí que la esperanza se sobrepone a la inclemencia. Siguen recordando y soñando para que se alimente el anhelo, y siguen viviendo para que alguna vez se cumpla. Ese es el espacio de resistencia y escape que han encontrado: el ensueño, lugar en el que bailan repetitivamente entre la vegetación del trópico y se ríen sin hablar y sin envejecer, mientras en el mundo envejecen, una lejos de la otra.

Guida y Eurídice nos invitan a mirar a las mujeres que nos rodean o que alguna vez nos rodearon. ¿Habrán sido una Guida, intrépida y valiente, abandonando apellidos, nombre y hogar?, ¿forjando su futuro y el de su hijo por mano propia? o ¿habrán sido una Eurídice, asfixiadas hasta la locura por los sueños y, finalmente, resignadas en nombre de un buen esposo, una buena casa, una buena clase media, unos buenos hijos? Ambas nos impelen a preguntarnos si tenemos alguna idea sobre quiénes fueron aquellas mujeres que creemos conocer antes de sus noches decisivas, y si, con intensidad o no, las taladra el recuerdo de algunas inclemencias.


Juanita Porras es periodista cultural independiente. Estudia el máster en Estudios Literarios en la Universidad Nacional de Colombia y dirige Bitácora correctores.

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